Hogar y estudio del arquitecto Augusto César Ferrari, fue construido en la década del 30 pero estuvo años abandonado; restaurado, hoy funciona como espacio gastronómico
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Augusto César Ferrari tuvo una infancia muy dura. Su papá decidió abandonarlo sin conocerlo y su mamá entregarlo a una partera ni bien lo tuvo en brazos. En el registro civil lo inscribieron como “ilegítimo” y fue enviado a un orfanato cerca de San Possidonio, la ciudad en la que había nacido, en Italia.
Estuvo tres años de casa en casa hasta que una pareja de campesinos decidió adoptarlo y criarlo. “Ellos fueron las primeras personas que lo quisieron. Le dieron alas para vivir”, cuenta Susana Ferrari, hija de Augusto César.
A ese primer capítulo de prosperidad le siguió una vida de estudio y grandes proyectos. Se graduó en Arquitectura en Génova; y de Pintura y Paisajismo en Torino. A los 43 años decidió emigrar a la Argentina. Sus primeros trabajos en Buenos Aires fueron la decoración de la Capilla del Divino Rostro y la construcción de la Iglesia de San Miguel Arcángel. Sin embargo, sus mayores obras están en Córdoba: es el arquitecto que construyó la llamativa Iglesia de los Capuchinos, icono de la capital mediterránea.
Paralelamente a la construcción de su mayor obra, Augusto César Ferrari se instaló en Villa Allende, a 30 minutos de la ciudad, y compró un lote al costado del arroyo Saldán. En la zona hizo 14 casonas –Las Columnas, La Cigarra, El Grillo, entre otras– que luego fue alquilando para poder subsistir. También hizo un castillo de cinco niveles donde pasaría varios veranos junto a sus cinco hijos e hijas. Le puso San Possidonio en honor a la ciudad en la que nació.
“En ese castillo nació el sueño del pibe. El pibe abandonado, el que vivió con campesinos en una casita de madera, el que trabajó en el campo. El castillo es el sueño de ese pibe”, asegura Susana.
Un hogar de verano
El castillo de San Possidonio –ubicado en Av. del Carmen 480– tiene cinco niveles y una torre que alcanza los 25 metros de altura. El arquitecto terminó la construcción en 1936 y durante doce años la familia lo usó como su residencia de verano. Tenía una pileta con tobogán, una cancha de tenis y una de croquet; también un cablecarril que empezaba en la torre y recorría unos 100 metros, que los niños usaban para jugar.
El castillo tiene tres pisos a la vista y dos bajo tierra. En el primer subsuelo solían estar la habitación de planchado, el lavadero y los dormitorios para el personal de mantenimiento de la casa. También el estudio de arquitectura de Ferrari que, en 1939, sufrió una terrible inundación en la que perdieron varios planos de sus principales obras.
“La vida en ese lugar era muy linda y divertida. Mis hermanos hacían licor de algarroba y lo vendían por 10 centavos a los invitados que venían a la pileta”, recuerda Susana, que disfrutó del lugar hasta los 15 años. Luego, la propiedad fue alquilada por un emprendedor italiano que decidió transformarla en una hostería.
En 1946, fue habitada por la familia Balague quienes también decidieron instalar un hospedaje. Sin embargo, años más tarde, el castillo quedó abandonado. Sufrió varios robos y los azotes de las inundaciones, cada vez más frecuentes en la zona.
Un café francés
Fue en julio de 2021 que Jorge Burkle junto a tres socios decidieron comprar el Castillo de San Possidonio y empezar un proceso de restauración que se extendería por varios meses. “El lugar estaba abandonado y descuidado, pero la belleza era impactante por su arquitectura y su historia”, cuenta Burkle, que viene del ámbito de la tecnología y decidió emprender en gastronomía.
El lugar se transformó en un local de Croque Madame, una cadena de cafeterías de estilo francés que funciona en varios museos de Buenos Aires. Para eso, se iniciaron obras de recuperación que duraron varios meses y que tuvieron como premisa mantener la estructura, ya que el castillo fue declarado como patrimonio histórico. El primer paso fue limpiar: la mayoría de los espacios tenían barro, basura, plásticos y hasta animales muertos.
“Pusimos manos a la obra para poder reparar los daños. Las cañerías y el sistema eléctrico hubo que hacerlos de nuevo. Los cambios que hicimos fueron mínimos”, detalla Jorge. Las obras se extendieron entre julio y noviembre de 2021 e implicaron desde la restauración de puertas y ventanas hasta la limpieza de los ladrillos exteriores. La baranda de madera que decora la escalera principal, por ejemplo, fue recuperada pieza por pieza.
Jorge comenta que el contacto con los herederos de Ferrari fue “constante”. “Estuvimos dos veces en la casa de Susana y siempre la mantuvimos informada del avance de las obras”, dice. Ella fue clave en todo el proceso, incluso cuando tuvieron que cambiar el color de la fachada para dar con el original.
“El castillo luce prácticamente igual a como cuando yo tenía 15 años. Fue muy emocionante ver el nombre de mi papá en la fachada porque recuerdo que muchas veces me dijo: ‘Alguna vez voy a ser reconocido’. Hoy el castillo es símbolo para la comunidad de Villa Allende”, culmina Susana.
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