Cuando a Soledad Gutiérrez le extrajeron el útero, su amiga más cercana le ofreció ayudarla a ser madre; ambas obtuvieron la primera autorización judicial en la ciudad de Villa María, Córdoba
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Hace pocos días, la actriz española Ana Obregón (expareja de Miguel Bosé) copó los titulares de los principales medios europeos por haberse convertido en madre a los 68 años y a través de un “vientre de alquiler”. Como la práctica está prohibida en España, Obregón recurrió a una gestante cubana que vive en Florida, Estados Unidos, donde la subrogación de vientre es legal. Así, esta mujer gestó y dio a luz a una beba a cambio de una cifra que, según trascendió, rondaba los 38 mil euros (de los casi 170 mil que Obregón pagó a la clínica que llevó a cabo el procedimiento).
El tema, polémico de por sí, sumó una segunda capa de sorpresa generalizada cuando se supo que el donante masculino era el propio hijo de la actriz (fallecido a los 27 años), quien congeló esperma antes de empezar su tratamiento de quimioterapia. Con lo cual la beba, que Obregón inscribió como hija, es en realidad su nieta, y las especulaciones sobre la “madre-abuela” que desafía las leyes de la naturaleza se cruzan con los debates en torno a la explotación de las mujeres gestantes, la exposición mediática de la menor y hasta dónde la voluntad de “no estar nunca más sola”, como declaró la propia actriz, choca contra los derechos del resto de las personas involucradas en el proceso.
Casos como este reavivan la polémica en torno a la subrogación de vientres, una práctica cada vez más extendida incluso en países como la Argentina, donde la regulación brilla por su ausencia. Como dicen los expertos: “Si no está prohibida, está permitida”. Es decir: suceder, sucede, y de las más variadas maneras. Pero entre el turismo reproductivo (personas o parejas que subrogan vientres en Ucrania o Estados Unidos, mayormente) y los alquileres locales (que en el mejor de los casos, se realizan con un contrato y un escribano de por medio), aparece la llamada “gestación solidaria”, de la cual no suele hablarse demasiado. La misma se lleva a cabo a través de diversos centros de fertilidad y sin ningún tipo de pago. Algo así como la “contracara altruista” del mercado reproductivo.
Aunque la OMS la reconoce como Técnica de Reproducción Humana Asistida, no es cubierta por la Ley de Fertilidad en Argentina. Y aun así, ya existen 69 sentencias judiciales que la autorizaron (más 4 que están apeladas en la Corte Suprema). En todos los casos, se reconoció como padres a quienes manifestaron la voluntad procreacional y no a la gestante.
Uno de estos casos fue el de Soledad Gutiérrez, una cosmetóloga de 34 años que, tras perder 6 embarazos y recibir un diagnóstico tardío de trombofilia, tuvo que someterse a una operación donde le encontraron “cinco miomas del tamaño de una naranja”. Tantos años de intentar ser madre culminaron así con una histerectomía en la cual, por prescripción médica, le extrajeron el útero, pero le dejaron los ovarios.
A la depresión inicial siguieron tímidos intentos de Soledad y Jorge, su marido, para averiguar de qué se trataba la gestación subrogada en los Estados Unidos, pero los costos eran tan altos que descartaron la idea sin indagar demasiado en sus implicancias. “Yo estaba muy triste, ya me había resignado a no ser madre. Incluso le dije a mi marido que si quería separarse lo entendía”, recuerda Soledad. Jorge le dijo que estaba loca, de ninguna manera: ellos iban a culminar juntos el camino que habían comenzado, de la forma que fuera. Y fue entonces cuando Roxana Romagnoli, una “amiga y hermana de toda la vida”, les propuso “prestarles” su panza para gestar un bebé que fuera de ellos. Eso fue los que les dijo: estaba dispuesta a que le transfirieran un embrión formado a partir de los gametos de Soledad y de Jorge y transitar un embarazo y un parto, solo para que pudieran ser padres.
El recorrido
La primera reacción de Soledad fue decirle que no, un “no” rotundo. Tanto ella como Jorge rechazaron la propuesta de entrada por los miedos y fantasías que la sola idea les generaba. Pero Roxana insistió e insistió hasta el cansancio. En realidad, hasta que Soledad y Jorge aceptaron...
“Yo viví todo lo que Sole pasó junto a su marido, estuve con ella cuando le sacaron el útero, sufrí junto a ella porque es como mi hermana –cuenta Roxana–. La verdad es que ni siquiera me había interiorizado en el tema de la gestación solidaria, pero un día estaba cenando con mi marido y mis hijos [un varón de 21 y una nena de 7] y de repente les dije: ‘Ya sé como ayudarla a la Negra. Puedo ser ‘la casita’ para su bebé. ¿Me apoyan? ¿Me siguen en esta?’ Todos me dijeron que sí en el acto, así que la llamé por teléfono y se lo propuse. Al principio ellos no quisieron saber nada, pero insistí mucho, muchísimo, hasta que me dijeron que sí. Creo que los cansé”, dice entre risas.
