Con la pandemia la necesidad de verde se hizo evidente y cada vez son más los que buscan propuestas innovadoras que van desde viviendas náuticas a condominios y casas containers
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El sueño recurrente de Andrea Piperata siempre fue vivir más en contacto con la naturaleza. Sobre todo porque su trabajo como paisajista (@appaisajismo) ya cumplía en parte con esas ansias de verde. Hace meses, en plena cuarentena, empezó a sentir cada vez más fuerte el deseo de dejar la ciudad, de alejarse del ruido, de las bocinas, de las alarmas de los autos que se disparan repentinamente y del chirrido del tren que pasa cerca de su dos amplios ambientes en Villa Devoto, y acercarse al río. Pero pasar de la ciudad a una casa en un country no la seducía. Ella quería otra cosa, algo más radical.
“Dentro de todo vivo en un barrio que es un lujo porque tengo árboles, bastante tranquilidad, y el edificio es pequeño, tiene pileta y mis vecinas son mis amigas. Es decir, estoy bien. Pero quiero estar mejor. Siempre quise escapar de la ciudad. De hecho tenía un lote en un barrio cerrado frente a una laguna para empezar a construir mi casa ahí. Pero me frené. Yo vivo sola y me parecía demasiado una casa solo para mí. Además empezás a sacar cuentas y era mucho mantenimiento, mucho gasto, que el jardín, que la pileta, que las expensas... Empecé a ver alternativas por internet para irme definitivamente de Capital y llegué a Casas del Agua. Llamé, concerté una entrevista y en tres meses me mudo a una casa flotante en el Club San Fernando. Siempre digo que en lugar de tirarme a la pileta, me tiré al río –dice–. La mía no es una casa con vista al río, es una casa en el río”, concluye Andrea, feliz porque pronto dará ese salto hacia una vida distinta, más sustentable, llena de naturaleza. Una vida “outdoors”, como tanto deseaba.
Aquel sueño de los ’90 de salir de la ciudad a un country hoy adquiere otros formatos. Desde condominios, hasta casas flotantes en clubes náuticos y otras hechas con containers, que de a poco ya están siendo aceptadas en algunos barrios cerrados. La fantasía de dejar atrás la vida urbana sin tener que afrontar los costos y el mantenimiento de una casa en un barrio cerrado hoy está al alcance de muchas personas que directamente descartaban la posibilidad de cambiar de lugar porque implicaba mayores gastos. Pero con expensas que no superan los 10 mil pesos en el caso de los condominios, y metros cuadrados que parten de los 1200 dólares, ese cambio de vida aparece en un horizonte cercano.
En el caso de Fernanda Carrizo la movida fue menos radical, aunque no menos trascendental. Con el nacimiento de su hijo empezó a sentir la necesidad de alejarse del gris del cemento que veía desde el balcón de su departamento en Caballito, sobre avenida La Plata, por el verde de un bario cerrado. “El problema eran los costos: no podíamos comprar una casa en un country y tampoco mantenerla. Somos clase media, media –define–. Durante mucho tiempo pensamos que no íbamos a poder cumplir ese deseo pero empezamos a ver que había alternativas viables aun dentro de los barrios cerrados. Fuimos a averiguar por los condominios y nos dimos cuenta de que los costos eran los mismos o incluso menos de que los que teníamos en Capital y no lo dudamos”, recuerda.
Fernanda y su familia se mudaron a unos condominios en Haras del Sur, un complejo en el km 69 de la ruta 2. “Siempre nos llamó la atención el barrio cuando íbamos de vacaciones a la costa. Por suerte tomamos la decisión antes de la pandemia, no sé que hubiera pasado si la cuarentena nos agarraba allá en Capital. Fue una suerte habernos ido antes porque acá no sentís el encierro -asegura-. Y hacemos vida de country pero pagando mucho menos que si tuviésemos una casa. Si bien la idea en un futuro es tratar de tener una propia, ya no nos desespera porque la sensación que tenemos es casi la misma. Mirás por la ventana y ves la laguna y el verde. Mi hijo, que tiene 8 años, anda en bicicleta, va y viene a la casa de sus amigos solo. Para nosotros es un cambio de vida total”, asegura Fernanda, que es contadora.
