Invasión influencer. La cultura del “yo” se extiende al cine y a las ciudades
Se habla de ellos como un estrato social relevante y los documentales los retratan como una generación con códigos propios
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MADRID (El País).– La escena tuvo lugar en la Isla de Lobos, territorio deshabitado situado a dos kilómetros de la costa de Corralejo, en Fuerteventura. Hay una cala con aguas turquesas y un viejo muelle de madera que salían en todas las guías de la isla. En Instagram las fotos son espectaculares. Era solo una media hora de camino por los terrenos áridos para encontrarla. Y allí apareció, pero no era exactamente como en las imágenes: en la cola para subirse al muelle y hacerse la foto sentado, mirando al horizonte, había unas 200 personas. Cada uno daba el móvil a su acompañante, se sentaba, simulaba un momento de paz y meditación y osaba repetir la foto solo unas dos o tres veces, dado que el resto de la cola empezaba a protestar al cuarto disparo.
Este zoom que nos aleja de la foto, el que muestra la realidad fea que rodea a un encuadre perfecto listo para arrasar en me gustas en Instagram, es la razón de ser de cuentas como Influencers in the wild (“Influencers en su hábitat”), que en Instagram atesora un millón y medio de seguidores. “Sí, tiene algo de realidad”, confirma Diana Millos, que con su alias dianamiaus alcanza 130.000 seguidores en Instagram gracias a sus espectaculares imágenes tomadas en viajes por todo el mundo. “No es siempre así, pero una foto perfecta puede esconder madrugones, escaladas, cambios de estilismo, colas, pasar frío, pasar calor, largas esperas, comida que se enfría y horas de edición”.
Esto puede parecer lógico para Diana, creadora de contenido que ayuda a empresas turísticas en sus estrategias de marketing digital, pero empieza a ocurrir ya al otro lado de la pantalla, tenga uno 130.000 seguidores o solo 50. La posibilidad del me gusta es demasiado tentadora. Y el resto del mundo está dispuesto a llevárselo también.
Basta echar un vistazo a la oferta cultural que nos rodea, o a los últimos locales inaugurados en las grandes (o pequeñas) ciudades para darse cuenta de la cultura del influencer, que se ha demostrado ya lo suficientemente estable y trascendental como para que nadie se siga riendo de ella: el retorno de la inversión en este tipo de escaparates es cada vez mayor para las marcas que deciden pagar por ellas. Desde hace un tiempo ha extendido también sus tentáculos sobre la televisión, el cine, la música y la arquitectura
Black Mirror
Hace 11 años La red social (dirigida por David Fincher) abrió la puerta al fenómeno de la popularidad digital en el cine. Desde entonces diversos personajes que se dedican a triunfar en las redes sociales han aparecido en las pantallas, casi siempre para ser pasto de un chiste. La recién estrenada Shook lleva a los influencias a un nuevo género que, históricamente, ha funcionado mejor que ningún otro como termómetro de los miedos, carencias y pasiones de cada momento y cada sociedad: el terror.
Shook, recientemente estrenada en Estados Unidos, cuenta la historia de una estrella del maquillaje de las redes sociales que comienza a ser acosada por un psicópata que sabe todo sobre ella (como sus cientos de miles de seguidores). Jennifer Harrington contó en la web especializada Filmint que no sabía mucho sobre la cultura influencer hasta que empezó a investigar para el guion. “Cuánto más miraba más sentía esa apariencia, ese pretender ser otra persona. Puedes ver perfectamente que es una interpretación. Y te preguntas: ¿quiénes son de verdad? No es que muestren solo lo positivo de la ida, es que se crean una nueva personalidad. Eso tiene que empezar a influir en tu mente al cabo de un tiempo. Empiezas a tener más de una identidad”.
La historia nos ha enseñado que cuando una realidad entra en el cine de terror, empieza a formar parte del discurso de una época para siempre. Las criaturas deformes y los monstruos en el cine hicieron de catarsis para la Primera Guerra Mundial, los hombres lobo se hicieron populares durante la Segunda Guerra Mundial, los extraterrestres malvados durante la Guerra Fría, las cintas de asesinatos sangrientos juveniles tipo Viernes 13 después de la guerra de Vietnam y el terror al sida resucitó a los vampiros en los ochenta.
En realidad, Shook es hija natural de un nuevo tipo de película de terror post 11-S, y anterior a las redes sociales como tales, que lleva triunfando durante quince años: la que habla de la hipervigilancia y tiene sus mayores ejemplos en la serie Black Mirror. Documentales como Fake Famous, de HBO, o el popular El dilema de las redes, de Netflix, nos ponen frente a una paradoja casi más grande que ver en un dispositivo films que hablan de los peligros del dispositivo y es el segundo gran legado de Netflix: el algoritmo advirtiéndonos de los peligros del algoritmo.
Pero mas allá de la pantalla: ¿estamos decorando la realidad para que se acomode a la belleza de lo que vemos en las redes? Si Jennifer Harrington descubrió que había personas intentando aparentar ser otra cosa, ¿están los lugares transformándose para encajar perfectamente en el cuadrado que define ahora nuestra personalidad digital?
Diana Millos lo confirma: “La esquina instagrameable es algo que cada vez se busca más. Es una oportunidad para cafés, restaurantes, hoteles y destinos de destacar sobre los demás y conseguir atraer, sobre todo, a millennials y a la generación Z”. El interiorista y diseñador Guille García-Hoz alerta sobre los peligros e incomodidades de construir una realidad que encaje en lo que exigen las redes sociales: “Una cosa es hacer un instagram spot [o sea, un rincón fotogénico] para que la clientela de manera orgánica te ayude con la publicidad y otra es perder el norte haciendo escenografías del todo invivibles en viviendas que son para seres humanos reales, que pasan tiempo con sus familias y desarrollan su vida cotidiana, no virtual, en ellas”.
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