Comenzó entonces el arduo proceso de sentar jurisprudencia, porque Soledad quería hacer las cosas “lo más prolijas posible”. Fueron dos años de viajes, estudios médicos y asesorías legales; idas y vueltas en las que Soledad aprovechó para congelar los óvulos que luego su amiga llevaría en su vientre.
Finalmente, la Justicia los acompañó. Luego de hablar con Roxana y su marido, de asegurarse que no hubiera dinero de por medio, de comprobar que ella ya tenía hijos, que era consciente de lo que implica un embarazo, que sus estudios médicos y psicológicos eran aptos y que su decisión era, en efecto, pura solidaridad hacia su amiga, el juez falló a favor de esta gestación permitiendo que el futuro bebé fuera inscripto como hijo de Soledad y de Jorge. Para orgullo de todos, además, fue el primer fallo a favor de una gestación solidaria promulgado en la ciudad de Villa María, Córdoba.
De los 6 óvulos fecundados, fracasó la primera transferencia y funcionó la segunda. Y así, a fines de 2018, nació Isabella.
En los meses previos, Roxana atravesó un embarazo sin complicaciones y al llegar el momento optó por un parto natural. La noche en que dio a luz a la beba, y con una solicitud a la clínica, durmieron los 5 en la misma habitación: Roxana y su marido, Soledad y el suyo, y por supuesto, la recién nacida.
Aunque suene increíble, Soledad logró amamantar a su hija ya que desde el quinto mes del embarazo de Roxana había comenzado junto a un médico un tratamiento con estrógeno, progesterona y galactogogos (medicamentos que aumentan la producción de leche) para poder hacerlo. “Cuando las neonatólogas vieron que Isabella se prendía a la teta no lo podían creer”, recuerda.
Roxana, por su parte, decidió tomar medicación para inhibir la lactancia.
Luego de esa noche, Isabella se fue con Soledad y Jorge a su casa y, desde entonces, Roxana la vio casi todos los días. “Soy la madrina y vivimos a 5 cuadras, se dio todo muy fácil”, comenta.
Federico Notrica, abogado magíster en Derecho de Familia, Infancia y Adolescencia, participó de una investigación Ubacyt sobre casos de gestación por sustitución en la Argentina y asegura que, en cuanto al vínculo entre la gestante y los progenitores, a un 40% los une una relación de parentesco (hermanas, cuñadas, madres), un 30% son amigas íntimas y otro 30% se refiere a la noción de ‘persona conocida’. “Esto complejiza la situación y vuelve reduccionista la idea de que gestación por sustitución siempre encierra situaciones de explotación”, plantea Notrica.
“Yo esto lo hice por lo que la quiero a Sole –agrega Roxana–. Después de que nació Isabella, se me acercaron muchísimas personas que se enteraron cómo había sido todo para pedirme que hiciera lo mismo por ellas, me ofrecían plata. Con todo el dolor del alma, les dije que no. Me hubiera gustado ayudar, pero esto lo hice solo con Sole por nuestra amistad y por saber lo mal que la pasó. Incluso estaba dispuesta a volver a hacerlo, para que Isabella tuviera un hermanito, pero en el medio quedé viuda y sola ya no me animé”.
Ahora que Isabella está por cumplir 4 años, Soledad le muestra las fotos de Roxana embarazada y le explica cómo fue su proceso de gestación. “Ese fue el último pedido que nos hizo el juez, que le dijéramos la verdad sobre su llegada al mundo –explica–. A mí jamás se me hubiera ocurrido negarle esa información”.
Panorama actual
Como este, los casos se multiplican y los centros de fertilidad les hacen lugar. Actualmente, en la Ciudad de Buenos Aires el Registro Civil permite que los niños nacidos por gestación por sustitución sean inscriptos a nombre de quienes manifiesten la voluntad procreacional (con los consentimientos informados) mientras que en el resto del país se requiere una autorización judicial previa, tanto para la realización de la técnica como para la inscripción a nombre de los padres comitentes.
“Yo jamás sentí a Isabella como una hija. Soy la madrina, la adoro, así como adoro a su mamá”, asegura Roxana.
A veces, sin embargo, el avance de la ciencia corre más rápido que la capacidad colectiva de naturalizarlo. En este sentido, aunque una reciente encuesta de la consultora Opinaia arrojó que el 70% de los argentinos está de acuerdo con la “gestación por sustitución” ante problemas graves de fertilidad (un 48% “en cualquier circunstancia” y un 15% “siempre que no haya recompensa económica”), Soledad asegura que muchos no logran entender que a Roxana le transfirieron un embrión formado a partir de un óvulo suyo. Por eso, entre otras cosas, le dijeron que lo que hizo su amiga fue darle a su propia hija en adopción.
“Siempre va a haber alguien que opine diferente –plantea Soledad–. Yo no espero que nadie me felicite: ser mamá era un gran anhelo para mí y gracias a Roxana pude lograrlo. Ella nos ofreció su ayuda, como un gesto de amor”.