El ramal del Tren a las Nubes se inauguró en 1948, pero en julio del 72 comenzaron los servicios turísticos hacia la Puna salteña, un recorrido que alcanza los 4200 m y que suma cada vez más pasajeros
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A 50 años del primer viaje turístico, el Tren a las Nubes festeja la hazaña con récords, shows y mejoras estructurales. El viaje que trepa a 4220 metros sobre el nivel del mar y serpentea la Puna salteña ya superó la cantidad de pasajeros que se subieron a la formación durante todo el año pasado. Con más de 90 salidas y 32 mil turistas transportados en lo que va del 2022 asumen que superarán la marca de las 55 mil personas que se animaron a vivir la experiencia en altura a lo largo del 2021.
El 16 de julio de 1972 se cumple el aniversario del primer viaje turístico oficial, una actividad que se mantuvo por 18 años hasta 1990, cuando los ferrocarriles del Estado fueron privatizados. “Entre los mejores viajes ferroviarios del mundo”, lo catalogó National Geographic al trayecto que atraviesa la cultura y los paisajes andinos sobre rieles. Ese día habrá fiesta en la estación, shows y espectáculos musicales, según señalaron desde la dirección de la compañía.
“Hay mucha ansiedad por las obras de refuncionalización de la estación de San Antonio de los Cobres. Se va a incorporar una plaza pública, un paseo artesanal, servicios y oficinas. Otra de las novedades es que vamos a adquirir y nacionalizar una formación suiza para ampliar la frecuencia y sumar al itinerario un tramo que termina en Socompa, en el límite con Chile”, anticipa Sebastián Vidal Nasif, presidente, al frente de un equipo que involucra a maquinistas, médicos, auxiliares a bordo, expertos en mantenimiento y administrativos, entre otros.
El viaje va desde San Antonio de los Cobres hasta el Viaducto La Polvorilla, ida y vuelta, y ya es parte del menú turístico internacional. Un clásico que atraviesa paisajes de ensueño a bordo de un símbolo nacional. Entre los vagones, modernos y aclimatados, hay un vagón especial para venta de souvenirs y otro, destinado al comedor. A 35 kilómetros por hora, la locomotora es la punta de lanza de la formación que trepa en las alturas entre espirales, rulos y zigzag, el trazado que lo convierte en una aventura especial. “Requiere cierta precaución aunque es apta para todo público”, advierte el director de la compañía, y agrega: “Pasar de 1100 metros de altura a 4220 en tres horas implica tener en cuenta que la presión es un factor a contemplar: descansar la noche anterior, tomar agua y no excederse con las comidas ni antes ni durante el trayecto”, señala sobre la excursión que está considerada de “alta montaña”.
El recorrido cruza una antigua mina de plata, conocida como la Mina del Rey que luego explotó y se inundó. Y pasó a llamarse Ojo de Agua. Entre las maniobras más llamativas, la locomotora se desengancha para cambiar la orientación, junto con el primer vagón. Es uno de los momentos más fotografiados y filmados del itinerario que le permite al tren volver al punto de partida. El Viaducto La Polvorilla, en tanto, es una parada clave. No sólo para estirar las piernas sino para sentirse, literalmente, en las nubes. La obra de ingeniería monumental se levanta sobre una estructura de vigas de acero, un gigante de 63 metros que soporta el peso del tren. Sus líneas geométricas y su impronta industrial generan un contraste con el paisaje de tonalidades amarillas y marrones, sólo interrumpidas por el cielo, siempre de un azul estridente.
Historia de una obra sin igual
A mediados del siglo XIX la política ferroviaria impulsó el desarrollo de nuevas regiones a partir de la extensión de ramales y tramos que unirían pueblos y provincias con un objetivo: facilitar el traslado de materias primas. La iniciativa del presidente Hipólito Yrigoyen contempló, entre otras cuestiones, la construcción de una hazaña a pico y pala: una línea para unir la Argentina y Chile. La obra demandó 27 años y algunas vidas que se perdieron en la faena maratónica. El trazado de 42 estaciones, 13 viaductos (entre ellos los del río Toro y La Polvorilla), 32 puentes de acero y 21 túneles se inauguró en 1948, como el Trasandino del Norte y realizó su primer servicio con conexión a Antofagasta, un viaje que requirió combinar con un coche motor del lado chileno.
Si bien no llegó a transportar cargas significativas –de acuerdo a las expectativas de Yrigoyen– con el tiempo se constituyó en uno de los atractivos turísticos de la región. En los años 60 dos camarógrafos realizaron el trayecto para la grabación de un documental. Cuando llegaron al Viaducto La Polvorilla, la máquina hizo una descarga lateral de vapor y por las bajas temperaturas quedó flotando por unos momentos en el aire, como una nube. Así surgió el nombre de la formación que estuvo privatizada y hoy pertenece al Estado.
El 16 de julio, en las alturas y a todo vapor, se celebrará esta hazaña. Los ocho vagones se vestirán de fiesta para recibir a los invitados. Entre los recuerdos que plasmarán en videos para sus redes sociales prometen editar las mejores imágenes de figuras que lo hicieron (aún más) famoso: el videoclip de Soledad Pastorutti, Tren del cielo; el documental Long Way Up, que rodó Ewan McGregor para Apple TV; la carrera del Camel Throphy de 1994 y algunas publicidades históricas. Y además, imágenes de un ritual que, según prometen, volverá este año: las bodas a bordo, un “sí quiero” en las alturas.
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