En su nuevo libro, la reconocida psicóloga analiza la importancia de esta herramienta para los más chicos
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Maritchu Seitún, la psicóloga infantil más leída del país, confiesa que hace años venía pensando en escribir Un ratito más, su último libro (Ed. Grijalbo). “Pero surgieron otros proyectos y por suerte quedó en pausa. Y digo por suerte porque si lo hubiera escrito en su momento, iba a hacerlo sola, sin Sofí”. Sofi es Sofía Chas, su hija, diseñadora y coautora de Cuentos para crecer y del nuevo libro de Maritchu, que ya es un éxito de ventas. Sus producciones suelen ser un faro para madres y padres que buscan respuestas a temas cotidianos, aunque complejos. Un ratito más es un ejemplo de eso: aborda la importancia del juego y de los cuentos en las infancias, algo que fue perdiéndose ante el avance de las pantallas.
–¿Por qué un libro sobre el juego?
–Cuando escribí Cómo criar hijos confiados, motivados y seguros yo ya tenía este libro en la cabeza. Desde hace muchos años me preocupa que los chicos chiquitos no jueguen. Ven mucha tele, mucha pantalla, mucho celular.
–¿Perdieron el interés o la capacidad de jugar?
–El juego forma parte de la naturaleza. Pero los chicos perdieron el interés porque no hay oportunidad. En otras generaciones jugábamos porque no teníamos nada para hacer y entonces de puro aburrido agarrabas cualquier cosa y la convertías en una pelota, ibas a la vereda y empezabas a patear. Es cierto que nuestra generación no jugaba con nuestros padres o madres, pero nos juntábamos en la vereda con hermanos o vecinos. Tampoco estaban las pantallas como hoy. Si me ofrecés cosas más atractivas o adictivas, no voy a jugar porque claramente voy a ir a lo más fácil.
–¿Los adultos, entonces, tenemos que ser facilitadores del juego?
–Sí el chico no juega, los adultos somos los que debemos empezar el juego. Y como adultos, al no haber tenido el ejemplo de nuestros padres jugando con nosotros, es más difícil tomar la iniciativa. No tenemos internalizada esa experiencia, pero si no lo hacemos, los chicos muchas veces tampoco lo van a hacer. Tenemos que despertar su interés e ir buscando distintas cosas para estimularlo.
–¿Por dónde empezar? ¿Cómo armar rutinas de juego con nuestros hijos?
–Lo primero es entender el valor del juego para los niños. Cuando vos sabés que el juego permite procesar lo que sienten, reduce el estrés, mejora y pone en práctica habilidades de comunicación y fortalece los vínculos, como padre o madre te dan ganas de favorecerlo. Y no es quedarte toda la tarde jugando, a veces con 15 o 20 minutos por día alcanza. Lo ideal es que nos pongamos nosotros como juguetes para nuestros hijos o hijas. Proponer: “¿Jugamos a que somos piratas? ¿Hacemos una torta? ¿Leemos un cuento? ¿Salimos a andar en bici?”. Para los hijos, que papá y mamá dejen su agenda y su teléfono para estar un ratito con ellos es poderoso para su autoestima. No tiene por qué ser exactamente sentarte en el piso a jugar, sino hacer algo juntos y que tengan tiempo de conversar. Lo que pasa es que jugar es complicado, sobre todo si hay hermanos, porque surgen las peleas porque tal hizo trampa o no se ponen de acuerdo a qué jugar, o quieren el mismo juguete. La pantalla es fácil porque no hay peleas, cada uno está en lo suyo. Pero no son enriquecedoras.
–¿Hay en las pantallas juegos valiosos, en donde se pueda desarrollar la creatividad?
–Sí. Yo no digo cero pantalla, sino pantalla regulada. ¿Para qué? Para que quede espacio para el juego libre. Hay juegos digitales de un nivel de simbolización altísimo, pero no puede ser lo único. Con el juego libre me desintoxico, se me va el cortisol, se me va la adrenalina de la sangre. En cambio, cuando estoy en la pantalla, me lleno de cortisol y de adrenalina y es importante liberar todo eso.
–En el libro decís que hay que dejar que los chicos ganen, que es un poco contrario a lo que opinan hoy muchos especialistas en crianza. ¿Por qué?
