“La hipótesis de la abuela”. ¿Por qué las abuelas fueron claves para nuestra supervivencia?
Diversos estudios demostraron que ellas fueron las que transmitieron conocimiento a los más chicos enseñándoles qué comer y cómo hacerlo: cuánto de eso se mantiene hoy
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Un grupo de cazadores y su presa, reunidos alrededor del fuego con sus familias para celebrar. Esa es la imagen que nos presentan del Homo sapiens, de los primeros humanos. Una imagen que transmite peligro y algo de drama para sobrevivir. También es consistente con la distribución de tareas, la familia como núcleo y el hombre cazador. Pero cazar un animal grande casi siempre fallaba, y si de eso hubiera dependido el grupo no hubiera sobrevivido. El triunfo en la caza era algo para festejar porque era excepcional.
En 1980, la antropóloga Kristen Hawkes reflotó la llamada “hipótesis de la abuela” que había circulado tiempo atrás, pero sin mucha relevancia. Esta vez, Hawkes juntó evidencia y la fue fortaleciendo cada vez más hasta que, en 2010, dejó en claro que aquella teoría tenía sustento.
¿Qué dice la famosa hipótesis? Que la presencia de la abuela aumentaba las chances de sobrevivir de los niños. En grupos de cazadores recolectores, las mujeres jóvenes y adultas eran las que proveían la mayoría de las calorías para las familias recogiendo raíces, frutos, tubérculos. En cuanto una madre tenía un segundo hijo, por otra parte, el mayor pasaba a estar al cuidado de su abuela, y así su supervivencia dependía directamente de ella. La mamá y la abuela, entonces, alimentaban a la familia día a día, no los cazadores (que sí cuidaban de los peligros aparte de cazar).
El punto es que el ser humano es la única especie en la cual la mujer vive muchos años pasada su edad reproductiva. Desde la perspectiva evolutiva, el objetivo es la reproducción. Entonces, ¿por qué la naturaleza apagaría en cierto momento el sistema reproductor femenino?
Varios estudios demostraron que las abuelas transmitían sus conocimientos a los más chicos, enseñándoles a comer, contándoles sobre la tierra y las plantas. Qué frutos agarrar y cuáles no, qué hojas curan una picadura o cómo sacar y detectar tubérculos escondidos a primera vista. Las abuelas como guardianas del conocimiento y transmisoras de sabiduría.
Solo en las ballenas, orcas, elefantes y jirafas esto se repite: en todas estas especies las abuelas son las que guían a la manada porque son las que saben dónde encontrar comida.
A veces es fácil olvidar, por el ritmo y estilo de vida que llevamos, que los niños, a lo largo de la historia, no fueron criados únicamente por la madre sino por un grupo de mujeres: abuelas, tías, vecinas, primas, madrinas, hermanas... Una crianza más comunal y multigeneracional que contrasta con la situación de la mayoría de las familias de hoy.
El punto es que las abuelas jugaron un rol central en la historia del Homo sapiens. Y una parte está relacionada intrínsecamente con la comida, que influyó en nuestra longevidad y supervivencia. Duplicamos la expectativa de vida en comparación con nuestros primos primates en 60.000 años, solo pasando tiempo con las abuelas. Es enternecedor pensar que ellas son heroínas de la evolución, ¿no?
Su efecto en la expectativa de vida, nuestro acervo cultural gastronómico, cómo comemos, cómo nos criamos, todo le da una nueva perspectiva a la importancia de las abuelas.
Lo cierto es que la manera en que nos alimentamos fue permeada por las mujeres desde el comienzo de los tiempos. Ellas son las que comparten, hablan, intercambian recetas, experiencia con colegas, vecinos, amigas, parientes, hijos y nietos (y por supuesto, con extraños). Buscan maneras de alimentar a los suyos: probando, creando recetas, evitando desperdicio, usando todo lo que tengan a mano.
En mi caso, solo conocí a una abuela, que ocupó ese rol en mi vida. Podía pasar días en su casa, horas en su cocina, parada en el banquito que ella usaba para acceder a los gabinetes de arriba porque era petisa. La miraba cocinar. Cierro los ojos y huelo su cocina, huelo su perfume mezclado entre todo eso. También la veía tejer y cuidar a su propia madre, mi bisabuela, una viejita frágil que yo solía cruzar en el pasillo.
Mi abuela me enseñó a disfrutar del mate cocido, los hongos secos, los escabeches, pero sobre todo, del placer de tomar sopa. Un caldo simple, a veces con arroz o con huevo. Algo que mi papá también hace, quien probablemente lo aprendió a su vez de su abuela (la del pasillo), a quien vio cocinar cuando los cuidaba a él y a mi tía.
Mi abuela me mostró cómo regar las plantas, cómo hacer la cama más tirante y apretada del mundo, cómo jugar a la canasta y tejer. También me enseñó caligrafía porque había sido maestra de joven. Hoy mi hija tiene abuelas, pasa tiempo con ellas y todas lo valoramos de distinta forma: ella disfruta de jugar y de que la malcríen; las abuelas de la energía que les da su nieta y yo de tener más tiempo sabiendo que en mejores manos no podría estar. Agradezco la abuela que me tocó, y las abuelas con las que compartimos la crianza hoy. Espero que cuando llegue mi turno, esté a la altura.