Cintia González se sometió a una fertilización asistida en la que, pese a que ya no se recomienda, le transfirieron 3 embriones; como psicóloga perinatal, utiliza su propia experiencia para acompañar casos similares
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Caminar por la calle con un bebé en la mochilita y los otros en el coche doble no era fácil. Para nada. “Cada vez que salía la gente me sacaba fotos o me decía ‘te compadezco’”, recuerda Cintia González, psicóloga y madre de trillizos (dos nenas y un varón), que acaban de cumplir 7 años.
Un segundo intento de fertilización in vitro, después del fracaso del primero, los sorprendió, a ella y a su marido, con la noticia de que los embriones que mostraba la ecografía eran 3. La misma cantidad que le habían transferido porque, según le dijeron en el centro de fertilidad, no eran de buena calidad “y era poco probable que prendieran”.
Tras mucho tiempo de haber buscado un embarazo, Cintia dice que la alegría y el desconcierto se superpusieron esas primeras semanas: “Yo no conocía a nadie que hubiera tenido tres hijos de una vez, mi única referencia era las Trillizas de Oro, no entendía nada”.
La realidad empezó a revelarse más compleja cuando las náuseas y vómitos persistieron pasado el primer trimestre. Cuando la panza de 5 meses parecía casi de 8. Cuando el reposo se impuso y el parto prematuro empezó a ser una posibilidad cercana. Cuando las noches se volvieron imposibles y el obstetra ya no parecía tan tranquilo. “La idealización del embarazo que tenía desde chica se me cayó de un hondazo”, asegura Cintia.
Y es que detrás de lo “pintoresca” que pueda ser una gestación por partida triple, los riesgos plantan bandera desde el principio. “Los embarazos múltiples requieren un seguimiento diferencial porque presentan una tasa mayor de complicaciones que los únicos”, explica el doctor César Meller, jefe de Obstetricia del Hospital Italiano. “Las mujeres tienen más riesgo de desarrollar hiperémesis, trastornos hipertensivos del embarazo, diabetes gestacional, anemia y hemorragias posparto, entre otras cosas. Y los bebés tienen más posibilidades de prematuridad. De hecho, el 60% de los embarazos dobles nacen antes del término (37 semanas) y el 20% antes de las 34 semanas. En el caso de los triples, las chances de complicaciones graves son de 2 a 4 veces mayores que en uno doble”.
Meller agrega que, aunque los embarazos triples espontáneos son bastante infrecuentes, con una tasa aproximada de 1 cada 8000, una proporción significativa aparece justamente como consecuencia de los tratamientos de fertilidad.
Si en los albores de las técnicas de reproducción asistida, allá por los años 90, los quintillizos Riganti o los sextillizos López copaban las pantallas del prime time y cautivaban a marcas de pañales como sponsors, la realidad del siglo XXI es bastante distinta.
Con el avance de la ciencia, transferir más de 3 embriones califica, directamente, como una mala práctica médica. “Gracias al desarrollo de los procesos en el laboratorio de embriología (mejores medios de cultivo, selección embrionaria mediante estudios genéticos preimplantatorios, selección embrionaria mediante inteligencia artificial, entre otros), las tasas de implantación mejoraron notablemente y la transferencia en tratamientos de alta complejidad de más de un embrión ya es parte del pasado”, explica el doctor Adán Nabel, ginecólogo especialista en Técnicas de Reproducción Humana Asistida del Cegyr (Centro de Estudios en Genética y Reproducción). “Cuando se transfiere más de un embrión a una paciente, de hecho, es muy posible que el médico no se haya tomado el tiempo necesario para explicarle los riesgos que conlleva para la salud del bebé, la madre y en último lugar para el sistema de salud”.
En el caso de Cintia, sus hijos nacieron a través de una cesárea de urgencia realizada en la semana 29 porque la placenta de Catalina, una de las bebas, había dejado de funcionar. El nene, Romeo, necesitó oxígeno y estuvo intubado mientras que Leia, la tercera beba, también presentó dificultad respiratoria los primeros días. Los tres quedaron en Neonatología: Catalina (que fue la más chiquita, con apenas 787 gramos) permaneció 71 días internada; Leia 58, y Romeo 60.
Cintia asegura que durante ese tiempo prácticamente vivía en la clínica. Sumado al miedo constante, el tema de la lactancia fue complejo: primero, porque ella se sacaba leche varias veces por día y estaba agotada. Y después, porque los bebés eran tan chiquitos que no podían alimentarse por succión. Tampoco tuvo apoyo de los médicos, que le aseguraban que no podría amamantar a 3 y en el medio desarrolló una mastitis, que es una infección muy dolorosa con picos de fiebre y malestar corporal. “Me iba a la mañana y me quedaba hasta la noche. Solo volvía a dormir a mi casa. Fue muy duro”, afirma Cintia.
