En su último encuentro con LA NACION, el exmanager de modelos contó que tocó fondo, pero que logró ponerse de pie gracias a la fotografía y a su fuerza de voluntad; el texto fue originalmente publicado a principios de 2023
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Dice que ahora sí entendió todo y se jacta de no sentir nostalgia. Ricardo Piñeiro, el manager de modelos que marcó, entre otros, la estética de los años 90, asegura estar viviendo uno de los mejores momentos de su vida.
Sereno, lejos del campo donde fue muy feliz pero que ahora casi no recuerda, camina con sus “chicas” por las calles de Recoleta: María Jesús, Olimpia, Helena y Amelie, las perras salchicha que lo escoltan noche y día, ya son famosas en el barrio. A veces les sacan fotos, pero en realidad es él quien no para con su antigua Leica, obsesionado, retratando fachadas y cúpulas de edificios. “El mundo de las modelos ya fue. Hice todo lo que quise hasta hartarme. Por suerte me salvó la fotografía y una fuerza de voluntad que no sabía que tenía. Pasé momentos duros, pero hoy lo agradezco. Ya no me interesa el mundo de la moda. Soy más feliz como voluntario en la iglesia Hermanas Esclavas del Sagrado Corazón o inventando recetas proteicas”, dice el hombre que se codeó con Mick Jagger, Alberto de Mónaco y muchas de las supermodelos de la Argentina.
–¿Te aburrió la moda o la gente de ese mundo?
–Me aburrió todo, excepto la gente que quiero y que siempre me ayudó. Que son muchos. Me siento muy querido. Tuve la bendición de conservar amigos de oro. Es cierto que cuando uno está ahí arriba el universo resulta enorme. Después la cosa decae, y es natural. Yo en el campo vivía rodeado de gente, de situaciones sociales. Iba, venía. Pero un día las cosas se terminan y hay que saber reciclarse.
–¿Cómo fue ese camino?
–Difícil. Me estafaron, pero yo también me equivoqué. Hasta perdí mi nombre. Hubo una época en la que me vinculé con gente que, lejos de nutrirme, me terminó destruyendo. Cuando el mercado de la moda empezó a bastardearse yo quería seguir de una manera que ya no era posible. La realidad es que las cosas cambian y uno debe adaptarse a esos cambios o apartarse. Siempre fui muy idealista y bastante mal empresario. Pero de todo se aprende. Toqué fondo y pude rediseñar mi vida.
–¿Qué te pasó?
–No me gusta dar detalles ni contar tanto porque después parece que uno es solo eso que relata. Tuve un momento en que sentí que me estaba yendo al diablo con el alcohol. Pero en realidad era todo en un entorno de soledad y depresión. Había dejado el campo, el trabajo, estaba recién instalado en el centro con mis perros. No la veía por ninguna parte. Hasta que me aferré a Dios y eso me sanó. Suena de manual, pero es la verdad. Me acerqué a la iglesia y hoy soy feliz como voluntario. Es una manera de agradecer todo lo que ellos hicieron por mí.
–¿Cuál es tu rol en Las Esclavas?
–Tengo funciones múltiples. Estoy en la puerta con los números, recibiendo gente en situación de calle. Les pongo alcohol en gel en las manos, colaboro con las voluntarias que son lo más. Al principio fui para ayudar con las comidas, pero enseguida le expresé a la Madre Superiora mi deseo de ir más allá. No sé, sentí que no me servía alcanzar un plato y mandarme a mudar. Me gusta hablar con ellos, ayudar desde mi humilde experiencia.
–¿Te enoja cuando te preguntan de qué vivís?
–No, tienen derecho. La realidad es que mi vida actual es mucho más austera. Pero no necesito más. Tengo mi departamento divino, chiquito, en un barrio que me encanta. Gasto muy poco para comer porque vivo a clara de huevo, atún, tomate cherry y arroz. Afortunadamente mis fotos del libro de perros que hice hace años se siguen vendiendo. Y surgen muestras, cosa que me encanta. Soy muy gasolero. No necesito mucho para ser feliz.
