Revestidas en madera de roble, las boiseries de la histórica finca se restauraron para integrar los salones de un hotel de Recoleta
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Mucho antes de que se levantaran las 113 habitaciones del Hotel Palladio Buenos Aires MGallery, en la actual avenida Callao 924 se expandía la quinta de Nicolás Rodríguez Peña, uno de los protagonistas del Cabildo Abierto del 22 de Mayo. Se ubicaba sobre una calle de tierra, conocida como la “Calle de las Tunas”, porque los vecinos levantaban cercos de tunas con espinas para evitar el ingreso del ganado a las casas. También abundaban los pantanos.
La casona se vendió en 1904 y el arquitecto francés Luis Martín levantó entonces un “petit hotel” de tres pisos, donde una escalera de mármol se robaba el protagonismo del espacio. Sin embargo, esta tipología residencial que marcó una época –era la preferida de las clases altas porteñas–, se fue desdibujando. Con sus vitrales, chimenea y los salones de Rodríguez Peña que sobrevivieron al paso del tiempo, el petit hotel dio paso a una mutual de médicos porteños, hasta que en 2010 fue demolido, con la condición de preservar ciertos espacios, como las salas principales.
Ocho años después, se construyó en ese mismo lugar el Hotel Palladio, de cinco estrellas, con 11 pisos y un techo vidriado que hoy baña de luz esos míticos salones patrios, que se mantuvieron intocables.
Los amenities y la decoración exquisita están muy lejos de la calle de tierra y tunas que recién adquirieron jerarquía cuando Bernardino Rivadavia pretendió abrir una calle ancha de circunvalación que rodeara al mínimo centro urbano de la Buenos Aires de aquel entonces. “Calle Ancha Callao” fue el nombre elegido en 1822, en honor al principal puerto del Perú.
Lo cierto es que de aquella época colonial de las carretas y carruajes que venían del norte se conserva el clima de reserva que reinaba en los salones de la casa donde vivió Rodríguez Peña, escenario de las reuniones secretas que antecedieron a la Revolución de Mayo. Vieytes, Moreno, Belgrano, Saavedra y Paso, entre otros, cruzaban el patio, esquivaban el aljibe y se encerraban en esas salas blindadas a deliberar.
Hoy como ayer
Los pisos de roble lucen como en aquella época y los ornamentos de yeso se conservan tal como estaban en los actuales salones Rodríguez Peña del hotel, que se utilizan para eventos, desfiles o cenas especiales.
Testigos de la historia, los paneles de madera y una escultura de bronce florentino –un niño dormido en una silla– son los elementos que se preservan y que dialogan con el restaurante, el spa y el lobby.
“La ciudad giraba en torno a esa casa. Allí se redactaron una serie de principios para la conformación del gobierno”, señaló el historiador Daniel Balmaceda en un artículo publicado por la nacion. Los detalles de esa nueva conformación, los requisitos que debían reunir los miembros y las condiciones para exigirle la renuncia a Cisneros se planearon en los salones revestidos en madera de roble y molduras de yeso a los que concurrían Belgrano, Cisneros y Castelli, entre otros.
Esos elementos también fueron puestos en valor cuando, casi un siglo después, el arquitecto Luis Martín reconvertía la casona original en petit hotel. En sus cuatro niveles (basamento, planta noble, planta de habitaciones privadas y mansarda), destacan los frisos con detalles tallados a mano, según explican hoy en el hotel.
Entre los estudios de arquitectura que participaron de la refuncionalización del edificio figuran Mario Roberto Álvarez y Asociados, Roberto Parysow, Mónica Spodek y Roberto Caparra. “La boiserie se desarmó y se guardaron sus paneles en el taller de carpintería que se ocupó de la restauración, de la cual participaron maestros yeseros y carpinteros con muchísimo oficio. Usamos pinturas italianas para los tonos dorados”, destaca Caparra.
Desde el lobby se accede a estos salones patrimoniales, pasando por el restaurante Negresco, abierto al público. La pequeña figura de bronce florentino custodia de cerca la historia de esas paredes que fueron testigos de la conformación secreta de la Primera Junta, el primer paso hacia la independencia nacional.
A su vez, el terreno de la casa histórica comprendía la finca que luego se convirtió en plaza: desde 1893 lleva su nombre; fue diseñada por el paisajista francés Carlos Thays y cuenta con un monumento en su homenaje.
De esos encuentros reservados quedaron registros históricos. Entre ellos, el aviso de venta del predio publicado en los diarios de la época, que hoy forma parte del archivo del hotel. “Una venta excepcional. El espléndido Palacio Cazón con los terrenos y edificios adyacentes… 20.000 varas cuadradas en 31 lotes”, rezaba el anuncio de 1904 que todavía conservaba la unidad de medida española: una vara correspondía a 0,86 metros. Los herederos del político argentino que murió en Chile en 1853 le encomendaron a Adolfo Bullrich y Cía. la operación. Entre ellos, estaba Catalina Rodríguez Peña de Cazón, la hija de Nicolás Rodríguez Peña, casada con el hacendado Joaquín María Cazón.
Atrás quedaron las operaciones revolucionarias, el esplendor del petit hotel, los trámites de la mutual de médicos... En 2018 la empresa Caruso & Asociados abrió el hotel y conservó el escenario que marcó la historia argentina, cuando los próceres atravesaban la alameda para tejer el futuro del país.
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