Marie Tussaud se dedicaba a esculpir máscaras mortuorias de los aristócratas, militares y políticos que pasaban por la guillotina en la época de la Revolución Francesa; en Londres abrió el primer museo de cera que lleva su nombre y que hoy tiene 25 sucursales repartidas por el mundo
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Hace ya tiempo que la cadena de museos de cera Madame Tussaud’s se transformó en una serie de parques de diversión indoor. Ese cambio fue sinónimo de éxito: la casa madre en Londres es una de las diez atracciones más visitadas de la capital británica, con tres millones de visitantes en 2019.
La primera sorprendida de la magnitud de este éxito comercial sería sin duda la mismísima señora Marie Tussaud, aunque ese había sido su anhelo. Sin embargo, se asombraría sobre todo al comprender que ahora una efigie de cera es vista como una diversión. Ella siempre había encarado su negocio apelando al morbo humano y basándose en el horror y el terror.
Tenía con qué: confeccionó buena parte de su colección durante las horas más oscuras y sangrientas del Terror, la fase más extrema del proceso revolucionario francés, a fines del siglo XVIII. En aquellos terribles años, ella esculpía máscaras mortuorias de los aristócratas, los militares y los políticos que pasaban por la guillotina. Trabajo no le faltó, porque la “Viuda Roja” o “Madera de Justicia”, como llamaban los cronistas de la época a la máquina de cortar cabezas, funcionaba a pleno. Y ella misma estuvo a punto de sentir ese “soplo fresco sobre la nuca” (las palabras que usó el Dr. Guillotin para presentar su invento a los revolucionarios).
Confeccionó buena parte de su colección durante las horas más oscuras y sangrientas del Terror, la fase más extrema del proceso revolucionario francés, a fines del siglo XVIII.
En sus memorias, bastante noveladas por cierto, cuenta haber sido denunciada y enviada a una cárcel. Tuvo la suerte de poder salir con la cabeza sobre los hombros gracias a la intervención del pintor revolucionario Jacques-Louis David, que apreciaba su talento de escultora y retratista. A cambio, se comprometió a esculpir con cera la cara de los guillotinados, un trabajo infame que supo transformar en bonanza económica gracias a su talento para los negocios. Durante el periodo más sombrío de la revolución se dedicó entonces a confeccionar máscaras mortuorias, y las dos más famosas fueron las de María Antonieta y Luis XVI.
Mujer de artes y negocios
Marie Tussaud era una gran artista, pero fue mejor comerciante aún. No soló llevó al pináculo un oficio que apenas suscitaba curiosidad, sino que inventó una nueva manera de distraerse -aunque de manera dudosamente ética-, creando el primer museo de cera de la historia.
Su historia atípica empezó en 1761, el año en que nació en Estrasburgo. Su madre consiguió trabajo como mucama para un anatomista suizo, Philipp Wilhelm Matthias Kurtz, que mudó sus artes de Berna a París en 1765, respondiendo a la invitación de un príncipe de la corte. La joven Marie, que lo consideraba como su tío, lo acompañó para convertirse en su asistente en la primera gran atracción que Kurtz -entonces rebautizado Philippe Mathé-Curtz y conocido como Curtius- organizó en el Palais-Royal. Había reconstituido un almuerzo de la familia real en su palacio de Versailles con maniquíes de cera, empleando una técnica que se usaba desde el siglo anterior para realizar réplicas en ese material de los monarcas al momento de su muerte.
En sus memorias, la joven aprendiz afirmó que para sus primeros trabajos eligió a Voltaire, Rousseau y Benjamin Franklin, cuyas efigies se sumaron a la impresionante colección que iba acumulando el taller del maestro bernés. Artistas, escritores, figuras populares, reyes y emperadores, pero también asesinos: las personalidades de la segunda mitad del siglo XVIII tenían sus dobles gracias al arte de Curtius y su sobrina postiza.
Una de ellas, realizada en 1765, es la más antigua que se haya conservado hasta la actualidad. Se expone en el Madame Tussauds de Londres, donde se la presenta como Bella Durmiente. Fue creada por Curtius y tiene los rasgos de Madame du Barry, la amante del rey Luis XV. Hace ya dos siglos y medio que duerme sobre una chaise-longue y un mecanismo dentro de su pecho da la ilusión de que está respirando.
Una cámara para el horror
Cuando murió en 1794, el maestro anatomista legó su increíble galería de figuras de cera a Marie que decidió continuar su obra y su arte. Al año siguiente se casó con François Tussaud, con quien tuvo varios hijos. Solo dos varones sobrevivieron y, en plena época napoleónica, se embarcó sola con el mayor de los dos para Inglaterra. Dejó en París a su marido y un bebé y armó una muestra itinerante de máscaras de guillotinados por las Islas Británicas. Ese espeluznante aporte formaba parte del show del mago Paul Philidor, el pionero de las fantasmagorías, un género muy popular en aquel entonces.