–Vida opuesta a los veranos esteños de los noventa. ¿Alberto de Mónaco comió en tu casa?
–Sí, pollo con ensalada de lechuga y tomate, en la casa que alquilaba en Punta Piedras. También recibí al tenista y cantante francés Yannick Noah, que terminó tocando en un escenario que le armamos especialmente. Me codeaba con Claudia Schiffer y Natalia Vodiánova. Mick Jagger me cantó el cumpleaños feliz en un restaurante porteño... Todo me parecía normal.
–Hasta que el secretario de un expresidente, helicóptero de por medio, te salvó la vida...
–Hasta eso. Sufrí un infarto y tuve ese privilegio. Fue en la época menemista, todos saben el cuento. Yo era amigo de Carlitos Junior y de Ramón Hernández, secretario presidencial. En ese entonces vivía en Derqui. Estuve 11 horas infartado sin darme cuenta de la gravedad. Y bueno, él terminó mandándome un helicóptero. Terminé en la Casa Rosada con una ambulancia esperándome, que luego me llevó al Instituto Argentino del Diagnóstico. Mi agradecimiento será eterno.
–¿Le perdiste el miedo a la muerte?
–No, le tengo pánico. Admiro a la gente que la comprende, la acepta y se resigna a la idea. Yo no me acostumbro a las pérdidas. En los últimos tiempos perdí muchos seres queridos. Es tan frágil la vida que me impresiona. Por eso rezo y agradezco estar bien.
–Adicto al gimnasio, ¿no?
–Desde los 18 que no paro. Me encanta, me hace bien, forma parte de mi vida y me ayuda a combatir mi costado hipocondríaco. Nunca me da fiaca entrenar. Además ahí sociabilizo. Estoy con chicos más jóvenes que no tienen idea de mi pasado. Eso está buenísimo. Yo ya colgué los botines de la fama y el mundo fashion. En serio, no extraño nada. Por eso dije que no cuando me ofrecieron hacer mi biografía. Un libro y una posible serie, algo así... ¡Ni loco! Volver para atrás no está en mis planes.
–¿Aunque te paguen fortunas?
–No me interesa. Me parece una antigüedad nombrar gente que ya no está, o que está en otra. Recrear una época que fue intensa, glamorosa, pero que ya no tiene nada que ver con mi presente. Siento que de alguna manera me volvería a contaminar. Y también se enojarían algunos personajes. Yo ya no compro guerras gratis. El chusmerío me resulta detestable.
–¿Por eso no hablás de Pancho Dotto?
–Exacto. Si en su momento, que competíamos y era un Boca-River, no lo hice, imaginate si ahora me voy a meter en esa. A mí no me interesa que me nombren en los portales. Simplemente porque no tengo nada que vender. La vida es corta y creo que si uno no sale mejor después de los errores nada tiene sentido. Yo estoy reencontrándome.
–Alguna vez dijiste que te gustaría ir por la vida mirando menos. ¿Sos muy exigente con el tema estético?
–Se me va la mirada. A muchas de mis top (Mariana Arias, Karina Rabolini, Ginette Reynal, María Vázquez, Carolina Pelleriti, Lorena Ceriscioli, Dolores Moreno, entre otras) las descubrí así. La belleza me puede, tengo como un radar. Siempre me llamó la atención la perfección física, pero eso debe ir de la mano del carisma. Yo caigo muerto ante esa combinación.
–¿Te volviste ermitaño?
–Por un lado, sí. Pero después salgo por el barrio y soy una especie de intendente en campaña. Soy amigo de los dueños de todos los negocios y de los padres de todos los perros de la plaza. Hasta me enganché con el Mundial. Eso sí es inédito. Nunca me importó el fútbol, pero lo que vivimos fue impresionante. Como a todos, me encanta la alegría colectiva, sin grieta.
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