El Original Wiener Schneekugelmanufaktur es la tienda, taller y museo donde se inventaron en 1900 las bolas decorativas más famosas del mundo: hoy, aún producen unas 200.000 unidades al año, pintadas a mano y con la cubierta de vidrio
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Hay un lugar en Viena donde brilla con intensidad el cálido espíritu navideño, una atmósfera emocional propia de película de época. En Hernals, el distrito 17, en el número 87 de la Schumanngasse, resiste un edificio de tres pisos con un viejo pasaje de carruajes y un letrero en el friso que anuncia: Original Wiener Schneekugelmanufaktur, o, dicho de otro modo, el lugar donde en 1900 se inventaron las bolas de nieve más famosas del mundo. Entre otras, aquí fue fabricada aquella simbólica bola de nieve que se rompe dramáticamente al inicio de la película Ciudadano Kane justo después de que se pronuncie la primera palabra, Rosebud.
Como en un cuento infantil de Hans Christian Andersen —quien, por cierto, vivió en Viena en 1834, como recuerda una placa en la Bonnergasse—, un día de aquel primer año del siglo XX un mecánico de instrumentos quirúrgicos llamado Erwin Perzy I creó accidentalmente el primer globo de nieve tras realizar un experimento. Como tantos otros grandes aciertos, este fue fruto del error y de la buena voluntad.
Para empezar, Perzy, que desde niño fue conocido por su afición a los juguetes, en la víspera de año nuevo inventó el Silvesterguss vienés, un artilugio con el que aún se siguen divirtiendo los vieneses fundiendo figuras de plomo la noche de fin de año. Dado que Perzy trabajaba en un hospital y apuntaba maneras, los médicos le pidieron que buscara una solución para conseguir un sistema de iluminación más refulgente que ayudara a realizar las operaciones con mayor visibilidad. Así, el objetivo embrionario de Erwin cuando dio con las bolas de nieve era tratar de iluminar mejor los quirófanos. Se inspiró en los zapateros, que para conseguir más luz de una vela colocaban un globo de cristal lleno de agua delante de la llama. Esto les daba un punto de luz del tamaño de una mano. Como la bola estaba llena de agua, se utilizaba como lupa. Perzy añadía sin suerte diferentes materiales al agua para ayudar a magnificar la luz que se reflejaba. En esas fue a la cocina, donde alguien había dejado sémola, utilizada entonces para la alimentación de los bebés, y haciendo caso a su instinto vació el bote dentro del globo de cristal. El polvo blanco se empapó de agua y flotó lentamente hasta la base, generando un efecto similar al de las nevadas que activó su capacidad inventiva.
Como el inquieto Perzy también ayudaba a un amigo a crear un pequeño modelo en miniatura de la iglesia de Maria Zell del sur de Viena para venderlo como souvenir, se le ocurrió poner esa misma maqueta de la iglesia en la bola y añadir gravilla blanca. Entonces sí, nació la primera bola de nieve con diorama, tal y como la entendemos hoy. Medía 40 milímetros de diámetro, y se asentaba sobre una base de yeso que se pintó de negro.
Casi 123 años después, el último día de noviembre a las cinco de la tarde, cuando Viena ya ha oscurecido por completo y las calles del barrio están vacías, la tienda de este taller-museo está a reventar. Hay turistas, hay familias, hay niños, hay madres que encargan modelos concretos, hay abuelas con una lista en la mano, hay un grupo de japoneses que no puede contener la emoción por haber llegado hasta aquí y hay también una señora que le entrega una bolsa a Erwin Perzy III, nieto del fundador y actual cabeza visible de un proyecto familiar imperecedero. Perzy III saca del interior de la bolsa una antigua bola de nieve: “Sí, esta clienta viene para que la reparemos, también somos taller”. La señora, en efecto, compró aquí la pieza hace 34 años y la semana pasada dejó de funcionar. Una bola nueva cuesta 15 euros y tal vez la reparación le salga más cara, pero para muchos vieneses su bola de nieve es su bola de nieve.
