El docureality que se emite por Netflix abrió un debate en Japón
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TOKIO — Yuka, de tres años, se baja del borde de la acera en un paso de peatones que divide una calle de cuatro carriles. “Aunque el semáforo esté en verde”, dice un narrador en voz en off, “¡ella sigue mirando si pasan carros!”.
Así comienza una escena típica de Mi primer mandado, un programa japonés de telerrealidad que comenzó a emitirse en Netflix a finales de marzo. Es nuevo para los espectadores estadounidenses, pero lleva más de tres décadas al aire en Japón.
La popularidad del programa en Japón es un reflejo del alto nivel de seguridad pública del país, así como de una cultura de crianza que considera la independencia de los niños pequeños como un indicador clave de su desarrollo.
“Es una forma típica de criar a los niños en Japón y un símbolo de nuestro enfoque cultural, que puede sorprender a personas de otros países”, dijo Toshiyuki Shiomi, experto en desarrollo infantil y profesor emérito de la Universidad Shiraume Gakuen de Tokio.
Corto y dulce
Mi primer mandado se emite en Nippon TV, inicialmente como parte de otro programa, desde 1991. Se inspiró en Hajimete No Otsukai, un libro infantil de 1977 de Yoriko Tsutsui que cuenta la historia de una madre que envía a su hija de 5 años a comprar leche para un hermano menor.
Los episodios editados de Mi primer mandado que aparecen en Netflix son cortos (unos 15 minutos o menos) y alegres. Siguen a niños de tan solo 2 años mientras intentan hacer recados en público por primera vez, con un público de estudio riéndose de fondo. Los vigilantes de seguridad y los camarógrafos se esconden fuera de la pantalla, con resultados dispares; a menudo tropiezan con el encuadre.
Mientras los niños se mueven por los pasos peatonales y los lugares públicos más concurridos, llenos de adultos, un narrador describe sus progresos graduales en un tono que quita el aliento, como si fuera un comentarista de un partido de béisbol en la novena entrada. Y los niños pequeños entablan conversaciones con los desconocidos que se encuentran por el camino.
Los mandados inevitablemente salen mal. Yuka se olvida brevemente de comprar tempura, por ejemplo, y otra niña de 3 años se olvida de lo que le han pedido que haga porque está demasiado ocupada hablando sola. En otros episodios, los niños tiran el mandado (peces vivos, en un caso) o se niegan a salir de casa.
Cuando a Ao, un niño de 2 años, su padre, que trabaja como cocinero de sushi, le pide que lleve a una lavandería cercana una ropa blanca de cocinero manchada de salsa de soya, el niño se niega a hacerlo.
“No puedo hacerlo”, le dice Ao a su padre, de pie fuera de la casa familiar y sosteniendo la ropa blanca sucia en una bolsa de plástico.
Finalmente, la madre de Ao lo convence de ir, en parte sobornándolo con un tentempié. “Es doloroso, ¿verdad?”, le dice el padre a su esposa mientras el niño avanza solo por el camino. “Me rompe el corazón”.
“Eres demasiado blando con él”, responde ella.
Un rito de paso
El profesor Shiomi dice que los padres en Japón tratan de inculcar a sus hijos un tipo particular de autosuficiencia. “En la cultura japonesa, la independencia no significa discutir con los demás o expresarse”, dice. “Significa adaptarse al grupo mientras se gestionan las tareas diarias, como cocinar, hacer recados y saludar a los demás”.
En las escuelas japonesas, es habitual que los niños limpien las aulas, señaló. Y en casa, los padres dan incluso a los niños pequeños una mesada para sus gastos y esperan que ayuden a preparar las comidas y a realizar otras tareas.
En un ejemplo muy conocido de esta cultura la princesa Aiko, integrante de la familia real japonesa, iba sola a la escuela primaria a principios de la década de 2000. (Siempre estaba vigilada por la policía de la Casa Imperial).
En el área de Tokio, una empresa de producción llamada Wagakoto filma breves documentales de niños pequeños haciendo mandados por una tarifa que comienza en unos 120 dólares. Jun Niitsuma, fundador de la empresa, dice que el servicio se inspiró en Mi primer mandado y Hajimete No Otsukai, y que los clientes pagaban por ello porque querían un registro de lo independientes que se habían vuelto sus hijos.
“Es un rito de paso” tanto para los niños como para sus padres, dijo Niitsuma. “Estos recados han sido una misión muy simbólica durante décadas”.
Espacio para el debate
Antes de que Netflix adquiriera Mi primer mandado, se había adaptado para el público de Gran Bretaña, China, Italia, Singapur y Vietnam.
“Mi primer mandado es un recordatorio de que la narración única puede romper las barreras culturales y lingüísticas, y conectar a los fans del entretenimiento a nivel mundial”, dijo Kaata Sakamoto, vicepresidente de contenido de Japón en Netflix.
La serie tiene algunos críticos en Japón. Sus principales argumentos parecen ser que los mandados de los niños pequeños equivalen esencialmente a una coacción, o que el programa podría incitar a los padres a poner a sus hijos en peligro.
Los delitos violentos son poco frecuentes en Japón. Sin embargo, algunos académicos sostienen que las mediciones de seguridad habituales pintan un retrato engañoso de la seguridad pública. Señalan que estudios recientes del Ministerio de Justicia indican que la incidencia de la delincuencia en Japón, especialmente los delitos sexuales, tiende a ser mayor de lo que los residentes declaran a los departamentos de policía locales.
“¡Es un programa terrible!”, dijo Nobuo Komiya, criminólogo de la Universidad Rissho de Tokio que ha asesorado a municipios de todo Japón en materia de seguridad pública.
“Esta cadena de televisión lleva años emitiendo este programa, y ha sido muy popular”, añadió. “Pero Japón está lleno de peligros en la realidad. Este mito de la seguridad está fabricado por los medios de comunicación”.
Incluso los partidarios reconocen que Mi primer mandado fue creado para una época anterior en la que otras normas sociales regían el comportamiento de los niños pequeños.
En la actualidad, se debate cada vez más en Japón si obligar a los niños pequeños a realizar tareas es bueno para su desarrollo, como se suponía en el pasado, dijo Shiomi. Y los padres ya no dan por sentada la seguridad pública.
“Yo mismo envié a mi hija de 3 o 4 años a hacer un mandado a una tienda de verduras”, dijo. “Pudo llegar hasta allí, pero no recordaba el camino de vuelta porque no tenía una imagen clara de la ruta. Así que el dueño de la tienda la trajo a casa”.