Sus hijos están dentro del 2% de las personas más inteligentes del mundo y se destacan en muchos ámbitos; su crianza, dicen sus padres, es complicada
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Samuel Ovejero tenía un año recién cumplido cuando comenzó a reconocer y a nombrar uno por uno los colores. Decía “rojo”, “verde”, “negro”, señalando diferentes objetos y figuras, mientras que la mayoría de los niños de su edad apenas pronunciaban, entre balbuceos, sus primeras palabras.
El gran avance de Samuel se volvió aún más notorio cuando cumplió tres años y aprendió a sumar y restar sin que nadie se lo enseñara. Después aparecieron los planteos profundos, “Un día me preguntó de qué y a qué edad se morían las personas. Le dije que cuando la gente llegaba a los 100 años se moría. Unos días después, fuimos al cumpleaños de su abuela, que cumplía 75, y Samuel me dice: ‘ma, faltan solo 25 años para que se muera mi abuela’, y se puso a llorar como loco, porque la iba a extrañar. Yo sabía que él podía hacer esa cuenta. Lo que más me sorprendió fue el planteo, con tan solo tres años”, cuenta Yamila García, su madre.
Ese mismo año, luego de varios estudios, Samuel obtuvo su psicodiagnóstico: tenía superdotación, con un coeficiente intelectual (CI) de 135, cuando la media es de entre 90 y 109, según la escala Weschler. “Una psicóloga especialista en el tema lo evaluó y nos comunicó que nuestro hijo está dentro del 2% de las personas mas inteligentes del mundo. Ahí es cuando empezamos a entender que Samuel no solo iba a aprender a leer y escribir mucho antes que sus compañeros, sino que también iba a tener un montón de contras”, dice García.
Hoy, su hijo tiene cinco años y, además de saber multiplicar y dividir y disfrutar de jugar al ajedrez con adultos, se destaca en el fútbol. Actualmente, está siendo probado para ingresar a River como arquero de fútbol 11.
Según los especialistas, de considera que una persona tiene un alto coeficiente intelectual (ACI) cuando su CI, que se mide con un test, supera los 115 puntos de la escala Weschler, que equivale al percentil intelectual 95. Este grupo abarca a personas con talentos simples, talentos combinados, precocidad y superdotación. Este último grupo engloba a las personas cuyo CI es superior a 130, que equivale al percentil 98.
Pero el diagnóstico no solo depende de esta cifra, explica la doctoranda en Psicología y especialista en altos coeficientes intelectuales Patricia Simao. También hay otros aspectos de la persona que se evalúan a la hora de confirmar el psicodiagnóstico de superdotación, como la parte cognitiva, emocional, la personalidad y la creatividad.
Aunque la definición de superdotación fue cambiando con el tiempo y al día de hoy no existe un consenso internacional sobre la forma de medirla, Simao puntualiza algunas de las características que suelen compartir los niños con esta cualidad. “Generalizando, es posible decir que son sumamente curiosos y creativos, y tienen intereses diversos. Agarran un tema y, hasta que no lo agotan, no paran. Y después pasan a otro tema totalmente diferente. También son muy sensibles, justicieros e intensos. Suelen dormir poco, y de todas formas tienen mucha energía. En la mayoría de los casos, tienen muy baja tolerancia a la frustración”, detalla la especialista.
Muchos también suelen sentirse poco entendidos en el colegio, más aún antes de obtener el diagnóstico. Facundo (11), hijo de Verónica Escudero, empezó a sentirse incomprendido en el jardín de infantes. “Empezó a leer y escribir en sala de tres, y la directora no citó para pedirnos que dejáramos de sobreestimularlo porque sino se iba a aburrir en la primaria. Nosotros le respondimos que no le habíamos enseñado nada, que él había aprendido solo”, cuenta su madre, que es abogada de empresas. Su hijo, que tiene 140 de CI, obtuvo su psicodiagnóstico en segundo grado.
Al igual que la mayoría de los niños con altas capacidades intelectuales, Facundo tiene una gran desincronía entre su edad emocional, que es su edad cronológica, y su edad intelectual, que, según especialistas, fluctúa entre cuatro y 10 años más. Este desbalance, explica su madre, trae muchas complicaciones a la hora de criarlo. “Si la emoción está apoderada de él, va a actuar como un nene más chico. Pero si la razón lo está dominando, parece un adulto. Y eso puede cambiar en cuestión de segundos”.
