En la hacienda Los Álamos, en San Rafael, en el sur mendocino, el dédalo formado por 9000 arbustos y 2500 metros de senderos hilvana naturaleza con los recuerdos de las visitas del escritor
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Ficciones y realidades se conjugan en un libro abierto a modo de laberinto, y viceversa, dedicado a Jorge Luis Borges. Desplegado como una obra artística vegetal, respira y se renueva continuamente, cumpliendo con su expreso deseo de ser recordado con un memorial viviente: “Quiero laureles verdes, reales, vivos, no esos de oro o metal”, decía. Las manos que lo cuidan y los avances tecnológicos que realzan su belleza en las horas nocturnas lo convierten en el atractivo central de la histórica hacienda mendocina Los Álamos, en el sur del distrito San Rafael, que atraía muy especialmente al escritor argentino.
Provista de nuevos espacios y actividades que combinan naturaleza, arte e historia, un total de doscientas hectáreas están preparadas para ofrecer una jornada entretenida y cultural a los visitantes. “Nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto”, escribió Borges en 1941 en El jardín de senderos que se bifurcan, uno de los famosos cuentos de sus Ficciones, en tanto abundan en toda su obra referencias a los laberintos que acaparaban su atención.
Seguramente influido por esta predilección que compartían en aquellos encuentros a mitad del siglo XX, a un admirador suyo, el británico Randol Coate, se le ocurrió años más tarde dedicarle al escritor un laberinto propio, ya que, además, construirlos era su especialidad. Coate compartió la idea con la escritora y amiga de Borges, Susana Bombal, propietaria por entonces de Los Álamos, donde se forjó la amistad entre los tres.
Simbología borgiana
Alrededor de 1979 el laberintólogo comenzó el diseño. Cuando murió Susana, en 1991, su sobrino nieto Camilo Aldao (h) descubrió el proyecto que había quedado guardado, y lo puso en marcha, con el apoyo de María Kodama, la última esposa de Borges. El laberinto de Borges ocupa casi una hectárea, tiene más de 2500 metros de senderos y desde una renovada torre puede apreciarse la simbología borgiana que contiene: el nombre y apellido del escritor, atento a la especial atención que él prodigaba a los espejos; el número 86, que fue su tiempo de vida y que coincide con el año en que falleció; las iniciales de María Kodama; dos relojes de arena que representan el infinito; su bastón; el signo de interrogación, que sintetiza sus dudas y asombros; y el marco del laberinto, como un libro gigante abierto.
El laberinto de Borges ocupa casi una hectárea, tiene más de 2500 metros de senderos y desde una renovada torre puede apreciarse la simbología borgiana que contiene
Unos 9000 arbustos de buxus supervivens conforman este recinto al aire libre, cuyas alturas “oscilan entre 1,9 y 1,4 metros; más bajos en el centro y más altos hacia los lados”, aunque aún se trabaja para conseguir “la armonía en el tamaño de las plantas, porque algunas arcillas encontradas en el suelo ralentizaron la buscada homogeneidad”, comenta Ignacio Aldao, descendiente de Domingo Bombal, el primer propietario de Los Álamos.
“Iba a ser más alto, pero tuvimos en cuenta que el argentino, a diferencia del sajón, necesita verse y hablar adentro del laberinto; entonces, nos pareció correcto adaptarlo a nuestra idiosincrasia, manteniendo partes altas y bajas”, explica . El arbusto comúnmente llamado buj es el más utilizado para los laberintos. Sin embargo, Aldao aclara que es una especie “muy difícil para Mendoza, ya que su zona ideal necesita más humedad ambiente y no tanto exceso de luz. Pero fuimos adaptándolo a base de trabajos en el suelo, cambiándole el sustrato y utilizando riego por goteo y por inundación”, relata. Las primeras plantas las consiguieron en Capilla del Señor; las máquinas para allanar el terreno en aquel inicio las aportó la municipalidad local, y “muchos amigos -entre los que remarca la participación de Oscar Rinckeinsen- y hasta una escuelita de ciegos, ayudaron a plantarlos”, recuerda.
Para el mantenimiento del laberinto los Aldao cuentan con personas dedicadas a una tarea que define como “monumental”, ya que se trata de podar, ralear, airear y fertilizar el suelo, resembrar o replantar y conquistar nuevos espacios. “También hay una preparación previa para fortalecer a las plantas de buj frente a los duros inviernos, y hacemos el topping, que es controlar la altura”.
Para mirarte mejor
Todo fue pensado para que el laberinto de Borges pueda ser apreciado en su totalidad. Pero la primera torre que se había construido “era un mangrullo de madera muy precario que medía sólo seis metros”. Fue entonces reemplazada por una nueva que “permite apreciar la obra en su total dimensión; tiene una estructura moderna, que no compite visualmente con el laberinto, pero tiene su propia personalidad”, destaca Aldao. “Si el laberinto es la obra de Borges, la torre es como la vigía y por eso la nombramos en su honor, María Kodama. La nueva torre tiene 22 metros de altura y 93 escalones; dos balcones y un mirador. Su forma constructiva es exactamente la misma que la de un rascacielos, pero en tamaño pequeño”, describe.
Entre las últimas innovaciones, instalaron una “iluminación nocturna para poder disfrutar especialmente la tarde noche, que en verano permite recorrer el laberinto sin sufrir las altas temperaturas. No se iluminó antes, porque no existía la tecnología para hacerlo desde un solo punto”, y ahora pudo concretarse con lámparas led de distinta graduación de lupa e intensidad; cada una ilumina un lugar específico de los dieciocho en que seccionó el laberinto. Un añoso bosque separa el laberinto de la antigua casona de 1830 en la estancia donde comenzó esta historia. Tan sólo unos doscientos metros entre uno y otro. Tan cerca que cuando Borges visitaba a la entonces dueña del lugar, puede haber pisado el terreno que ahora es la base de su laberinto, porque le gustaba recorrer aquellos sitios que para él estaban encantados, y donde compartía con Susana largas charlas sobre literatura.
La casona se mantiene intacta, con sus viejos muebles europeos, rodeada por varias dependencias, una pulpería, galpones, corrales, las viñas, una laguna y el laberinto. En su interior atesora testimonios dejados por escritores y artistas plásticos que, como Borges, compartieron amenas tertulias, disfrutando del paisaje y del canto de los pájaros. Aún se conservan poemas de Borges, de Victoria Ocampo y de Manuel Mujica Lainez, colgados en cuadros, y sus paredes lucen pinturas de Antonio Berni, Raúl Soldi, Héctor Basaldúa y también de Norah Borges. Para compartir las anécdotas crearon un museo virtual por medio de QR, que ya tiene 12 estaciones de las 40 previstas, que incluyen a personajes de cuentos borgeanos y a quienes hicieron posible que exista este laberinto.
Datos útiles
Horario. Abre todos los días a las 9. Se puede hacer picnic en el bosque o comprar comida en la pulpería.
Tarifas. Mayores de 12: $490; mayores de 70: $350; menores en grupo familiar (5 a 12): $250; infantes (0-4): sin cargo.
Informes. 260463-8780. Precompra por internet: https://tienda.laberintodeborges.com
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