En 2006, el ídolo deportivo era un suplente de la selección y el Barcelona de bajo perfil que visitaba por primera vez Bariloche y que, gracias a Adrián Dárgelos y Carca, pudo sortear la entrada
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Nada circula más rápido en internet que la imagen de una celebridad fuera de contexto. En ese sentido, la foto de un jovencísimo Lionel Messi junto a Carca y Adrián Dárgelos de Babasónicos tiene demasiada carga viral. Es como su hubiera sido generada por un algoritmo. Hasta sus caras risueñas parecen decir: “Ya sabemos: esto es ridículo, jaja”. ¿Quién la sacó? ¿Dónde se cruzaron? ¿Cómo se conocieron? Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta evidente, lo cual no hace más que darle a la imagen una dosis extra de potencia y longevidad: desde hace años da vueltas por redes sociales. Hoy podemos decir que la historia detrás del encuentro es igual de random que la foto en sí misma. Sabemos, por ejemplo, que sucedió en el VIP de un boliche de Bariloche, en 2006. Que Messi estaba de vacaciones junto a su hermano y su primo. Y que no tenía ni idea de quiénes eran los Babasónicos.
“El pibe estaba re perdido”, dice Estanislao Fuster, autor de la foto en cuestión, que reconstruye ese cruce improbable por primera vez para La Nación. “Recién había cumplido 19 años y se había pasado buena parte de su vida encerrado en Barcelona, dándole a la pelotita. Esa noche andaba ahí en el VIP calladito, todo vestido de Adidas… No entendía nada de lo que pasaba”.
Pero vayamos un poquito para atrás. Todos recordamos dónde estaba Messi dos semanas antes de esa noche: en Berlín, más precisamente en el banco de suplentes de la selección argentina, con los brazos cruzados y la mirada en el suelo, empacadísimo por el hecho de estar quedándose afuera del Mundial contra Alemania sin siquiera tener la posibilidad de jugar un rato para cambiar la historia. Dice Dárgelos en “Camarín”: “La sombra de la frustración se cierne sobre mi cara”. Así estaba Messi en ese momento.
Así que volvió a Rosario y decidió que necesitaba vacaciones. Destino: Bariloche, el viaje de egresados que nunca tuvo. Arregló un canje con Auckland, una nueva agencia de viajes de su ciudad, y se llevó de acompañantes a su hermano Matías y a su primo Emanuel Biancucchi, futbolista como él y compinche desde que eran chiquitos. Allá los esperaba Fuster, rosarino de nacimiento y amigo del dueño de Auckland, que estaba hacía unos años en la ciudad ofreciendo sus servicios de fotógrafo y videasta a estudiantes y turistas. “Me pidieron que les diera una mano”, dice, “porque en Bariloche son todos gurkas: llegás con alguien conocido y te hacen ir a todos los restaurantes, a todos los bares, a todas las excursiones… Vuelan, los muchachos. Pero ellos se querían mantener al margen”.
Como un hijo de vecino
Fuster pasó a buscar a los Messi por el aeropuerto a la seis de la tarde de un viernes y se los llevó a comer un asado a lo de un amigo. “Cero cholulo”, dice. Después de la cena, cerca de la medianoche, él se fue a hacer un trabajo de fotografía y el resto encaró para el Roxy, donde tocaba Emmanuel Horvilleur. Tenían todo arreglado para pasar derecho al VIP, pero algo falló y Fuster no estaba ahí para solucionarlo. Messi quedó varado en la entrada. Los patovicas no lo dejaban pasar. Esto suena ridículo, pero era 2006: no estamos hablando de la superestrella del deporte que conocemos hoy sino de un suplente de la selección y el Barcelona que, además, siempre fue extremadamente reservado y de bajo perfil. Rebotó en la entrada como cualquier hijo de vecino.
Esa misma noche, un poco más temprano, Babasónicos se había presentado en el club de Bomberos Voluntarios de la ciudad y ahora los músicos estaban de nuevo en el hotel, listos para salir a divertirse. “Un amigo me dijo que tocaba Emma enfrente”, contó Carca en el programa ¿Quién Mató al Disc Jockey? de FM Galena en 2020, “entonces fuimos, llegamos a la puerta y mi amigo dice: ‘Che, ese es Messi’. Y a nosotros nos hacen pasar, entonces lo manoteamos y lo metimos”. Así fue como Lionel finalmente terminó en ese VIP.
