Casada con el empresario Gustavo Mascardi, la exmodelo y socialité escribió un libro donde cuenta cómo superó, física y espiritualmente, un cáncer de mama
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Coqueteó con las pasarelas, hizo publicidades, organizó eventos, recorrió el mundo y se especializó en ceremonial y protocolo. Durante décadas no había evento social sin su presencia; Lily Sciorra (49) era figurita obligatoria en toda movida glam y se ganó el título de socialité. Y sí, ella, que además se convirtió en empresaria (fue manager de Donna Karan y asesora en Zara antes de su globalización), no reniega del término que la hizo feliz durante mucho tiempo, que la acercó a la filantropía y a dar con personajes alucinantes en el mundo entero.
Hiperactiva, madre joven (su hija Abril tiene 22 años), la actual esposa del empresario Gustavo Mascardi- con quien tuvo a Lucca, de 14- se mudó a Madrid y experimentó un parate social cuando le diagnosticaron cáncer de mama. “La noticia menos esperada siempre llega de la misma forma y nos atraviesa a todos por igual. Es la sorpresa, el no creerlo, pensar que vivimos una pesadilla, que puede ser un error. Después la incertidumbre, la angustia, generalmente el miedo. A mí me pasó todo eso pero al mismo tiempo descubrí a la otra Lily que, por lo visto, me estaba esperando. Inmediatamente sentí que iba a salir intancta de la situación traumática, comencé a buscar herramientas extras, naturales, y utilicé algunas que evidentamente ya tenía incorporadas por una cuestión de instinto, de ganas de vivir, de fortaleza y empatía que siempre tuve por gente que atravesó lo mismo. Viví una transformación, y eso es lo que cuento en mi libro”, dice la autora de Una ventana a la vida, una historia de resiliencia y superación en la que ella es protagonista.
-Contás que, de alguna manera, la enfermedad te reseteó.
-A partir del momento en el que decidí curarme, empecé un camino de cambio profundo. Primero fueron los hábitos saludables, como la adopción de una dieta alcalina basada en alimentos de temporada y descartando un montón que consumía sin conciencia alguna. También abracé un cambio radical en la actitud, ya que lo mental y espiritual es esencial en el combo de la curación. Sentí muy profundamente que lo que creés que te va a sanar, simplemente te sana. Aprendí sobre epigenética y neurociencias; comencé a seguir el pensamiento del biólogo Bruce Lipton, que en su libro hace una exploración fascinante de la conexión mente-cuerpo-espíritu.
-Durante tu proceso de sanación fue asomando la influencer. ¿Las redes fueron desahogo?
-En el 2015, cuando sucedió todo, las redes eran distintas. Recién estaba empezando esta vorágine que vivimos hoy. Yo iba compartiendo mi experiencia, quería ser una voz de esperanza. Mi posteo en Facebook que titulé Ahora lo puedo contar fue compartido por 250 mil usuarios en una hora.
-¿Cuál creés que fue el mensaje que compraron tantos?
-Primero, escaparle al miedo. E inspirar a otros a través de un mensaje de cambio de vida.Yo transmití algo que me sucedió, que fue reencontrarme con lo espiritual y la alegría. Diran...¿alegría? Sí. Yo recibí el diagnóstico e inmediatamente me rebelé. Hubo cosas que hice pero un montón que no. Jamás tuve pánico y sentí que mi mente me acompañaba. Independientemente a las dietas a las que me sometí y cuento en el libro, empecé a ser libre en las elecciones y hasta disfruté. Es como cuando te comés un chocolate. Si lo hacés con culpa es una sensación, pero si lo comés con disfrute absoluto, sintiendo que eso era lo que deseabas, la cosa es diferente. La fe mueve montañas y vivir lejos del estrés es otro tip que se torna milagroso.
-¿Cómo se logra?
-Menos autoexigencia, permiso para vivir nuestros propios tiempos, positividad, la prohibición absoluta de los pensamientos negativos, alegría por las pequeñas cosas. Y por supuesto, oxigenarse. Yo comencé a hacer caminatas infinitas, medité, experimenté la biodecodificación.
-Igual, no es fácil conectar con la alegría cuando se está atravesando un proceso traumático.
-Yo lo logré. Primero, soltando todo aquello que no iba. Abandonando lo tóxico. Y eso a veces incluye amigos, familia y demás. Hay que hacerlo; jamás prestar atención a los comentarios desafortunados. A lo mejor uno no necesita consejos, ¿no? Yo decidí tratar sólo con la gente que me aportaba buena vibra, positividad, los que estaban en mi sintonía. Y después tips que tienen que ver con alimentar bien las células, recoger electrones de la naturaleza, que es donde el sol deposita sus rayos diariamente.
-¿Cuál es el método?
-Algunos muy simples, como caminar descalzos en el pasto, rodearse de árboles, tomar sol. Tener bien la vitamina D es básico porque el sol es nuestro primer alimento y estamos diseñados para eso. Por supuesto que hay que cuidarse y no ser extremo, usar protectores y respetar horarios, pero me di cuenta que cuando me enfermé carecía de esa vitamina. Vivía protegiéndome las 24 horas de la luz solar. Entendí, entre otras cosas, que no hay que ser tan talibán. Tenemos que vivir, disfrutar y equilibrar.
-¿Llevabas una vida muy estricta?
-No extrema, pero a lo mejor vivía con más culpa. Hoy pienso que si disfrutaste un día de comilona no tan sana, no pasa nada. Al otro se arranca con un mini plan detox y listo. Hacés un ayuno intermitente, producís autofagia, hidratás bien y ayudás a eliminar toxinas. es saber que los extremos son malos. Contenerte y vivir prohibiéndote resulta pésimo.
-Pero la dieta que adopaste, que contás en el libro, tiene muchísimos no.
-Eso fue apenas me enteré de mi enfermedad porque quería ver los resultados. Hoy soy libre de comer todo pero estoy mucho más consciente. Prefiero la pesca chica, como las sardinas, boquerones o anchoas a un salmón o atún rojo que son peces que viven mucho tiempo y están cargados de metales pesados. Igual, creo que lo más tóxico en esta humanidad es la envidia y el resentimiento. O ser demasiado empático, sensible, sufrir por todos. Te envenenás por el estrés.
-¿Te estás describiendo?
-Sí, pero aprendí. Hay que limpiar los tres cuerpos: mente, cuerpo y espíritu. La enfermedad me enseñó a ser libre, a poner límites, e hizo que muchas cosas ya no me importen. Soy más práctica, río y soy feliz.
-Igual, hace poco, te vimos en una pasarela.
-Son gustos que me doy. El año pasado, la Semana de Alta Costura le hizo un tributo a Carlos Di Doménico. Me encantó hacer una pasada; fue muy emocionante porque éramos muy amigos. A mí ese mundo me gusta, por supuesto. Hace unos años, cuando mis hijos eran más chicos, hice una colección cápsula con estampados realizados a partir de dibujos de ellos. Se llamó Les Enfants y tuvo como madrina a la inolvidable Kouka, la modelo argentina icónica, que fue musa de Dior. Y siempre tengo proyectos, como este libro, que me tiene loca de amor.
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