Kamala Harris, Vogue, el poder y las expectativas
Kamala Harris ya tuvo más poder en estos tres primeros días desde su jura como vicepresidenta de los Estados Unidos del que jamás soñó Dick Cheney, el vice más influyente que pisó la Casa Blanca. Si la del compañero de fórmula de George Bush (h) era una influencia en las sombras, la de Harris está iluminada por las expectativas naturales que genera la llegada a la vicepresidencia de la primera mujer que además es negra y de ascendencia asiática, después de cuatro años en que los derechos de las mujeres y las minorías fueron amenazados: Kamala es la representación viva del triunfo de una democracia multirracial frente a la supremacía blanca.
Las expectativas no son sólo respecto de cuál será su papel durante este período; se sabe desde el comienzo que ella puede ser la primera presidenta mujer de los Estados Unidos. Por su edad, Joe Biden aclaró antes de asumir que no está interesado en competir por otro mandato. Eso libera el camino para Kamala que, si la gestión de la pandemia y de la recuperación económica es medianamente razonable, no debería tener contrincantes entre los demócratas. De alguna manera, esa campaña ya está en marcha. Y la polémica por la tapa de febrero de la revista Vogue es una prueba de los desafíos que implica.
Como presidenciable, Kamala no puede dejar de medir qué espera de ella la opinión pública. En ese sentido, hasta Biden la tiene más fácil, porque nadie busca en él más que un poco de decencia frente a los exabruptos de su antecesor, y es su compañera quien viene a aportarle a su administración todo aquello de lo que él carece: juventud, carisma, cercanía, además de género y raza. Para la vicepresidenta, en cambio, la popularidad plantea un problema: ¿cómo estar a la altura de las expectativas de medio país que depositó en ella su necesidad de una reconstrucción moral?
Era lógico que aceptara la propuesta de la editora Anna Wintour para convertirse en la portada de la edición de febrero de la biblia de la moda, y hay varias razones para esto: la primera es que no existe una vidriera más icónica para alcanzar a las mujeres que apostaron (y a las que pueden volver a apostar) por ella. La tapa de Vogue habla y, en sus dos versiones, papel y online –que de cualquier manera el gran público conoció en ambos casos por las redes– Kamala, que participó junto a su equipo de comunicación del criticado estilismo, pudo dar un mensaje contundente de austeridad y trabajo en medio de la emergencia. Después de todo, el costo de una mala decisión estética no lo carga ella, sino la revista. Sí le hubieran facturado en cambio haberse frivolizado y aparecer desconectada y fuera de la realidad, por el momento y por el lugar que ocupa: Harris no es una primera dama, su lugar no es meramente decorativo. Lo dicho, de ella se espera todo y más.
“A las mujeres todo nos cuesta el doble”, dijo alguna vez su par patagónica Cristina Kirchner y, en este caso, hay que darle la razón. La tapa de Vogue fue criticada por menospreciar la investidura de la vicepresidenta por una cuestión racial. No bastó con que Vogue pusiera a cargo de la producción a Tyler Mitchell, primer fotógrafo afroamericano en hacer tapas de la revista (recién en 2018, con Beyoncé): la imagen fue cuestionada entre otras cosas por su mala iluminación y considerada irrespetuosa. El look, un traje oscuro de pantalones chupines con zapatillas Converse y collar de perlas, sus dos sellos personales, no sólo fue decisión de Harris: era su propia ropa. Ni ella ni su equipo hicieron comentarios sobre la polémica. Vogue, en cambio, reaccionó difundiendo la versión para redes, más formal, en la que se ve a Harris en plano americano, con traje claro de Michael Kors y brazos cruzados; con esa imagen se hizo finalmente la edición especial que se imprimió para la inauguración de este miércoles. La revista declaró de todos modos que ambas portadas captan “la naturaleza auténtica y accesible” de la vicepresidenta. En un extenso artículo, The New York Times se pregunta si, pese a que eso es cierto, no fallaron en mostrarla también como la persona poderosa en la que se ha convertido.
Puede que Wintour y Vogue hayan fallado en un contexto en el que la revista y su mítica editora están bajo la lupa por su tratamiento histórico de las cuestiones raciales tanto en las editoriales como en el ambiente laboral, pero, para Kamala, son más las ganancias que las pérdidas: se corrió de las preguntas sobre moda, se mantuvo fiel a su estilo y, sin siquiera tener que intervenir, planteó una discusión: ¿Qué imagen hubiera sido a la vez respetuosa de su poder y de su estilo? ¿Acaso alguien se hubiera hecho esta pregunta si el protagonista de la tapa fuera un político varón?
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