Estas partículas llegan al mar y son consumidas por la fauna marina que, a su vez, nos sirve de alimento a nosotros: recientemente, las detectaron también en peces del Río de la Plata
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La contaminación por plástico se volvió una cuestión de sangre. Literalmente. La semana pasada científicos holandeses publicaron una investigación que detectó por primera vez diminutas partículas de plástico, también conocidas como microplásticos, en el torrente sanguíneo de las personas.
El estudio se suma a otros presentados en los últimos años sobre la ingesta de plástico que parecemos digerir con pasmosa facilidad. Como por ejemplo el de la Universidad de Newcastle, en Australia, que indica que podríamos estar comiendo unos cinco gramos de microplásticos por semana. Es el equivalente al peso de una tarjeta de crédito. O de una birome, para los que prefieran un invento nacional para comparar.
¿Qué son exactamente los microplásticos? Según Fundéu-RAE, que en 2018 llegó a destacar el término como palabra del año para generar conciencia sobre su impacto ambiental, “los microplásticos son pequeños fragmentos de plástico menores a cinco milímetros que o bien se fabricaron con ese tamaño para ser empleados en productos de limpieza e higiene, o bien se han fragmentado de un plástico mayor (como botellas, bolsas o envases de todo tipo) durante su proceso de descomposición”.
“El problema con los microplásticos es que no desaparecen, no se biodegradan, no se asimilan en la naturaleza como los materiales biológicos. Se van rompiendo en partes cada vez más pequeñas y están contaminando los lugares más remotos: desde las profundidades del océano a la Antártida, pasando por los estómagos de los animales marinos hasta el propio organismo humano”, explica a la nacion Agustina Besada, especialista en sustentabilidad y directora de la ONG Unplastify, quien conoce la problemática de primera mano: cruzó el Atlántico en un velero para registrar las altas concentraciones de plástico en el mar.
Para entender cómo ingresan los microplásticos a nuestro organismo primero hay que intentar dimensionar la crisis de la contaminación por plástico a nivel global. Cada año se producen unas 500 millones de toneladas nuevas de plástico en el planeta. ¿Dónde van a parar estos materiales cuando caen en desuso? Muchos de ellos se reciclan pero otros terminan en rellenos sanitarios y en el océano: se estima que se vierten al mar el equivalente a un camión de basura lleno de plásticos por minuto. Debido a la erosión del mar y del sol esos plásticos se van fraccionando en pedazos cada vez más pequeños, los cuales son consumidos por la fauna marina que a su vez nos sirve de alimento a nosotros. Al respecto, científicos del Conicet ya advirtieron que encontraron partículas sintéticas en el tubo digestivo de peces del Río de la Plata.
También se han detectado restos de microplásticos en productos envasados, como la cerveza o incluso el agua mineral embotellada. Así lo explica Leandro Barrionuevo, cofundador de Pura, una empresa que desarrolla tecnologías vinculadas al agua: “Se han encontrado microplásticos en las marcas de agua mineral más reconocidas a nivel global. Estos análisis que evidencian las fibras plásticas en el agua envasada se hicieron en distintos países y en el 90% de los casos se hallaron microplásticos”.
Ahora la pregunta del millón: ¿qué sabemos sobre el potencial riesgo de esta dieta plástica? La respuesta: poco y nada. Si bien la propia Organización Mundial de la Salud instó a que los científicos investiguen al respecto, aún no se conoce con precisión el grado de exposición del ser humano a los microplásticos ni contamos con herramientas confiables para detectar las partículas más pequeñas. De hecho, muchos especialistas señalan que es probable que estemos subestimando el problema. ¿Cómo se digieren estas partículas? ¿Es posible que se acumulen en nuestros órganos y tejidos con el paso del tiempo? ¿Pueden interferir con el sistema inmunitario o incluso con el desarrollo embrionario? Son incógnitas que esperan una respuesta mientras el consumo de plástico a nivel mundial no se detiene.
“Creo que en general no reaccionamos porque es un problema imperceptible. Estamos rodeados de una cantidad excesiva de plástico en la vida cotidiana pero no somos realmente conscientes de que el mal uso de este material está volviendo a nosotros como un boomerang”, opina Besada, de Unplastify, que entre sus originales iniciativas para cambiar nuestra relación con el plástico, acaba de lanzar UPFCoin, un token montado en blockchain que certifica y visibiliza la “desplastificación”.
Para Barrionuevo, los microplásticos “son las esquirlas de una guerra ambiental que se vuelve contra nosotros mismos”. Y concluye con una recomendación que no por evidente deja de ser valiosa: “La solución más sencilla es reducir nuestro consumo de productos plásticos”.