Alejada de los medios, se dedica al asesoramiento de personas con dislexia, trastorno que sus hijos y ella misma padecen
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La chica atrevida de los 90, la que encendía la pantalla con sus entrevistas irreverentes en el programa de Marcelo Tinelli, la que le robó un beso a un Luis Miguel, la misma que tuvo que escapar de sus fans en un concierto, hoy está en otro mundo. Y feliz. Porque hoy su vida pasa por la concientización sobre un tema que la atraviesa: la dislexia. Dejó de aparecer en los medios por decisión propia. Al tiempo fue madre y, viendo dificultades en el aprendizaje de su hijo mayor, Simón, comenzó a investigar.
“Empecé a notar algunas cuestiones y, después de cambiar tres veces de colegio suponiendo que el tema estaba en las aulas, descubrí lo que pasaba. Años después, ya con más experiencia, detecté lo mismo en Teo, mi segundo hijo. Y con mis 40 de entonces también supe que yo era disléxica. El diagnóstico fue fuerte pero tranquilizador. Porque pude atar cabos y entender que muchas situaciones difíciles que viví de chica en el colegio tenían que ver con eso”, cuenta la embajadora de la Asociación Dislexia y Familia (@disfamargentina), que asesora a pacientes con este trastorno cuyos síntomas son el retraso para aprender a hablar y leer, la dificultad para formar palabras correctamente y para memorizar letras, números o colores.
–Dedicada 100% a esta cruzada.
–Sí, hace casi ocho años que estoy con esta asociación sin fines de lucro que tiene como objetivo dar a conocer la dificultad, hacerla visible y acompañar. Y después de la pandemia empecé con mi instagram personal (@vinculossinbullying), donde me meto con todo. Porque considero que los padres deben preparar a los chicos para las frustraciones. Trabajo en la alianza antibullying argentina, que es federal. Estamos unidos en la prevención, haciendo campañas, hablando en escuelas. Pero claro, nada es suficiente.
–El tema de los suicidios por bullying en adolescentes es alarmante.
–Absolutamente, por eso digo que falta. Y por eso insistimos en que la escuela y la familia deben actuar. Si el chico llega triste a casa es una señal. Hay que estar muy pendientes y no minimizar nada. Hay que ir a la institución y preguntar, averiguar cómo lo están viendo. Es importante que los docentes se capaciten, pero no siempre pasa. Muchas veces damos charlas de dislexia y se presentan sólo 4 docentes de 20. Y necesitamos que ellos sean quienes expliquen en el curso que los chicos con dificultades en aprendizaje son personas muy inteligentes, pero que el mismo sistema los termina destruyendo.
–Se frustran.
–Y se sienten burros. Esa no es la palabra, pero necesito decirla porque ante la desinformación colectiva terminan sintiéndose eso. No se les permite fortalecer lo que ellos pueden hacer. Hay que modernizar la educación. Estamos en época de elecciones y, la verdad, me da risa tanta hipocresía. Todos hablan de educación pero después nadie hace nada.
–Lograron una ley, ¿no?
–Sí, ahora los chicos tienen más tiempo para hacer las pruebas, está la opción de que la realicen en forma oral o adaptar la letra si lo necesitan. Todo depende del caso. Sucede que un chico puede tener dislaxia (dificultad para hablar) o discalculia (dificultad en los números). Las dos cosas, o una. Uno se va dando cuenta. Y ahí es cuando surgió lo mío. Un día la psicopedagoga me dijo que yo tenía que hacerme el diagnóstico. Primero me sorprendí, pero enseguida empecé a ver la historia de mi vida con los ojos puestos en algunas situaciones del pasado. Y sí. Salió que soy disléxica. Me enteré de grandulona y entonces entendí todo. Ahora tenían justificación esas tristezas de la niñez.
–¿Por ejemplo?
–La desesperación por no llegar, el momento en el que borraban el pizarrón. Mi madre preocupada, cambiándome de colegio. Me pegó mucho entenderlo tanto tiempo después. Es medio parecido a lo de Maju Lozano con su autismo. De golpe atás cabos, te parás en otro lugar y te abrazás con la persona que fuiste, que construíste, que sos.
