Julieta Ortega: “No sabés que extrañás el amor hasta que lo tenés”
A los 50, se reconoce satisfecha: su marca de pijamas multiplicó ventas durante la pandemia y volvió a hacer teatro dirigida por Muscari
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Con una mamá actriz (Evangelina Salazar), un papá cantautor (Palito Ortega) y una madrina (Ana María Picchio) también actriz, Julieta Ortega creció en una casa en la que ver entrar y salir artistas era cosa de todos los días. Posiblemente, escucharlos debatir, verlos actuar y entender esa pasión hizo que se decidiera a recorrer ese mismo camino, aunque alguna vez fantaseó con ser psicóloga. Hoy Julieta Ortega es una de las protagonistas de Perdida Mente, de miércoles a domingos en el Multiteatro, y además se ocupa de cada detalle de su marca de pijamas (@jotaandco), que nació hace seis años y que la pandemia vio crecer. “Es muy movilizante volver al teatro después de una pandemia y de no estar arriba de un escenario desde hace seis años”, dice, en diálogo con la nacion. “Además, tener a Ana María arriba del escenario es como tener a alguien de mi familia. Y José (María Muscari) es un director al que admiro mucho y a quien conozco de los teatros de los sótanos de Buenos Aires, en los 90.
También hice con él su primera obra comercial, Desangradas de humor, y nos fue muy mal. Me quedé triste pensando que cuando trabajó conmigo fue el único momento en el que no le fue bien, por eso me hizo feliz su llamado y crucé los dedos para que esta vez fuera distinto, y es un éxito que no esperábamos aunque sabemos que el elenco de mujeres es fuerte, que el humor de Muscari convoca y que el tema de la obra es muy interesante”.
–Decís que tener a Ana María Picchio en el escenario es como tener a alguien de tu familia, ¿cómo es esa relación?
–Ana María es mi madrina de bautismo y pasé los primeros años de mi infancia con ella muy cerca y en un momento, no sé bien cuándo ni por qué, se distanciaron con mi mamá. A mis 7 años yo veía Andrea Celeste, con Andrea Del Boca, y Ana María era su madre ciega. Un día, al pasar, mi mamá me dijo que era mi madrina y me volví loca porque era mi heroína, entonces le pedí verla y nos reencontramos, y mi mamá y mi madrina se amigaron.
–Creciste en una casa de artistas y todos tus hermanos están relacionados con el medio, ¿creés que ser actriz fue una elección o el destino?
–Hay mucho que debe tener que ver con lo que uno vivió, y mis hermanos y yo tuvimos una gran influencia, en ese momento, de una actriz como Ana María y además venían muchos actores a mi casa. Mi mamá era una gran actriz y en su familia también había muchos artistas, por ejemplo mi abuelo era ebanista, había una tía bailarina y que recitaba y fue quien introdujo a mi mamá en la actuación, y todos los tíos eran pintores o escultores. Entonces, hay algo que debo traer.
–Te ganaste pronto un nombre propio en el medio, ¿ser la hija de Palito y Evangelina jugo más a favor o en contra?
–Al principio siempre es positivo porque saben quién sos y te abren puertas: hay gente que te recibe porque les tiene cariño a tus padres. Esa ya es una ventaja y es muy raro que el saldo después sea negativo. Y claro que hay que hacer un camino propio. En un momento me pesó, sobre todo cuando mi papá estuvo en política, pero es el trabajo de uno despegar. Recuerdo que en la peor época de mi papá en política, el papá de mi hijo (Iván Noble) me dijo: “Tuviste muchas ventajas por ser hija de quien sos y cada tanto te vas a comer un cachetazo, es parte de lo que te toca”. Y fue así, me tocaron muchas cosas muy buenas y ya antes de empezar a trabajar, porque cuando quise estudiar actuación en los Estados Unidos mis papás me recomendaron a Ana Strasberg, de quien eran muy amigos y con quien estudié durante tres años en Los Ángeles y además me hospedó en su casa los primeros meses. ¿De qué me voy a quejar entonces si tengo tanto a favor? Fue increíble vivir en esa casa, rodeada de los libros de Lee Strasberg, y recuerdo que no había una biblioteca, sino que todas las paredes de toda la casa, hasta de la cocina, tenían estantes con libros. Para mí, que tenía 19 años, fue increíble.
–Tu otra actividad es tu marca de pijamas, que vendés online, toda una adelantada a la pandemia…
–Me fue especialmente bien porque la marca de pijamas y la venta online existían antes de la pandemia, lo que me ayudó a pagar las cuentas y a tener la cabeza ocupada. Veníamos remándola con mi socia, Fernanda Cohen, y en 2020 nos planteamos seriamente qué hacer, y cerramos el local que teníamos a la calle porque no podíamos seguir manteniéndolo. Estábamos en un momento muy crítico, y en este último año y medio la marca creció y las ventas se multiplicaron casi ridículamente. De alguna manera, la pandemia nos puso en el mapa y somos una marca chica con un nivel de venta sostenido. El aislamiento por el Covid-19 no me pesó para nada, estaba encantada de quedarme en casa. Lo que no sabía es que extrañaba tanto el teatro y si me preguntaban hace cuatro meses si quería volver a trabajar, iba a contestar que ni loca. Pero cuando me subí al escenario me di cuenta de cuánto lo extrañaba. Es como el amor, que no sabés que lo extrañás hasta que lo tenés en tu vida.
–¿Tenés un amor o extrañás esa situación?
–Por ahora, ni una ni otra (ríe).
–¿Pensaron en ampliar el negocio y diseñar otra ropa?
–Lo pensamos pero es una pyme y nosotras dos para todo; no nos da la cabeza ni el tiempo. Nos encantaría en el futuro.
–Cumpliste 50, ¿sos de las personas que hacen balances o sufren crisis existenciales en sus cumpleaños?
–Tuve crisis e hice balances en otros momentos de mi vida pero no están relacionados con fechas de cumpleaños. A los 30 conocí al papá de mi hijo, con quien rápidamente decidimos casarnos y armar una familia; a los 40 estaba haciendo una tira diaria con una vorágine de trabajo y muy contenta, y cumplí los 50 arriba del escenario, haciendo un éxito después de una pandemia. Entonces, de nuevo: ¿de qué me voy a quejar? Me molestan más los números impares, me ponen nerviosa porque quedás al borde de algo y querés cruzar el cerco de una vez (ríe). Hubo momentos en que no me llamaban para trabajar en las cosas en las que yo quería estar, y en esos casos no echo la culpa a otros sino que me pregunto por qué pasa eso, o en qué no trabajé lo suficiente para tener más oportunidades.
–¿Cómo transitás el feminismo con un hijo varón (Benito) adolescente en casa?
–Mi hijo tiene 15 años y viene con un montón de información que le dan en el colegio o que conversa con sus pares, sus compañeros. A veces me contaba que las chicas habían ido con la cara pintada cuando estábamos en medio de la lucha por el aborto legal, y aprende mucho de las mujeres de su generación. Siento que ya viene con otro chip y es parte de la generación del cambio real. Además me tiene a mí de mamá, y aunque no le bajo línea, me ha escuchado millones de veces hablar de estos temas con amigas o con su papá. Mi hijo sabe cómo pienso y no tengo dudas de que en unos años el mundo va a ser otro porque ya el cambio está empezando.
–¿Proyectos?
–Seguimos con Perdida Mente todo el verano y grabé una participación en la serie El fin del amor, que protagoniza Lali Espósito. Además voy a conducir un programa en canal Encuentro, relacionado con la poesía, que es otra pasión mía, además de los pijamas.
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