Luego de separarse de su socio, siguió sola con su negocio atípico e hizo venir a su segundo hijo con ella, dejando en el continente a un Monsieur Tussaud que terminaba de dilapidar la parte de la colección que ella no había podido llevarse.
Su museo abrió formalmente en 1835, cuando ya se había cansado de las giras. Estaba situado en Baker Street, una calle que se haría famosa gracias a las aventuras de Sherlock Holmes, muy cerca de donde lo encontramos hoy (sobre Marylebone Road). Sumó algunos asesinos y activistas británicos a los decapitados y armó en un rincón de su muestra lo que llamó la Chamber of Horrors. Parte se perdió durante un incendio en los años 20 del siglo pasado y parte durante los bombardeos alemanes durante el Blitz en 1941. Quedó finalmente muy poco del trabajo realizado por Madame Tussaud en persona, pero la Cámara de los Horrores fue actualizada a lo largo del tiempo y participó en el éxito del museo hasta su cierre definitivo en 2016.
Polémicas de hoy y del pasado
Nuevos tiempos, nuevas costumbres. Si bien existe todavía un rincón del museo y paneles dedicados a la dama y su arte, los turistas vienen de a millones para sacarse fotos con las réplicas de las celebridades del momento. El horror fue cambiado por glamour y lo oscuro por luz y lentejuelas. En lugar de asesinos y asesinados, se exhiben efigies de popstars, de deportistas o de celebridades mundiales. Madame Tussaud presenta así a cientos de personalidades en sus más de 25 sucursales alrededor del mundo. En Londres se puede interactuar con unos 300 personajes repartidos en una quincena de áreas distintas. Están todos: desde la Reina Isabel hasta los Beatles, desde Sir Winston Churchill hasta Hugh Grant. Uno de los sectores está dedicado a los héroes de Marvel y otro al universo de Star Wars.
El horror fue cambiado por glamour y lo oscuro por luz y lentejuelas. En lugar de asesinos y asesinados, se exhiben efigies de popstars, de deportistas o de celebridades mundiales. Madame Tussaud presenta así a cientos de personalidades en sus más de 25 sucursales alrededor del mundo.
Hay que reconocer que si bien la mayoría de las figuras están logradas, algunas no lo están en absoluto. Se presentó por ejemplo la efigie de Rihanna en el Madame Tussauds de Berlín a fines de 2019 y si no fuese por el cartelito identificatorio, los visitantes todavía se preguntarían quién es. Les faltó a los creadores de esta estatua el talento de Marie Tussaud. Los historiadores concuerdan con Curtius para destacar su increíble habilidad en restituir los rasgos de una persona. Pero les parece muy improbable que haya podido realizar sus máscaras sobre las cabezas recién cortadas de sus modelos, como ella misma pretendía. Piensan que trabajaba más bien basándose en ilustraciones.
Resulta muy difícil separar la verdad de la leyenda en la vida de esta mujer fuera de lo común, tan buena artista como excelente business woman. Para venderse mejor, no dudaba en inventar. Se comprobó así que la máscara de Robespierre conservada en Londres, que aseguró haber hecho ella misma el 10 de termidor del Año II (el 28 de julio de 1794) sobre la cabeza decapitada, fue en realidad reconstituida a partir de grabados.
No se puede decir lo mismo de la réplica de la cara de Jean-Paul Marat, conservada en la Biblioteca de Lyon. Marie Tussaud la realizó sobre el difunto revolucionario apuñalado en su bañera, a pedido de Jacques-Louis David. Sirvió al pintor para ejecutar su famosa obra La mort de Marat. Aunque la versión que presentó en Londres era totalmente distinta y distorsionada, para producir escalofríos entre el público… Conocía su arte a la perfección, pero dominaba mejor aún los resortes del alma humana.
Uno de los mejores homenajes jamás hechos a su museo llegó de la pluma de su compatriota Jules Verne. En la novela La vuelta al mundo en 80 días, uno de los personajes menciona la muestra y comenta que a los maniquíes de cera solo les falta la palabra para ser reales. Uno de ellos, además, representa a la propia Madame Tussaud. Es una autoefigie -a la manera de los autorretratos de los pintores- que hizo cuando era ya anciana. Se la ve como una de esas abuelas de comerciales de antaño, aquellas que preparan mermeladas o dulces. Pero en sus ollas Marie Tussaud guardaba ceras… A su muerte, en 1850, sus hijos continuaron con el negocio materno, que ya se llamaba Madame Tussaud and Sons. Unos años antes, habían logrado que la joven reina Victoria posara para su efigie de cera. Ese logro provocó un enorme éxito comercial y mostró a los tres Tussaud que el público quería ver también a famosos… Como ahora.
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