Se jacta de ser la primera abogada mediática del país y dice que “les abrió los ojos” a las mujeres
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A Ana Rosenfeld le encanta que le digan “la Rosenfeld”, como si fuera una marca. También se dice de ella que es influencer, empoderada, precursora. “Me hago cargo de todos esos adjetivos. Porque yo les abrí los ojos a un montón de mujeres, instalé en la Argentina la compensación económica y no tengo dudas de que voy a quedar en la historia como la primera abogada mediática que existió en el país”, dice la autora de El terror de los maridos. Cómo prepararse para ser una futura ex esposa.
Personaje infaltable en todo escándalo mediático, la apoderada de Wanda Nara y de un ramillete heterogéneo de celebridades se asume tradicional y disfrutadora aunque ahora, desde su viudez, todo le cueste el doble. “Pude volver a sonreír, pero ya no lo hago con toda la cara. Mis ojos no mienten ni disimulan la tristeza”, confiesa.
–Viviste momentos tremendos en un contexto aterrador...
–Me pasaron cosas horribles. Mi hija Stefi, la que vive en Miami, fue internada por Covid bajo alerta roja, con 8 meses de embarazo. Mi nieto fue uno de los primeros bebés americanos nacidos de una mamá positivo. Y la muerte de Marcelo (Frydlewski), mi marido, directamente me devastó. Fueron 45 días de internación, desesperación, incertidumbre y la más terrible de las angustias.
–Y te enojaste con Dios.
–Dije que jamás me pelearía con él, pero sí, me enojé porque fueron muchas preguntas sin respuestas. Consultaba con rabinos, tenía mis guías espirituales y un tsunami de amor de tanta gente, conocida y desconocida. ¡Cómo no se iba a salvar! Una persona tan buena, joven, el amor de mi vida. No entraba en mi cabeza un final así. Yo estaba desesperada. Hacía posteos en las redes para descargarme y, de alguna manera, pedía ayuda. Los comentarios en público me llegaban por miles. En privado ni qué hablar. Ahí entendí que, además de mi familia, tenía un público fiel, que me quería realmente. Los había ganado uno a uno, compartiendo mis momentos, la vida tan linda que he tenido.
–¿Cómo te fuiste convirtiendo en influencer?
–Abrí mi Instagram por diversión. Ahí nadie espera comentarios jurídicos de la Ana profesional sino de la otra, la persona normal que tiene un buen pasar, que le gustan las cosas lindas y le encanta compartir. La Ana feliz, entusiasta. La verdad es que se fue dando; no es que lo planeé. Hubo un tema de empatía con gente de todas las edades que adoraba ver los videos que hacíamos con Marcelo. Y bueno, empecé a disfrutarlo. Ni loca me metería en Twitter, donde hay odiadores seriales que salen a defenestrar.
–Esos videos se iban superando en el tiempo. Era casi un reality...
–La gente dice que los extraña. Porque éramos auténticos, reales. No construíamos nada para el afuera. La pandemia hizo que las mujeres maduras empezáramos a manejar redes, comprar por internet, ver influencers.
–¿Qué te pregunta la gente por la calle?
–Bueno, me preguntan de todo. El cholulaje está siempre a la orden del día. Pero ahora me hablan de mi duelo. Quieren saber cómo hice para sobrevivir.
–¿Y la respuesta?
–No hay. La verdad es que no hago nada de lo que la gente imagina o supone que se debe hacer. No probé con terapia y, por lo pronto, duermo muy mal. Antes ponía la cabeza en la almohada y soñaba en colores. Ahora me cuesta conciliar el sueño y me despierto cansada. Pero de a poco voy poniendo una sonrisa en los labios. Creo que la clave es el tiempo y la familia. Hay que vestirse y salir a la calle a lucharla. Jamás dejarse hundir porque si empezás una curva descendente, chau.
–Apenas enviudaste aceptaste trabajar como panelista en un programa de espectáculos (LAM). Y la gente sentía que sufrías, quería que renunciaras...
–(Risas) Bueno, fue una prueba y estuve un mes. Yo avisé que estaría solo un tiempo porque se venían viajes y compromisos laborales. Al principio fue bueno porque el programa era de 8 a 10 de la noche y me llenaba un espacio vacío. Me sentía cuidada, protegida, aportaba una mirada diferente de las cosas. Porque si hay algo que nadie puede discutirme es Derecho, ¿no? Pero también hay un tema: el 90% de los casos que se tratan en esos programas de televisión giran alrededor de clientes míos. Y yo no puedo contar nada al respecto.
–¿Terminaste mal con el equipo?
–Pero no. Con Ángel de Brito nunca terminé porque sigo. Somos re amigos. De hecho, él sigue insistiendo para que vuelva al programa. Después, bueno... La verdad es que prefiero no nombrar a nadie porque realmente no pasó nada grave. Hubo algo y, por supuesto, a mí nadie me va a desperfilar. Por eso decidí no entrar en ninguna zona que pudiera afectarme como persona.
–¿Te molesta el término “abogada mediática”?
–Al contrario. Yo, gracias a la maravillosa herramienta que son los medios, instalé en la Argentina la compensación económica, hice que las mujeres pudieran ver y aprendieran a defenderse. Fui pionera y creo que hoy más que nunca hacen falta abogados en los paneles de televisión. Porque el periodismo puede estar muy preparado como tal, pero no tiene la capacidad jurídica para saber la diferencia entre infidelidad y adulterio, por ejemplo. O entre convivientes y casados. A mí me honra saber que cumplo una función jurídico-social. Por eso soy tan buscada en los medios.
–¿Cómo creés que quedarás en la historia?
–Como la primera abogada mujer en aparecer en los medios. Antes eran famosos los hombres y estaban de moda los penalistas. Hasta que aparecí yo, una civilista, rubro que hasta ese momento nadie usaba. Por supuesto no se hablaba de los divorcios como se habla ahora. Ni de alimentos, o de la vulnerabilidad de la mujer. Yo instalé eso de rebelarse contra el patriarcado económico. Soy la abogada que usa el micrófono para transmitir derecho.
–Hoy, la infidelidad no es delito. ¿Eso es grave?
–El Código Civil sacó la sanción de causal de divorcio a la infidelidad. Entonces la gente se separa y los deberes de fidelidad quedan solamente relevados a la moral de la persona. ¿Si está bien que ya no sea delito? A mi criterio, no. Yo fui la primera detractora del Código Civil nuevo con respecto a eso. Para mí tendrían que haber seguido existiendo las causales. Porque vos no podés permitir que te usen, se aprovechen de vos, tengan una vida paralela y ¡me divorcio porque me divorcio! Pero ya está, es un hecho. Hoy la gente puede tener vidas paralelas y está todo justificado.
–¿Cuál fue el gran divorcio argentino?
–El de Susana marcó agenda, pero creo que el de Wanda superó todo porque había montones de condimentos.
–¿Alguna vez calculaste cuántos maridos te odian?
–No, pero llegué a la conclusión de que la mitad me quiere y la mitad me odia. Me aman mis clientes, su familia y amigos, incluso sus peluqueros y asistentes. Y me debe odiar toda la gente que tiene relación con el lado contrario. Eso no se puede evitar, es la vida. A veces noto vibras negativas, no voy a negarlo. Pero yo soy muy fuerte.