–¿Sufriste bullying?
–Y sí. Siempre cuando no sos el más capo te pasa. Y no importa la belleza, porque también con eso se meten. En mi época se estilaba mucho eso de la rubia tarada o la modelo tonta. Por suerte ahora sucede menos. Pero ahora hay otros temas. Sigo pensando que el bullying es el problema del futuro y que las estadísticas sobre suicidios no son certeras.
–¿Te impresiona que exista tanta intriga sobre tu desaparición abrupta en los medios?
–Me impresionan muchas cosas. En primer lugar, algunos títulos del estilo “el drama de Marina Vollmann con sus hijos”. Eso es desinformación y estupidez. Tengo dos chicos re sanos, inteligentes, hermosos, que hacen vida absolutamente normal. Drama es tener un hijo con una enfermedad oncológica o que te lo baleen en un episodio de inseguridad. Y con respecto a mí, dejé la tele porque ya no quería exposición. Era muy joven y desfachatada cuando explotó mi personaje. La pasé bomba haciendo tele con Tinelli, tuve mucha popularidad haciendo de mí. Pero no podés seguir toda la vida con eso. Fue una época maravillosa. Gané mi plata, me pude ir a vivir sola, autoabastecerme. También me fue muy bien como modelo. La pegué con mi pelo cortito; enseguida me agarró Ricardo Piñeiro e hice muchísimas campañas.
–¿Y el capítulo actriz? ¿Qué pasó?
–Hice cursos, en su momento lo tomé como una continuación natural de mi carrera. Acepté bastantes cosas pero la verdad es que no lo disfrutaba. Me hacía la que me gustaba porque necesitaba trabajar. A mí sólo me divirtió todo eso cuando hacía de mí. Al tiempo me puse con un socio a producir teatro under. Teníamos libros re buenos, fue una linda etapa.
–Estás en pareja hace mil años...
–Sí, 18. Un montón. Con Daniel Rodríguez, el padre de mi segundo hijo. El es de otro palo, empresario. Y construímos una familia feliz y muy tipo. La casa, los chicos, los perros, las vacaciones, el grupo de buenos amigos. Además él valora mucho mi dedicación al tema de la dislexia, toda la movida de apoyo social que me tiene ocupada y apasionada.
–¿Te molesta que cada tanto vuelvan al tema del beso con Luis Miguel?
–¡Pero no! Es una locura porque cada tanto lo reflotan en algún lugar del mundo y yo me entero porque empiezan a caerme solicitudes en Instagram a lo loco. Tuvo tanto impacto porque Luismi había llegado a la Argentina muy bajoneado, a una semana de la muerte del padre. Marcelo había avisado que no daba notas pero yo, insolente, me quedé a un costado y lo provoqué para que diga algo. Y él se acercó, me saludó y me dijo que a mí sí me la daría. Yo ya lo había conocido en Los Angeles, cuando lanzó el disco de boleros. Y se dio ese jugueteo famoso, que terminó con el beso. Nadie podía creer la situación.
–Y ahí te hiciste odiar por las fans...
–Es que me invitó al show en el Luna Park y yo fui lo más tranquila. Estaba sentada con amigas y de pronto empezamos a escuchar insultos, pero onda cancha. Y más, más... Hasta que me dicen “¡che, te están nombrando a vos!” Me odiaron por esa nota del día anterior. La cosa es que vinieron de la organización para que me mudara bien adelante, pero a mí me dio miedo y me fui a mi casa. Eran bravísimas las chicas.
–Ahora que aceptaste hacer la nota ya no hay misterios. Estás regia. ¿Te cuidás mucho?
–La verdad es que siempre fui flaca y eso ayuda. Entreno, soy coqueta, me hago alguna cosita pero cero cirugías. Mi etapa actual no está puesta en eso. Gracias a Dios que no me dio por ahí. Porque a veces con mis amigas vemos cada cosa en la tele. Se deforman, se obsesionan. Y la juventud eterna es imposible.
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