Perzy III es un hombre que no esconde su entusiasmo. Está orgulloso de evocar a su abuelo y a su padre, que fue quien tras la II Guerra Mundial experimentó con nuevos diseños e incorporó árboles de Navidad, Papá Noel y muñecos de nieve, los tres motivos que siguen triunfando hoy, y quien también introdujo un nuevo material para la nieve artificial que sigue siendo el secreto mejor guardado de la compañía. Igual de orgulloso como de anunciar que será su hija, Sabine Perzy, quien tomará su relevo cuando él se jubile y quien liderará la cuarta generación Perzy al frente del negocio. A día de hoy la empresa suma 350 diseños en su gama estándar, pero los clientes también pueden personalizar sus órdenes. De hecho, los encargos a medida representan el 20% de las ventas. Producen más de 200.000 unidades al año y resisten con humor y soltura el embiste de las infinitas imitaciones y la piratería.
Aquí se reivindica la exclusividad: estos globos de nieve están pintados y montados a mano. La cubierta, además, aún está hecha de vidrio en lugar de plástico. Existen distintos tamaños. Perzy III asegura que lo que más le conmueve es observar a niños manipular las bombillas solo por el placer instantáneo de ver la caída lenta de la nieve y destaca el milagro de que siga gustando un juguete que no tiene batería, ni pilas, ni se enchufa, ni hace ruido, ni tiene superhéroes que se persiguen, y en cuyo interior no se pelea contra nadie. Y es que cada simple bola de nieve, cada interior nevado, refleja y remite a un pequeño mundo ideal en el que, francamente, se está muy bien. “La invención de mi abuelo ha dado mucha alegría y deleite a millones de personas y ahora es buscado por coleccionistas de todo el mundo”, explica a EL PAÍS. “El emperador Francisco José I le concedió con orgullo un premio especial por sus diseños como juguetero. Hoy seguimos produciendo el globo de nieve completamente a mano y, al igual que las creaciones de mi abuelo, no importa si producimos uno o miles, cada pieza es tan única como un copo de nieve”, añade.
Se siente el peso y la responsabilidad de la tradición. “Para mí, tradición significa retomar el trabajo y las ideas de mis padres y abuelos y ayudar a mis hijos a tener éxito en el futuro”, asegura Erwin Perzy III. En una vitrina se descubren fotos con Obama y George Clooney: “Hemos diseñado globos de nieve especiales para muchas celebridades”, añade. Y recuerda: “Se han hecho diseños personalizados de globos de nieve para los presidentes Reagan, Clinton —el suyo medía 120 milímetros sobre una base de plata maciza y contenía el confeti original que se lanzó en su fiesta de investidura— y Obama, o la reina Margarita de Dinamarca”.
Es bien sabido que por estas fechas en Viena brilla el espíritu navideño en los clásicos mercados de Adviento, con su excedente de actividades que van más allá del glühwein (vino caliente especiado) o del kartoffelpuffer (deliciosos panqueques de patata rallada y frita). En la clásica juguetería Bannert, en la transacción de árboles que tiene lugar en plazas y calles de sus 23 distritos, en las miradas de los niños que esperan la generosidad del Christkind (por aquí no pasa Papá Noel, sino el niño Jesús) o incluso en la rimbombante tienda Manner de Stephansplatz, donde uno puede encontrar todas las versiones imaginables y no imaginables de la wafer más tradicional de Austria, la napolitana que encaCuando hay una bola de nieve en cuyo interior aparece el inconfundible envoltorio rosa de la napolitana Manner da por pensar que no se puede hallar souvenir más autóctono. Para encontrar algo más vienés habría que recurrir a Joseph Haydn, Otto Wagner, el joven Billy Wilder o al schnitzel, lo que nunca es mala idea. Claro, por algo decía Freud, quien tanto pensó en Viena, que solo la cultura podía defender a la civilización del impulso.ndila a viajeros prácticamente desde que Josef Manner la fundara en 1890.