A todo esto, como las altas de los bebés fueron escalonadas, mientras Catalina seguía en Neonatología, Romeo y Leia ya estaban en la casa. “Yo iba a la clínica y el papá se quedaba con los otros dos. Fue tremendo, habrán sido 10 días así”, recuerda Cintia.
También recuerda que no le alcanzaban las manos, ni la cabeza, ni el cuerpo. “No parás nunca, terminás con un bebé y empieza el otro. Los pañales, la teta, la mamadera, los vómitos: los 3 te necesitan al mismo tiempo, todo el tiempo. No hay un segundo de descanso”, dice, y agrega que las visitas esporádicas que pasaban a conocer a sus hijos se quedaban “una o dos horas” y seguían camino.
Desborde
Hace pocas semanas, trascendió el caso de una madre que debió recurrir a la policía porque no podía reconocer a sus propios gemelos. “El premio a la madre del año me gané”, escribió ella misma en sus redes sociales, a modo de chiste. Pero detrás de la anécdota, el desborde aparece como factor recurrente de cualquier parto múltiple. La entrada a la maternidad es abrupta y la cotidianidad se transforma por completo. “Yo estaba sustraída de mis necesidades, totalmente abocada a ellos. Mi vida cambió drásticamente: no podía subirme a un remise con los 3 huevitos para ir a visitar a una amiga, por ejemplo. Recién a los 5 años me animé a llevarlos sola a la plaza. Y hace muy poco logré viajar en colectivo con ellos. Creo que si pude sobrevivir al principio fue porque a la noche, gracias a Dios, dormían, y eso me permitía reponer energías para el día siguiente”, admite Cintia.
En la Argentina, no existen dentro del sistema de salud protocolos para la contención de este tipo de gestaciones (más allá de los obstetras especializados). Y si bien el reciente proyecto de ley Cuidar en Igualdad contempla extender la licencia para casos de partos múltiples (así como también para prematuros, enfermedades crónicas o casos de discapacidad), al momento sigue siendo la misma para todas las madres: 90 días de corrido que empiezan 45 días antes del nacimiento y siguen 45 días después (o se dividen en 30 días previos y 60 posteriores). “Mis hijos estuvieron casi 3 meses internados, a mí la licencia se me terminaba justo cuando les dieron el alta”, comparte Cintia, a quien, de todas formas, la empresa en la que trabajaba no le renovó el contrato finalizado ese período. A nivel familiar, entonces, pasaron de ser 2 integrantes con 2 sueldos, a ser 5, con una única entrada.
En una reciente nota del diario El País, la psicóloga perinatal Andrea Rueda asegura: “La llegada de dos o más bebés tiene un impacto en cuanto a espacios, de organización, de tiempos, de logística; a lo que hay que sumar que muchas parejas han pasado por largos tratamientos de reproducción asistida, lo que conlleva desgaste y una situación económica que se puede ver debilitada. La pareja llega cansada y, en muchas ocasiones, endeudada. Sin embargo, sienten que no pueden quejarse porque han llegado donde querían llegar”.
Fue justamente a partir de su experiencia, de enorme soledad y falta de profesionales para asesorarla, que Cintia decidió redireccionar su profesión y se especializó en psicología perinatal orientada a embarazos múltiples. “La etiqueta de ‘alto riesgo’ que llevan estos embarazos desde el primer momento tiene consecuencias directas en el psiquismo de las familias, es muy importante saber contenerlas”, asegura González, que hoy acompaña terapéuticamente a muchísimas mujeres y parejas en esa situación.
“En términos generales, los primeros años el nivel de intensidad es muy alto”, comenta. “Pero luego las cosas tampoco son tan fáciles… Cuando mis hijos cumplieron 2 años, por ejemplo, empezaron a ir al jardín; yo quería tratar de salir de esa entrega absoluta en la que estaba, pero no conseguía a nadie que quisiera cuidar a 3. Y aún hoy me pasa que si estamos juntos, se pelean por quién viene a upa, a quién le sirvo primero la comida, si le das un beso a uno los otros te están mirando o me hablan todos al mismo tiempo.”
Por todo esto, la ayuda se dibuja como una olla de oro al final del arcoíris, en todas las etapas. Cintia concluye: “Más allá de la dificultad de conseguir quién los cuidara, la verdad es que yo quise hacer todo sola; creía que debía ser una ‘supermamá’, pero fui una tonta. La ayuda, el sostén y el relevo son fundamentales para mantener la salud mental. Eso es lo que, hoy, les digo a todas mis pacientes”.
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