Desde que es muy chico, Facundo pasa de un interés a otro. Hace dos años, cuando tenía nueve, se obsesionó con la astrofísica. Leyó libros sobre agujeros negros y materia oscura. Pero luego pasó a la historia argentina y, después, a las plantas. “Le interesa un tema, busca un montón de información, lo desmiembra, hasta que de repente le deja de interesar”, cuenta su madre.
La curiosidad, el hilo conductor de todos sus intereses pasajeros, lo ha llevado, incluso, a despertar a sus padres en mitad de la noche. “Puede hacerte preguntas sobre la existencia del yo a las dos de la mañana. Todo lo juzga: ‘y, ¿por qué esto?, ¿por qué aquello?’. Hay que tener mucha energía para seguirle el ritmo. Como padre, te desgasta”, dice Escudero.
Su hijo, al igual que el de García, también descarga en el deporte, ámbito en el que se destaca. Facundo es federado en hockey sobre patines en River. A su vez, los dos niños tienen en común su actitud desafiante frente a la autoridad, lo cual, en el caso de Facundo, lo ha llevado a tener problemas con docentes y directivos de la primaria y del jardín de infantes.
Los padres: “No sabés qué hacer”
La mayoría de los padres de niños con altas capacidades intelectuales (ACI) se orientan, de vez en cuando, con psicólogos especialistas, que son pocos en la Argentina. “Los padres vienen con mucha angustia, agotados. Me preguntan: ‘¿qué hago? ¿le contesto sus preguntas? ¿No le contesto?’ Sus hijos se plantean cosas que otros no. A los nueve años pueden tener planteos existenciales. Aprenden todo tan rápido que cuando algo no les sale se frustran y se enojan”, describe Simao.
La principal preocupación de los padres, dice la especialista, es la poca tolerancia a la frustración que tienen sus hijos, que suele desencadenar en grandes berrinches y también en problemas en la escuela. “Como está acostumbrado a que todo lo que hace le sale bien, cuando algo no le sale, no lo hace nunca más. Si un rompecabezas no le sale, lo desparrama todo y se va -cuenta García, madre de Samuel-. Le hacemos ejercicios para que aprenda a manejar la frustración. Por ejemplo, jugamos con él al ajedrez y no lo dejamos ganar, a pesar de que tenga cinco años. A mi me gana, al padre no”, cuenta García.
Muchos de los niños con ACI y sus padres forman parte de la comunidad de Creaidea, un espacio fundado por Héctor Roldán, miembro de Mensa Argentina y padre de un niño superdotado, en el cual se busca apoyar y contener a niños superdotados. Todos los jueves, unos 30 niños de diferentes edades se reúnen en la ludoteca de la asociación, donde, junto con psicólogos voluntarios, juegan y socializan.
“Como padres, debemos generar una crianza especial, para la que no tenés papás de referencia. Los otros padres de la escuela no tienen los mismos desafíos que vos. No tenés a nadie que te entienda y te sentís muy abrumado. Te preguntás todo el tiempo: ¿estaré centrada?”, dice Escudero. Con el fin de acompañarse en este camino, ella y otras madres de Creaidea y de la Asociación Argentina de Altas Capacidades -40 mujeres, en total- tienen un grupo de Whatsapp donde comparten dudas y experiencias relacionadas con sus hijos.
En ambos grupos hay muchas familias que tienen más de un hijo con el mismo psicodiagnóstico. Incluso, muchos padres también lo tienen. “Cuando hay un chico con altas capacidades, es muy común que uno de sus padres y sus hermanos también las tengan”, explica Simao.
Este es el caso de los hijos de María Gabriela Sirignano y Damián Glombovsky: Ezequiel, de 14, Ailén, de 11, y Tomás, de 5. Los tres tienen ACI. Su madre, sin embargo, prefiere mantener en reserva sus CI. Nunca se los comunicó a sus hijos para evitar que comparen entre ellos sus niveles de inteligencia.
