Laurent Dassault es dueño y CEO de un conglomerado de negocios de lo más variado: fabrica aviones de combate y también algunos de los mejores vinos de argentina y del mundo
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A Laurent Dassault no parecen preocuparle las vicisitudes políticas y económicas de la Argentina a la hora de hacer negocios. Y no solo porque sea dueño de una de las fortunas más grandes del mundo (su familia se cuenta dentro de las 25 más ricas, con 28,5 billones de dólares). Aun si le preocuparan, lo haría igual, porque aquí se encuentran dos de sus grandes pasiones: el polo y el vino. De hecho, todos los años visita al menos en dos ocasiones el país: en noviembre para el Abierto de Palermo, y en marzo, para el inicio de la vendimia, viaja a Mendoza donde se encuentra Flechas de los Andes, una de sus tantas bodegas (como las francesas Château Dassault, Rieussec y Cheval Blanc).
Con inversiones en múltiples áreas –desde la industria aeronáutica hasta el arte, y desde los caballos de polo hasta los medios de comunicación–, a sus 69 años reconoce que no puede y no quiere dejar de trabajar.
–¿Cómo comenzó su relación con la Argentina?
–Comenzó hace 30 años. Fue a través de varias de mis empresas. Primero, con los Super Étendard, que son los aviones militares que fabrico. Después con los cajeros automáticos de Dassault Systemes, y también con los teléfonos portables, que fueron los primeros que se hicieron. Vendimos millones y fueron una revolución. La primera vez que visité el país fue cuando vine a ver al presidente Menem.
–Teniendo grandes châteaux en Francia como Cheval Blanc o Château Dassault, ¿por qué hacer vino en la Argentina?
–Porque era amigo de Philip Schell, que ya falleció, y que me ofreció que comprara un château muy reputado en Francia, en Saint Emilion. “¿No tenés otra cosa más interesante? Porque en Francia ya estoy”, le dije, y entonces me contó la historia de Clos de los 7, que era un proyecto en Mendoza con viticultores franceses. Le pregunté quiénes estaban adentro del proyecto y me mencionó a Michel Rolland. Michel es nuestro enólogo consultor en Francia y es el que hizo el éxito de Château Dassault. “Me vengo entonces”, le dije a Philip, y dentro del Clos nació Flechas de los Andes.
–¿Qué recuerda de su primera visita a Mendoza?
–Fue un encuentro con suerte. Cuando llegué aquí con Philip vi montañas, piedras y la Cordillera de los Andes de fondo. Y me enamoré del lugar. Por aquel entonces en la finca no había nada más que cuatro pequeñas vides plantadas de 30 centímetros de altura. Y me dije: “Bueno, aquí hay que creer”.
–¿Qué tiene de atractivo el vino argentino?
–El Malbec es una variedad excepcional y única en el mundo. Yo también he hecho vino en Chile, pero nunca tuve el éxito que tiene el Malbec de la Argentina.
–¿Cree que el Malbec que hace hoy en Flechas de los Andes está a la altura de los grandes vinos que hace en Francia?
–No es que el Malbec esté o no al nivel, porque en Francia hay miles de pequeños châteaux, entre los que están los premier grand cru classé, que forman parte de toda una historia francesa del vino. Y en la Argentina el vino es una historia nueva. Pero se complementan. Hoy en muchas cavas de todo el mundo hay vinos franceses y vinos argentinos.
–¿Qué tanto se involucra en la elaboración del vino?
–Yo me involucro personalmente desde que mi abuelo Marcel Dassault falleció. Desde entonces el grupo de vino de la familia ha estado a mi cargo. He creado Dassault Wine Estates, que está conformada por cinco châteaux; también producimos en Champagne y en Cognac.
–Desde su mirada como empresario, ¿qué tan difícil es hacer negocios en la Argentina?
–A mí me atrae el amor por el país, pero también la diversificación y la oportunidad. Yo tengo propiedades en Israel y en África del Sur, y son lugares más complicados para invertir que la Argentina. En Israel uno nunca es propietario de la tierra; en África del Sur hay conflicto permanente. Acá la tierra es favorable, y además existe la posibilidad de tener agua para irrigación, que es algo que no hay en todas partes. Hacer vino en la Argentina es una linda aventura. Es el amor de un producto y de un país que se unen.
–¿Qué tan seguido viene al país?
–Lo más seguido posible. Dos veces por año. Una es para el campeonato de polo y la segunda es en el mes de marzo, para el inicio de la vendimia. Cuando uno quiere algo tiene que involucrarse, si no nada resulta.
–¿Cuáles son sus lugares favoritos aquí?
–Mi cava y el terreno del Club Mayling de polo, en Pilar. Ahí es donde aprendí a jugar al polo, y también a comprar caballos de polo. Los mejores caballos son argentinos.
–¿Sigue jugando al polo?
– Sí, mañana tengo partido en Pilar. Juego con amigos, así que siempre gano (risas).
–¿Tiene un equipo de polo en Francia?
–Sí, se llama Red Falcon, hay uno o dos franceses y uno o dos argentinos siempre mezclados. Juego con Ramiro Zavaleta, entre otros.
–¿Equipo favorito?
–La Dolfina, ellos son los campeones.
–Hablando de favoritos, ¿dónde le gusta comer en Buenos Aires?
–En Cabaña Las Lilas, que además es el primer restaurante que puso a Flechas de los Andes en su carta. Pero la verdad es que hay un montón de buenos restaurantes en Buenos Aires. Los argentinos en eso se parecen mucho a los franceses: les gusta lo que es bueno y lo que es lindo.
–¿Y en qué nos diferenciamos?
–En la política. La política francesa es realmente complicada.
–Siendo una persona que maneja tantas compañías distintas, ¿cómo distribuye su tiempo?
–Cuando se ama lo que se hace se encuentra el tiempo para todo. Soy apasionado, me divierto y tengo la oportunidad de hacer muchas cosas. Vinos, caballos, negocios inmobiliarios, arte, caballos de carrera... es magnífico. Pero la contraparte es que no me puedo equivocar mucho, porque sino... (hace gesto de que lo echan).
–¿De todas esos negocios cuál es el que más le gusta?
–Donde más éxito tenga. Puede ser el vino en los grandes años, pueden ser los caballos cuando ganan copas, puede ser el arte o los aviones cuando se logran grandes ventas.
–En su posición usted no necesita trabajar. ¿Qué lo mantiene tan activo?
–La necesidad de mejorar, si no mejoro me muero.
–¿Es muy autoexigente?
–Mi abuelo me enseñó a ser muy exigente conmigo mismo. Era un gran señor, único, magnífico. Y tuve la suerte de trabajar con él. Le cuento una anécdota que muestra cómo era. Hace 40 años nos anunció a mí y a mi hermano que iba a comprar Château Margaux, donde se hace uno de los vinos más grandes del mundo. En esa época valía 6000 millones de francos. Un mes más tarde de haber anunciado y pactado la compra, hubo una huelga en las fábricas de mi abuelo. Él me dijo: “No puedo comprar uno de los más grandes vinos del mundo y estar peleando por el salario de mis empleados”. Entonces dio de baja la operación, por lo que perdió los 6 millones de francos que había pagado al pactar la compra.
–¿Comprar décadas más tarde otro gran château como Cheval Blanc suena a cuenta pendiente?
–Veinte años más tarde entramos como accionistas en Cheval Blanc. Yo le conté esta historia de mi abuelo a mi padre, y se puso a llorar y firmó la compra.
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