Cuando Fuster llegó al Roxy un poco más tarde, se encontró a Messi sentado en un sillón, rodeado por los Babasónicos. “Le comían la oreja, taca-taca-taca-taca, y él decía a todo que sí”, recuerda. Sacó varias fotos, entre ellas la que se viralizó (el dato curioso es que en la versión original, además de Dárgelos y Carca, aparece también el dueño de Auckland, al que alguien recortó antes de poner la imagen a circular). En ese momento, un fotógrafo freelance podía venderle una foto así a Caras o Gente por 300 dólares. “De hecho me querían coimear todo el tiempo para que los dejara acercarse”, dice Fuster. “Pero yo no solo nunca las vendí, sino que después las fui pasando. Se las di a Carca en un show en Rosario. Y mi hermano se las pudo dar a Messi en Barcelona y Lionel se acordaba de lo bien que la habíamos pasado… ¿Qué mejor paga que esa?”.
Ahora que pasaron varios años, Fuster también se anima a contar que, al día siguiente, de paseo por el cerro Catedral, Messi anduvo en cuatriciclo a pesar de que el contrato con el Barcelona le prohibía hacer cualquier tipo de actividad que pusiera en riesgo su físico. Los paparazzi tenían esas fotos. El único motivo por el que no salieron a la luz fue que, cuando volvieron de la excursión, negociaron: Messi posó para ellos a cambio de que borraran las imágenes que pudieran incriminarlo. En las notas que salieron en las revistas de la época decía que Lionel había ido a acompañar a su hermano y a su primo.
Volviendo a la noche en el boliche, Fuster no fue el único que protegió a Messi de los fotógrafos. En su programa de El Destape Radio, la periodista Maitena Aboitiz –que también estaba en el VIP viendo a Horvilleur– contó que vio cómo “una chica rubia supermontada” se sentó en la falda del ídolo sin pedir permiso para que un paparazzi le sacara una foto. “Automáticamente Adrián [Dárgelos] tomó la batuta y nos dijo: ‘Quédense con Lionel’”, contó. “El pibe se quería poner a llorar, era una opereta horrenda. Entonces, al rato, no sé cómo pasó, pero Adrián agarró al fotógrafo, le puso una mano en el hombro, le dijo algo y yo vi que el fotógrafo sacó el chip de la cámara y se lo entregó. No sé qué le dijo, pero lo convenció”. Después de eso los nuevos amigos se fueron todos juntos a Pachá, otro boliche de la ciudad, y, según Aboitiz, Messi pagó la cuenta en señal de agradecimiento.
“Esa noche para él fue como la entrada a un nuevo mundo de popularidad”, dice Fuster. “Era la primera vez que vivía algo así en Argentina, y eso que todavía ni lo habíamos llevado a los lugares en los que estaban los pibes de su edad”. Cuando eso ocurrió, un poco a instancias del propio Messi, que veía la ciudad atestada de adolescentes como él y quería saber de qué se trataba todo eso, la situación escaló. Fueron a los boliches de la calle Rosas –Cerebro, Genux y Rocket– y, gracias a la gestión de Fuster, los dejaban moverse con libertad entre uno y otro. Messi incluso llegó a subir a la cabina del DJ de Genux para poner música un rato. “Ahí ya fue como manejar a los Beatles, una locura total”, recuerda Fuster. “Para los estudiantes que estaban en Bariloche, Messi era el ídolo de su propia generación, era uno de ellos. Se morían por verlo y sacarse una foto”.
Si Messi había pasado la mayor parte de su vida con la mirada fija en una pelota de fútbol, protegido del mundo en la tranquilidad de Barcelona, el viaje fugaz a Bariloche le permitió ver lo que su figura era capaz de generar en los otros, especialmente en los chicos de su edad y en Argentina. Llegó después del fracaso mundialista como un bicho raro al que no dejan entrar al boliche y se fue saludando con los brazos en alto desde la cabina del DJ como una estrella de rock. Como canta Dárgelos en “Camarín”: “Tan freak… y tan popular”.