Dice que no le teme al disfrute y celebró sus 56 años con una fiesta en las alturas
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Es un hombre de festejos y rituales. El último, con motivo de su cumpleaños 56, hace unas semanas, sucedió entre las nubes (en el piso altísimo de un sky bar) donde reunió a 200 personajes que debían llegar vestidos como para un Oscar. Esto último, al arquitecto, interiorista y escenógrafo Javier Iturrioz, le hace especial gracia. “La invitación indicaba, como lo hago siempre, dress to impress. No hay tantas situaciones en Buenos Aires que te lleven a lookearte con todo, a divertirte, a jugar. A mí me encanta y a mis amigos también”, comenta el hombre que recorrió el mundo primero como hijo de diplomático y luego gracias a su profesión.
Iturrioz, antes de trabajar para marcas internacionales como Hermès, Cartier, Tiffany&Co, Möet Hennessy o Luigi Bosca y ambientar los eventos y espacios más espectaculares de Buenos Aires y Punta del Este, vivió en Madrid y fue, de alguna manera, una especie de chico Almodóvar. Ya en Buenos Aires, estudió arquitectura y se enamoró de un compañero, que hoy es su marido.
–¡Contanos algo de tu versión ochentosa y la movida madrileña!
–Como toda familia de diplomáticos íbamos y veníamos todo el tiempo. Estuvimos en La Haya, Ámsterdam, París, Asunción. En el ‘81 y ‘82 estábamos en Buenos Aires y me mandaban al Colegio Champagnat. Épocas en que el clóset era una obligación y de ciertas cosas no se hablaba. Cuando sucedió lo de Malvinas a papá lo destinaron a Madrid. Y bueno, caí en pleno destape. Iba al mismo lugar donde estaba Pedro [Almodóvar] y toda esa gente tan genial que marcó y sigue marcando agenda. Yo venía de un colegio donde no se podía usar pulsera y de pronto terminé en uno donde no era obligatorio el uniforme. La calle repleta de punks, amigos nuevos. Yo iba a Rock-Ola y hacía toda la movida madrileña que me tenía totalmente fascinado. No me perdía una película, iba a cines independientes. Volví en el ‘86 absolutamente inspirado.
–Pero volviste a ser el dandy de camisa cuadrillé...
–Y bueno, entré a estudiar en la UB y acá todo llegó más tarde. Aunque no tanto. Porque muchos de mis compañeros clasiquísimos al poco tiempo ya usaban spray y escuchaban The Cure. Yo no me perdía nada. Iba a Bajo Tierra, Paladium... Y a La City los domingos, que era el día punk. Hasta que lo conocí a Leo (Montes, su marido), que estudiaba conmigo y era muy clásico. Y bueno, después empecé a trabajar en Ralph Lauren, hice todo un camino hacia otro lado, más vinculado con el arte, las antigüedades, las marcas de lujo.
–¿Cómo se enamoraron con Leo?
–Formábamos parte del mismo grupo de estudio. Pero él entró sin intención y sin saber que yo era gay. Ninguno de los dos nos habíamos descubierto. Eran épocas en que la cosa estaba totalmente tapada. Pero bueno, al mes de conocerlo le pedí que fuera mi novio. Desde ya, en un ambiente así, pasamos años fingiendo ser amigos. Obviamente la gente sospechaba y seguramente hablaban por atrás. Era así, lamentablemente.
–Y llegaron los ‘90... Ahí pudiste ser más libre y entraste en un eterno viaje de fiestones y celebridades.