Para los tres hermanos, el desafío más grande fue la escolarización, explica su madre. El mayor, Ezequiel, pasó por cinco escuelas diferentes. “Todas fueron una tortura para él. El bullying era espantoso. Pasó de primer grado a tercero, porque se aburría muchísimo en la clase. Y ahí, como era el más chico, le decían que era un bebé, le hacían la vida imposible. En el secundario, llegaron a amenazarlo de muerte. Y llegó un momento en que dijimos: basta. La nena pasaba a quinto y el chiquitito que pasaba a preescolar. Sacamos a los tres del colegio y empezaron a hacer homeschooling”, cuenta su madre, que es maestra y licenciada en Educación. Cuando se enteró del diagnóstico de su hijo mayor, hizo, además, un posgrado en Altas Capacidades Intelectuales, en España.
Sirignano fundó en 2019 su propia academia de homeschooling, y actualmente es la maestra de sus hijos. Fuera de su horario escolar, los tres niños hacen talleres y muchas actividades que ellos mismos eligen, donde socializan con otros niños.
Ailén, la hija del medio, también la pasaba mal en la escuela, pero se camuflaba más entre el resto. Según explica Simao, las niñas superdotadas suelen pasar más desapercibidas que los niños. Muchas veces, fingen no saber cosas que sí saben para no llamar la atención entre sus compañeros, explica la especialista.
“La nena hacía mutismo selectivo. Desde que entraba hasta que salía de la escuela, no decía una palabra. Al menos, le quedó una amiga. Los otros dos no tienen ni un amigo de la escuela”, dice su madre. A los tres, al igual que a la mayoría de los niños superdotados, tenían problemas de socialización en el ámbito escolar. “Como no tienen pares académicos, los otros chicos los ven como bichos raros. Los nenes de cinco no están pensando en las galaxias y en dinosaurios, como ellos”, explica Sirignano.
Algo similar le sucede a Facundo, hijo de Escudero, que estudia en una escuela pública de la ciudad de Buenos Aires. “El tema social viene complicadísimo. El bullying es insoportable. Facu tiene muchas particularidades. Nosotros trabajamos un montón el tema con él, pero es muy difícil. Casi no tiene amigos”, dice, con pesar.
Para Sirignano, que escribió tres libros sobre niños con ACI, el principal desafío en la crianza de sus hijos es intentar que tengan una niñez lo más normal posible, pese a sus particularidades. “Vos querés que sean chicos, que disfruten de la niñez. Pero es difícil, porque ellos tienen una disincronía muy grande entre lo intelectual y lo emocional. Eso las escuelas no lo entienden: te dicen: ‘¿por qué tienen esta conducta si son chicos tan inteligentes?’. Y la verdad es que no dejan de ser chicos, y eso hay que entenderlo”.
Muchos padres le preguntan a los especialistas: ¿Debo cambiarlo de colegio? ¿Qué colegio es mejor para niños superdotados? La respuesta, según Simao, depende del niño y de la contención que tenga en la escuela en la que estudia. Dentro del grupo de Creaidea, hay quienes optan por mandar a sus hijos media jornada a una escuela pública, para que tengan tiempo a la tarde de hacer otras actividades que les interesen; quienes deciden enviarlos a un colegio privado que tiene un sistema de contención especial para niños ACI, al que no todos pueden acceder por un tema económico, y, también, quienes optan por el homeschooling, como los Glombovsky,
Más allá de la escolaridad, todos los padres enfrentan la crianza de sus hijos de una manera diferente. “Hay quienes los anotan para hacer chino, esto, lo otro. Y llegan momentos en que los chicos están saturados. Nosotros apuntamos más a que hagan lo que le gusta. Al grande se le da por la programación. La nena tuvo una época en la que decía que quería ser cirujana e investigaba sobre el tema. Ahora dice que quiere seguir diseño de interiores. El mas chiquito pasó por todo lo del universo: agujeros negros, galaxias. Cuando se cansó de eso, pasó al triángulo de las bermudas. Vamos dejando que cada uno encuentre el camino que le gusta”, dice Sirignano. Y agrega: “La liberación de estos chicos ocurre cuando aprenden a leer y a escribir. A partir de ese momento, pueden investigar y aprender todo lo que les interesa. Les he puesto filtros a sus celulares y computadores para que no googleen cosas que no les hacen bien. Pero, más allá de eso, ellos buscan de todo, no tienen límites”.
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