“Desde hace un tiempo, venimos notando el crecimiento en las consultas por familias jóvenes que desean tener su primera experiencia en un barrio de estas características. Es una alternativa más económica por su valor y costos de mantenimiento pero que de igual manera te permite disfrutar de las instalaciones del barrio y tener una experiencia parecida a la de una casa”, sostiene Flavia Santillán, gerente de marketing del Grupo Haras del Sur. El primer condominio fue presentado a finales de 2017 y este año tienen previsto el cuarto edificio. Las unidades parten de los US$110.000 y tienen amenities como SUM con parrilla, pileta, juegos para niños, jardines centrales, fitness point y cocheras.
En zona norte, la tendencia es todavía incipiente. En los partidos de Tigre y Pilar hay muchos condominios, dentro y fuera de los barrios cerrados, pero la mayoría de los que los eligen no llegan desde la ciudad buscando un cambio de vida, sino que son personas que ya viven en la zona. “Hay familias que vienen de Buenos Aires a vivir a estos condominios pero son las menos. La mayoría de las familias que buscan un cambio de vida sigue deseando una casa. Diría que hoy por hoy es un 90 a 10 –sostiene Horacio Benvenuto, gerente general de la inmbobiliaria Izrastoff–. La mayoría de los que los buscan son jóvenes que vivían en una casa en un country y se independizan, o divorciados que quieren seguir estando cerca de sus hijos o personas mayores que no quieren seguir ocupándose de una casa y se mudan dentro del barrio, porque además tienen ahí a sus hijos y nietos. Sí están empezando a haber consultas de familias que se van de capital, pero todavía el número no es relevante”, sostiene Horacio Benvenuto, gerente general de la inmobiliaria Izrastoff, que se especializa en el corredor Pilar y Tigre. Allí, el precio de los metros cuadrados es más elevado que en el sur y compite con casas en barrios más alejados y con peor acceso que hoy pueden conseguirse por 150.000 o 200.000 dólares.
Para Fabián De Martino, desarrollador de Casas del Agua, el emprendimiento de viviendas flotantes en el Club San Fernando, la idea es captar gente que quiere un rotundo cambio de vida como Andrea, aunque también hay quienes buscan una casa de fin de semana o una propiedad de jueves a domingo, ya que con el home office es posible repartir mitad del tiempo entre la ciudad y el río. “La pandemia fue el gran disparador, la gente viene a averiguar porque tiene miedo de que la vuelvan a encerrar. La mayoría busca irse de la ciudad y cuando las ven sienten amor a primera vista: no solo son un sueño, sino que estás a 35 minutos del Buenos Aires”, dice De Martino, que armó el segundo barrio náutico (el otro está dentro del club Buenos Aires) en 8 años.
“La mitad de los interesados la busca como vivienda permanente y la otra mitad como casa de fin de semana –comenta–. Pero después, con el tiempo se van quedando más y más días y la adoptan como casa definitiva porque les empieza a gustar, es realmente distinto vivir acá, rodeado de río y naturaleza”, sostiene Fabián, que describe que la sensación de estar en una vivienda flotante es única: “Hay bajamar y pleamar, es decir, la casa baja y sube un metro y medio por día. Pero no se mueve ni te mareás porque está apoyada en dos pontones que son muy estables”. El tiempo de construcción demanda unos meses y se entrega totalmente equipada, con muebles y electrodomésticos. Todas tienen biodigestor (un contenedor hermético a donde van a parar todos los desechos, que se transforman en energía). Pero la gran ventaja, sostiene Fabián, es que acá no hay que pagar el precio de un lote (lo que eleva los costos) y se pueden trasladar por agua, aunque no están preparadas para la navegación.
Andrea asegura que cuando decidió ir a conocer el proyecto fue con un amigo con la idea de encontrarle el defecto, las contras, el punto débil. Pero no los encontró. “Me paré en medio de la casa que era un prototipo, y dije ‘quiero vivir acá’. Es raro porque sentís que no hay límites a pesar de las paredes. Estuve un buen rato parada ahí y no me quería ir. Por el ventanal del frente lo único que ves es agua y el bosque. Es una sensación muy placentera –asegura–. Y en cuanto a los costos, también es súper conveniente porque solo tenés que pagar la cuota social del club, que incluye el gimnasio, y la amarra, que es barata, y dejás de pagar ABL y servicios porque no hay medidores. Y como tiene una aislación térmica de telgopor, aparte de la natural del agua, no sentís ni frío ni calor. Incluso es más seguro que un country. O sea, que por ese lado también me cierra”, se entusiasma Andrea, que está contando los días para mudarse a su nueva casa. O, mejor dicho, a su nueva vida.
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