Alejada de la actuación y casada desde hace un año, organiza retiros para meditar, desconectarse y estar en armonía con la naturaleza
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Cien vidas en una sola. Eso encierra el relato que, con una sonrisa que no decae, cuenta la chica que fue supermodelo en los 90, que después se dedicó al canto, a la actuación y que participó en películas con Ricardo Darín y Robert Duvall.
Natalia Lobo (apellido que figura en su documento desde hace cuatro años, cuando su adorado padre de crianza la adoptó legalmente) también fue famosa por sus looks despampanantes cuando era una especie de primera dama playera, en tiempos en que noviaba con Alan Faena. Después se enamoró de un instructor de yoga, con quien tuvo a su hijo Inti, y se separó hace un tiempo. Cuando pensaba que el amor, para ella, “se había terminado”, conoció a su nueva pareja y el año pasado sorprendió a todos con una boda soñada, frutilla del postre en su cambio de vida. Ahora, Natalia se dedica al proyecto que bautizó, junto a dos amigos cercanos, The Healing Circle (@thehealingcircle.experience): retiros de meditación, desconexión y contacto con la naturaleza. El último, en José Ignacio, resultó un éxito de convocatoria.
–Te enfermaste, te curaste. Dejaste los escenarios, te casaste, creaste un espacio de sanación...
–Todo eso. Antes de la pandemia tuve una situación difícil, esas cosas impensadas. Aunque mi intuición decía lo suyo. Yo había quedado impresionada con la muerte de Maca Azumendi [modelo de su generación] y decidí ir al médico. Efectivamente había un pólipo y terminaron sacándome 25 cm de intestino. Tuve suerte porque estaba encapsulado. Todavía no menciono la palabra cáncer. Agradezco infinitamente estar sana, pero no era cuestión de zafar y nada más. Enseguida me di cuenta de que debía seguir el camino que siempre me había gustado y por el que transité con tanto compromiso. Con dos amigos muy sabios que además son como hermanos, Fernanda y Gustavo, creé The Healing Circle y me metí definitivamente en el camino de la naturaleza, la exploración, la búsqueda y la evolución.
–Pero vos fuiste bastante pionera en estos temas, ¿no? Hace años que hablás de vibraciones, energías. Incluso contaste que tenés una madre vidente.
–(Risas) Mi familia nunca fue muy normal. Vengo de una tribu donde reinaron las mujeres fuertes, profundas, valientes. Mi abuela ya tenía su huerta, hacía el pan y era una especie de curandera emocional del pueblo. Mi mamá lo heredó. Yo nací en Azul, pero de chica nos vinimos a la ciudad. Íbamos a hacer los mandados y la recuerdo hablando con los vecinos, diciéndoles: “Cuidado con esto, te está pasando tal cosa”. La gente a veces se ponía a llorar. A mí me daba una vergüenza brutal. Chabela, mi madre, es un gran personaje.
–¿Cómo fue que hace unos años decidiste llevar el apellido del marido de tu mamá?
–Es que aunque tengo padre, que está viviendo en Barcelona (artista, exiliado en tiempos de dictadura), la persona que me crio fue Martín Lobo, alguien que amo desde lo más profundo de mi corazón. Fue un publicista groso, un hombre que sigue abrazando el arte y que le dio forma a nuestra familia incorporando nuevos “lobitos”, mis hermanos. Toda la vida usé su apellido como algo artístico. Hasta que un día sentí que también debía figurar en los documentos. Hace 4 años me adoptó y todavía lloro de emoción.
–Y sos madre de un hijo único, Inti. Nombre original.
–Ya tiene 20. Imaginate en esos tiempos las cosas que me decían por la elección del nombre. Yo venía de un viaje alucinante, que me estaba cambiando la vida. Hice Machu Picchu y me transformé porque conecté con Sudamérica, la tierra y la magia. Cuando quedé embarazada quería ponerle Sol, pero me decían que era nombre de mujer. Es cierto, pero ¿por qué? ¿No es el sol? Bueno, la cosa es que logré ponerle Inti. A veces los nombres decretan cosas, porque mi hijo es un sol. Estudió animación 3D y posproducción, ahora está trabajando feliz con Fuerza Bruta.
–¿Qué sentís cuando te nombran los 90 y tu exposición?
–Nada negativo sino todo lo contrario. Porque fue puro aprendizaje, aportó a mi evolución. Hubo show off, hubo moda, cierta excentricidad. Hasta lo que parece más frívolo sirve para después moldear tu camino y elegir qué sí y qué no. Cuando tenés veintipico y las puertas de los VIP se te abren, es un viaje, casi como entrar a una película. Pero ahora ya siento que llegó el momento de integrar.
–¿Llegaste a marearte en esa película?
–No. Nunca dejé de ser yo. Como tengo un costado solitario y soy muy intuitiva, cuando sentí que ya había visto todo, me alejé. Hoy puedo decir que pasé por distintos mundos y salí intacta. Jamás me quedé atrapada en ninguno.
–¿Es cierto que habías decidido no enamorarte más cuando justo te volviste a enamorar?
–Y sí, para mí se había terminado esto del amor. Había soltado. Estaba muy triste con la separación y realmente no quería saber nada con nadie. Pero una amiga nos cruzó “casualmente” a mí y a mi pareja actual. Teníamos mucho en común. La separación, el haber sido criados por padrastros, los hijos varones adolescentes. Charla sobraba. Hasta que un día le toqué la cara, lo miré a los ojos y fue increíble. Como si lo hubiera reconocido de otra vida.
–Y se casaron nomás.
–Además de esta cuestión de amor que estoy contando, él [Ariel Polaco] me acompañó mucho en la enfermedad. Se asustó más que yo. Y cuando salimos del médico, dos días antes de operarme, me dijo: “Cuando termine todo esto, nos casamos”. Le dije que sí, claro. Lo abracé y sentí que la tierra se abría, fue pura unión y potencia.
–¿Qué descubriste en pandemia?
–Mi lema fue: si no se puede salir, voy a entrar. Y me metí para adentro. Empecé a meditar, investigar sobre alimentación, pensar qué quería hacer y qué no.
–¿Qué pensás que la gente cree de vos?
–En algún momento me lo cuestioné. Pero uno no puede hacerse cargo de los prejuicios de la gente que no te conoce. Solo mis íntimos saben que tengo un padre artista, que nací en un lugar con calle de tierra súper humilde, que tengo un tío taxista, que mi mamá es un ser espiritual, que mi papá Lobo nació en una pensión y que trabajando duro hizo lo que hizo. La gente habla de una foto. ¿Qué podés saber con una foto? Nada.
–¿Cómo se logra no engancharse, vivir tan zen?
–Decidiendo ser feliz, haciendo todo con alegría. Yo siempre fui la misma. Cuando era chica, estando en el arroyo, en Azul, deseaba ser famosa, actuar, salir en las revistas. Le hice un pedido al cosmos y sucedió. Empezaron a abrirse las puertas y avancé. Después supe que eso no es la felicidad sino una gran mentira. Pero mientras duró estuvo buenísimo. No me arrepiento.
–¿Cómo sigue la vida ahora?
–Compartiendo mi búsqueda. Con mi amiga psicóloga, Fernanda, que maneja una reserva ecológica en Merlo (San Luis), hicimos la primera experiencia con gente conocida. La idea es organizar retiros de 4 días para que los participantes conecten con los guardianes de la tierra, volver a la simple. Esa es mi nueva misión. Ya no me interesa actuar.