–Lo que planteamos es que hay que dejarlos ganar para que aprendan a perder. Obviamente, hasta una determinada edad. No voy a dejar que me ganen hasta que tengan 16. Pero los chicos chiquitos cuando empiezan con los juegos reglados juegan para ganar, y si no lo hacen se enojan, se frustran. Es para que ellos vayan tomando confianza. Si un chiquito patea con su papá penales, el papá naturalmente le va a ganar, entonces hagamos algo para que las condiciones sean iguales, por ejemplo, hacer los arcos más grandes para el chico, o que el adulto patee con su pierna menos hábil. A los 6 o 7 años empezaremos a ganarle un partido de 5 o a decirle que no nos haga trampa o a achicar el arco, hasta que ellos puedan tolerar perder porque ya nos ganaron muchas veces. También sirve para que el chico se anime a jugar con sus pares porque si pierde siempre en casa, lo más seguro es que no quiera jugar con sus amigos. La herramienta para salir de ese lugar es jugar con papá y mamá y que ellos lo dejen ganar, o dejarlo hacer alguna trampa hasta que el chico pueda elaborar un poco mejor la frustración por la derrota.
–¿A qué edad sucede eso?
–Hasta los 6 o 7 es muy común que hagan trampa y que quieran ganar. Después, hay una maduración personal. A los 4 dejo que el nene o la nena de vuelta 14 fichas del Memotest y a los 8 ya no, pero tengo un paciente que tiene 8 y necesita ganarme, entonces lo dejo ganar. Depende de cada niño, muchos te dicen: “Ma, jugá en serio, no me dejes ganar”. Muchos te ponen el límite.
–¿Hay que dejar que los chicos usen armas de juguete?
–Si un chico pide una pistola o un arma, se le puede dar. Lo ideal es que no tenga un arsenal o que no sea una tan realista. Pero la agresión y el enojo forman parte de los seres humanos y es través del juego que los niños pueden canalizar esos sentimientos. Si el niño no tiene un arma, lo más probable es que ponga los dedos en L y dispare igual. Así juega a “matar” a su mamá, o a su hermanito, y va procesando su enojo. Pasan cosas muy creativas alrededor de eso, porque los chicos saben que están jugando y no matando de verdad. Si el chico es muy agresivo, veremos ese caso en particular, pero en general yo no prohibiría nada porque después va a la casa del vecino que sí tiene armas de juguete y yo no puedo controlar lo que hace. Cuando el juego se pone violento, hay que marcarlo, poner límites.
–La cantidad exagerada de juguetes, ¿atenta contra el buen juego?
–Sí, hay varias cosas en relación con los juguetes de ahora. Una es que cuanto más hace el juguete, menos hace el chico, menos espacio para la imaginación. Ese juguete que hace de todo es el que lo aburre más rápido, sirve para un ratito y nada más. En el libro hacemos una reivindicación de los juguetes genéricos. O sea, si yo tengo un disfraz de princesa, puedo hacer de Elsa, de Anna, de la Bella Durmiente y de un montón de princesas más. Pero si yo tengo el disfraz de Elsa de Frozen, solo voy a ser Elsa. Y cuando quiera ser Anna, ya no me sirve más. La sociedad de consumo nos quiere convencer de que necesitamos 8 disfraces de princesa, 4 de pirata y mil juguetes y entonces llega un momento en que los chicos se sobrepasan ante tanta oferta o cantidad. No hay que darles 500 juguetes juntos, sino uno a la vez y esconder los otros y sacarlos después de un tiempo porque parece que es nuevo. Estaría bueno volver un poco a que un palo de escoba sirva para espada, para rifle, para montar a caballo. Los bebés agarran cualquier cosa que hace ruidito o tiene algún sonido y se entretienen. Las cacerolas pueden ser baterías, o las sillas un barco pirata… Pero tenemos que abrir la cabeza y pensar que la cacerola o una caja de cartón pueden ser mucho más interesantes que un juguete comprado. No hace falta gastar un dineral para que se diviertan y jueguen.
–Algo que está presente en el libro es facilitar el espacio de juego, permitir el desorden.
–Las casas que son ordenadas, relucientes, con el piso brillante, no son vistas por los chicos como un ambiente propicio para el juego. Es importante que como adultos podamos decir: “No importa, desordenamos y después ordenamos, no pasa nada”. Nos cuesta un montón porque trabajamos todo el día y muchas veces no tenemos ayuda. Pero si se ensucia la cocina para hacer una torta, la experiencia de haber hecho esa torta es fabulosa, lo mismo si armamos torres con maderitas o ladrillitos. Tenemos que dejarlos usar las sillas del comedor para armar un avión, porque lo pasan genial haciendo eso y no le va a suceder nada a la silla. O sea, tenemos que flexibilizar nuestras mentes que por ahí están un poco rígidas. También dejar los juguetes a mano, al alcance de su vista y disponibles para su altura y no guardados en un placard. Y lo ideal es que estén organizados, no todos mezclados: que en un estante estén los autitos, en otros los ladrillitos y en otro los libritos. Eso ayuda un montón.