A tres horas de la Capital y cerca de la ciudad de 9 de Julio, La Niña sobrevivió a inundaciones y desdichas varias y visitarlo es como retroceder cien años
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Quien espere el típico pueblito for export, con gauchos vestidos para la ocasión y mates decorados a precio dólar para turistas incautos, no tiene nada que hacer en La Niña. Aquí no hay nada impostado y nadie quiere reflotar ningún antiguo sueño agroexportador.
Caminar por estas calles de arena, a poco más de tres horas del cemento porteño –a 37 kilómetros de la ciudad bonaerense de 9 de Julio–, es un auténtico viaje en el tiempo. Un camino fantasma lleva a este apacible paraje rural, en donde la gente abre las puertas de sus casas para recibir visitantes (y prepararles la mejor comida casera de sus vidas). A la oferta se suman visitas a tambos, cabalgatas, avistaje de aves y una laguna para realizar tratamientos de hidroterapia.
Aquellos que recorran La Niña se sentirán en el far west. Solo falta que aparezcan Clint Eastwood y el bandido de turno para hacer un duelo en la calle polvorienta que atraviesa el pueblo. Un puñado de casas, la vieja despensa, la panadería, el club social y los tilos en la plaza parecen suspendidos en un tiempo impreciso, que no es el que habitamos. A la tardecita, algunos vecinos matean en la vereda, riegan para asentar la arenilla o hacen los últimos mandados del día. Un silencio profundo, pacificador, gobierna el pueblo y los campos que lo rodean.
A la tardecita, algunos vecinos matean en la vereda, riegan para asentar la arenilla o hacen los últimos mandados del día. Un silencio profundo, pacificador, gobierna el pueblo y los campos que lo rodean.
Solo revisando los libros de historia se sabrá que este lugar fue alguna vez la segunda localidad más importante del partido de 9 de Julio, con casi 2000 habitantes: aquí llegaba el ferrocarril y la derruida estación es testimonio de ello. “Mi abuelo salía en el tren de las 7 y en unas horas estaba en Buenos Aires negociando el precio de la cosecha”, cuenta Marilda Fumagalli, una estudiosa de la historia de 9 de Julio y los pueblos aledaños. Su abuelo, Nazareno Paoltroni, llegó de Italia a principios del siglo XX y fue uno de los primeros pobladores estables de La Niña; allí se dedicó a criar chanchos y compró campos en la zona.
Entre 1959 y 1962, el llamado Plan Larkin recomendó la clausura de 15.000 ramales ferroviarios considerados “marginales o improductivos”. En esa volteada cayó el tren que llegaba a La Niña (la última formación arribó en 1961). Fue la primera gran estocada al pueblo. Pero vendrían más penurias, de la mano de la naturaleza, con las gravísimas inundaciones de 1973, 1986-87, 2001 y 2005.
Por si fuera poco, en 1987 cerró la fábrica que daba trabajo al pueblo, una antigua planta de la empresa Mendizábal, que producía el primer queso crema argentino (el Mendicrim). La firma había sido comprada por Nestlé, que vació las instalaciones y despidió a más de 100 personas. De los 105 tambos distribuidos en la zona, apenas quedaron cinco. Con el correr de los años, solo permanecieron viviendo 470 personas en La Niña.
Si algo caracterizó a La Niña fue su capacidad de reaccionar a los golpes con creatividad. “En 2001 empezamos con el turismo comunitario: le pedimos a la gente que se animara a abrir las puertas de sus casas y llegamos a tener 10 hospedajes”, cuenta Ricardo Gallo Llorente, impulsor de la iniciativa en ese entonces y dueño de La Catita, un antiguo casco de estancia que aloja familias y contingentes, cuyo origen se remonta a fines del siglo XIX. Desde allí se pueden gestionar cabalgatas, visitas a tambos, pesca en las lagunas, tours astronómicos, apicultura, etc. “El fuerte de La Niña es que ofrece la inmersión en un medio rural, en un pueblo congelado en el tiempo, con sus personajes, actividades y paisajes típicos”, explica Gallo Llorente.
Bety, la pionera
La primera mujer del pueblo que abrió su casa a los turistas se llama Bety Pereyra. “Me llegaban contingentes de 10 alemanes y les daba de comer a todos”, cuenta, orgullosa. Bety vive con su hija arquitecta y, si le da el tiempo y las ganas, cocina cuando alguien le pide (entrega la fuente y hay que regresarla al día siguiente). Otras propietarias ilustres que alojan turistas son Marisa Chela, Natalia Meyer y Noemí De Petri.
Una visita al pueblo debe incluir un tour por las despensas (El Viejo Almacén, San Honorato, el almacén de Karina Terrile), por la sede social del Club Atlético La Niña, la peña El Resorte y la panadería Dulce Amor, en donde las tortas negras son un emblema.
Una visita al pueblo debe incluir un tour por las despensas (El Viejo Almacén, San Honorato, el almacén de Karina Terrile), por la sede social del Club Atlético La Niña, la peña El Resorte y la panadería Dulce Amor, en donde las tortas negras son un emblema. En el recorrido no debe faltar el Hotel España, el primer salón que tuvo cine y todavía exhibe su cabina de proyección colgada del techo.
Natalia Meyer es maestra rural, pero además tiene un alojamiento para turistas (La Molienda). Entre los atractivos del lugar, rescata la belleza de lo simple: “Caminar por el pueblo, que te saluden, las flores, los tilos en la plaza, las calles de arena, la gente en la calle, el cielo minado de estrellas, las chimeneas en invierno…”. Una curiosidad es que los alumnos de la escuela de Natalia, en conjunto con Roberto Castro, director del Museo y Archivo Histórico Julio de Vedia de 9 de Julio, hicieron el hallazgo de varios sitios arqueológicos en la zona.
La inmersión en el medio rural regala varios programas al aire libre. Uno de ellos es el avistaje de aves, ya que en la zona se congregan más de 100 especies distintas, desde flamencos y garzas hasta gallaretas, cisnes de cuello negro, chimangos y gansos salvajes. Otra opción es acercarse a la Laguna La Yesca, cuyas aguas con alta mineralización permiten hacer tratamientos de hidroterapia y fango terapia.
Uno de los misterios de La Niña es el famoso camino fantasma, el trecho de ripio que lleva al pueblo (desde la RN 5). Durante años, ese tramo figuró en los mapas, pero lo cierto es que el camino no estaba terminado. Quizás ese carácter misterioso también aplique a La Niña, el pueblo en donde el tiempo parece haberse detenido para siempre.
Datos útiles
Cómo llegar
La Niña está a 302 kilómetros de CABA por la RN5, a 37 kilómetros de la localidad bonaerense de 9 de Julio.
Dónde dormir
Estancia La Catita. El día de alojamiento con pensión completa, $4000. Fb: Estancia La Catita
• La Molienda (Casa de Campo) 7500 pesos la noche en una casa entera para seis personas. Contacto: Natalia Meyer (+0 2317 47-4127). Fb: Agroturismo Gaia Niña
• Hospedaje Noemí (Casa de familia); 800 pesos la noche. Contacto: Noemí Aráoz (+54 9 2317 50-1718)
Dónde comer
• La Casona
• Club Atlético La Niña
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