–¡Qué locura los tiempos del uno a uno! Yo trabajaba en Conindar, del grupo Furlotti, que tenían Calvin Klein, Guess, Route 66, Vanity Fair, Wrangler y mil más. Realmente se tiraba manteca al techo. Organicé fiestones icónicos. En el Cielo, Pachá, La City. Hice escenografías con decorados del Teatro Colón. Todo era posible. Venían Naomi Campbell, Claudia Schiffer, Kate Moss. Auspiciábamos a Madonna, Guns N’ Roses, Michael Jackson. Recuerdo una fiesta de Halloween en tiempos de Poli Armentano. Recreé un chateaux francés alrededor del boliche. Hice paredes de 6 metros de altura pintadas, puente levadizo, jaulas. El nivel de divague y las fortunas que se gastaban. Y después, por concurso, logré entrar a Hermès.
–¿Qué recordás especialmente?
–Me viene la imagen del Colón, yo parado en el escenario, organizando una fiesta de Barón B, para quienes trabajé muchos años haciendo las escenografías. Ahí sentí que tocaba el cielo con las manos. Si hablamos de personajes, me impactó muchísimo Bono. Después de un show nos invitó a una fiesta en Nueva York. También le hice un evento a Cindy Crawford, inolvidable. Y lo de Naomi ni hablar. Me impresionó su belleza. Recuerdo que me recibió en el hotel con la toalla en la cabeza, creo que nunca vi algo más perfecto. A Boy George lo conocí en Madrid y también fue genial. Lo mismo con George Michael, Carolina Herrera y muchísimos más.
–¿Cómo llevás el tema de los haters? Imagino que las más de 70 mil publicaciones en Instagram y las escenas de lujo despiertan también odios...
–Todo empezó como un divertimento. Mi papá era fanático de las fotos, pasión que heredé. Y yo desde muy chico lo imité, con buen ojo, inspirado en las revistas de decoración y moda. Fue Leo quien, en su momento, me animó a meterme en Instagram. Así empezó esta cosa de mostrar mi lifestyle. El trabajo, mis gustos, los afectos. Y también mis luchas. Todo el mundo sabe sobre mi amor loco por los perros, pero ahora estoy totalmente volcado al horror que sufren los caballos. Colaboro con la ONG CRRE, que se dedica al rescate y rehabilitación de equinos maltratados. Es un hogar de gerontes y discapacitados, fruto de la explotación callejera. Los usan para hacer mudanzas, cartonear. Los cargan, los explotan, les pegan, no les dan de comer.
–Pero no me comentaste sobre los críticos, los que te señalan, los que te acusan de frívolo.
–Algunos piensan eso, pero después me conocen y me dicen que soy divino. Por lo visto, sin querer, genero algo. Yo tengo un Instagram privado y las 8500 personas que me siguen saben cómo soy. No dejo que meta la nariz cualquiera porque es mi mundo. Me muestro de gala, pero también en el campo con la remera agujereada o llorando porque se me murió un perro. Los que me atacan, que no son muchos, es porque no están contentos con sus vidas.
–¿Y te importa?
–No me importa nada porque yo soy feliz, no le hago mal a nadie, estoy rodeado de un montón de gente que me quiere. Creo que el problema lo tienen ellos. Yo le pongo el pecho a las balas. Cuando me veía en las carátulas de un personaje equis que vivía destruyendo a medio mundo, yo me moría de risa y hasta le puse “amo ser tu musa”. Porque si te critica un tipo infeliz, ¿qué te puede preocupar? No me importa el qué dirán. Y lo resolví solo. Nunca en mi vida fui a terapia. Yo soy sensible a otras cosas, no a una crítica.
–¿Qué es el chic?
–No se puede adquirir, yo creo que se nace con eso. Algo estético, sofisticado y equilibrado.
–¿Siguen existiendo en estos tiempos las palabras consideradas vulgares?
–Yo algunas cosas las aplico naturalmente, pero jamás corregiría a alguien. Me muero antes de herir a una persona. Puedo no decir pocillo, rojo o pieza. Y veo que las nuevas generaciones de determinados colegios siguen en la misma. ¿Si me parece una pavada? Por supuesto. Es algo que viene de años, de los terratenientes, del Jockey. Algo antiguo ya, que no quita que siga sucediendo.
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