La exmodelo y conductora disfruta de su sensualidad y prioriza a su familia, que la ayudó a recuperar la alegría
- 7 minutos de lectura'
Está en medio de una mudanza. El gas todavía no está conectado y el wifi anda cuando quiere. Pero no se altera. Acostumbrada a mudar de piel y a capear temporales, “esos detalles no son problemas graves” para Ginette Reynal: una mujer que supo romper los moldes dentro de una familia tradicional de mujeres con peso propio. Acuariana según los astros, la independencia es parte de su naturaleza. “Me gusta todo lo nuevo, de avanzada. No soy tradicionalista ni repito fórmulas”, sentencia. Despegó muy chica sobre las pasarelas internacionales, arrancó en la actuación sin redes de la mano de Gerardo Sofovich y no se intimidó cuando le tocó compartir escenario con nombres de grandes del espectáculo como Ana María Campoy, Antonio Gasalla o Guillermo Francella. Tampoco cuando, hace no tanto tiempo, desplegó erotismo sobre el escenario de Sex, dirigida por José María Muscari. También fue panelista, conductora, artista plástica, cocinera y, ahora, escritora. “A la hora de presentarme, mi currículum será de todo menos breve”, asegura risueña.
La muerte de su tercer marido y padre de su hijo Jerónimo, el polista Miguel Pando [también estuvo casada con Julio Zabaleta y Manuel Flores Pirán, padre de sus hijos Mía y Martín], la hizo caer en el peor de los mundos: las adicciones. “Con la muerte de Miguel, yo también me morí. Fueron años durísimos. Toqué fondo de verdad y después de tres años de locura mis hijos me rescataron”, relató por entonces Gina, como la llaman cariñosamente sus íntimos, cuando dejó el anonimato de su lucha contra la enfermedad para ayudar a otros. Hoy, madre y abuela amorosa, se carga la mochila de la experiencia y las cicatrices del pasado, mientras planifica viajes, pinta, escribe, actúa y asegura: “Sigo abierta a los sueños y a lo que la vida me demande, porque creo que siempre lo mejor está por venir”.
–Creciste en una familia tradicional, podrías haber sido una señora de alta sociedad, pero pateaste el tablero. ¿Qué dijeron en tu casa?
–Nunca fue intencional ser diferente. Al principio no entendía por qué las personas me miraban con cara rara. Nací en el 60, cuando mamá tenía 18 años, y obviamente siempre fue muy complicado para ella, así que hizo lo que pudo. Me crio como era antes. Creo que siguió las normas de la época para sentirse más segura, y eso iba totalmente a contramano de mi naturaleza. Mamá siempre estuvo en contra de mis elecciones, pero en una esquinita de su corazón, en ese lugar donde ella seguramente tuvo que reprimir su propia forma de ser para complacer los cánones de la época, estaba contenta, porque sentía que podía vivir su rebeldía a través de la mía.
–Más tarde quedaste viuda y no pudiste contra el mundo, ¿cómo fue ese deslizarse al universo de las adicciones?
–Creo que ya lo dije todo, cómo caés, cómo quedás, lo que te cuesta salir y que nunca lo podés hacer solo. Lo único que me interesa decir hoy es que estoy bien, mucho mejor. Que cualquiera que tenga alguna duda o necesite ayuda que me contacte a través de Instagram o entre a la página de narcóticos o alcohólicos anónimos, que es el programa que para mí funciona, porque no hay nadie mejor que un adicto para entender a otro. Es una enfermedad compleja la de la adicción, que se va colando de muchas formas, y que si bien no tiene cura (yo no puedo volver a drogarme ni tomar recreativamente), se puede detener. No estoy curada ni lo voy a estar, pero no tengo ningún síntoma de la enfermedad. Me cuido un montón.
–¿Cuándo volviste a decir “esta soy yo”?
–Estar bien, hoy, se lo debo a mi familia, que me dejó hacer mi proceso: yo tuve que destruirme, quemar el modelo completo, para poder salir adelante. Me gusta la vida, me gusta vivirla a full, estar al aire libre, bailar, los desafíos físicos, y enferma no se puede. ¡Espero ser como el resto de mis familiares, bien longevos!
–¿Sos creyente?
–Soy creyente, pero no religiosa, ni creo en la religión, porque creo que ha hecho una interpretación muy pobre del mensaje de Jesús. Mi poder superior, Dios, como yo lo llamo, es el que me cuida y el que hizo posible que me limpie y esté bien. Siento cómo se manifiesta en mi vida, le pido y me da protección, amor, cambios que se ven imposibles y se dan, por eso creo. Con todas las muertes que tuve a mi alrededor nunca me resentí, porque creo que Dios es mucho más grande que la vida y la muerte.
–Muchas celebridades, como Michelle Obama o Gillian Anderson, rompen tabúes y blanquean la menopausia. ¿Cómo te pegó a vos?
–La edad tiene una connotación que a algunas mujeres les pega para atrás. Hoy, la ciencia avanzó y se descubren cosas todo el tiempo en favor del bienestar de las mujeres que pasan por el climaterio, y también hay otra parte de la menopausia que tiene que ver con el deseo, y con la relación con el sexo opuesto o el propio. Yo no tengo prejuicio con respecto a eso. Las mujeres seguimos siendo mujeres, y seguimos teniendo algo que nos hace sentir deseables y atractivas, algo para dar. La edad te da experiencia y aprendizaje, todos tenemos cosas para contar.
–Estuviste en Sex. ¿Qué significó mostrar el cuerpo y la sensualidad en el escenario?
–Me encantó hacer Sex. Además del grupo que conocí, el elenco genial, hizo que contactara a las mujeres de mi edad con su sexualidad, a no quedarse en ese lugar vacío. Está muy bueno que la mujer de cierta edad vea que puede seguir seduciendo y viviendo su sexualidad a pleno. Sex no generó un cambio en el vínculo que tengo yo con mi sensualidad, pero sí produjo un reajuste, es decir que gracias a esto me terminé de sentir bien en mi propia piel.
–¿Tenés algún tema con la edad? ¿Qué te gusta de tu cuerpo?
–No me peleo con la edad. Por ahora, me miro y me gusto. Mi piel es lo que más me gusta de mí. No es solo genética, soy coqueta y me cuido mucho. Pero trato de no ir a los extremos de nada. Pasé mucho tiempo ya en los extremos.
–¿Volviste a enamorarte?
–No volví a enamorarme. Me encantaría, pero lo veo muy difícil porque me acostumbré a vivir sola. A veces me gustaría que venga alguien y me abrace, que me haga unos masajes, que me prepare algo de comer. Pero no sé si podría compartir mi soledad. No me gusta decir “cama afuera”, porque me suena feo, pero me gustaría tener alguien que no viva conmigo, que no se sienta responsable de mí, y yo tampoco quiero ser responsable de la felicidad de nadie.
–¿En dónde ponés la pasión?
–En mi nieto Ramsés Ortega (5), a quien amo con locura, y en mis hijos, obviamente: Mía, de quien estoy orgullosa porque es un ser de otro planeta, escribe cosas maravillosas y es una excelente actriz; Martín, que se fue a estudiar economía a California, y Jerónimo, que se mudó a España y es cocinero en el País Vasco. Los extraño un montón, pero me encanta que tengan sus vidas porque me enseñan mucho, siempre.