A casi 100 km de Buenos Aires, Altamira, en el partido de Mercedes, se destaca por su inquebrantable tranquilidad y por buenas propuestas de alojamiento y gastronomía
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Amanece en el corazón de Altamira. Alguna oveja distraída recorre el camino desierto de tierra que, si llueve, solo tal vez se haga barro. Un gallo. Un galgo flaco. Una liebre gordita se escabulle por el potrero lindero, chumbada por perros que jamás la alcanzarán. El cielo se enciende y el nuevo día comienza con sus tiempos lentos de pueblo chico de menos de 2000 habitantes, de saludos reiterados.
La estación de tren de Altamira, recientemente declarado pueblo turístico, a menos de 100 km de Buenos Aires y a 10 km de Mercedes por la ruta 5, luce reparaciones hechas con la solidaridad de todos. Espera la llegada del tren y no será un milagro: el proyecto del Tren Turístico unirá las localidades de Mercedes, Tomás Jofré y Altamira, entre otras.
Encontrar paz y que no sea una verdad de perogrullo: en las calles de Altamira, aún es posible sentir la caricia del sol y de la luna sin mediaciones. Comprar en la feria Altamira Produce los productos de las familias que ofrecen en forma comunitaria: las verduras de la huerta orgánica de Fernanda o de la tradicional de Eva; las artesanías en madera; los licores y las conservas como los duraznos en almíbar M.B.M de Pedro López y Cristina Pisoni, los quesos de la familia Fagunde, los salames de la familia Sirello o la familia Ravasa. Cada ingrediente tiene una historia auténtica para contar.
Altamira nació lindero a las vías de la excompañía General de Ferrocarriles Buenos Aires que luego se llamó General Belgrano. El primer silbato del tren sonó en 1908, de su mano vino la urbanización en un puñado de manzanas que hoy hacen de centro. En ese entonces la producción frutihortícola era el principal sustento; luego llegó la fábrica Corinema que dio trabajo a más de un centenar de familias en la década del 60, época de apogeo cuando las chacras producían y comercializaban a través del ferrocarril. El tren abandonó las vías en 1977 y Corinema cerró en 1994. Parte de sus ruinas (túneles y una torre altísima que aún luce su antiguo esplendor) son patrimonio histórico: es probable que el predio se recicle para convertirse en hotel.
Cabañas y almacenes
Frente a la estación rodeada de higueras que aún dan sus frutos se encuentran las cabañas y la parrilla La Colorada de José Luis Vitali, que se instaló hace diez años y construyó con sus manos las distintas casitas de madera en un predio de 4 ha. Altamireño por adopción, recibe a los huéspedes con mucha dedicación. Y eso sí es algo que caracteriza a Altamira: la amabilidad de los anfitriones para recomendar donde comer, una cabalgata, una bicicleteada.
Construidas en alto con una bella panorámica en un entorno de agua endicada, árboles y animales, las cabañas Puestas de Sol Altamira ofrecen un glorioso atardecer.
Campolindo Mercedes es una chacra con una hostería, un vagón reciclado y una casa ecológica, donde también se ofrece la posibilidad de pasar el día de campo. Otras opciones son la hostería Santa María con pocas habitaciones, y en las zonas aledañas La Soleada, Las Chancles, Altos de Jofré Glamping y el Hotel Mercedes, unidas en una red.
Hubo un tiempo en que Altamira poseía más de 30 hornos de ladrillos, alrededor de los años 70. En ese entonces, cuenta Mariela Sirello, docente y presidenta de la Sociedad de Fomento, “mamá me mandaba a la calle a buscar ciruelas y duraznos para el postre”. Higueras, ciruelos, durazneros, todo se daba, generoso, en las calles para que los niños salieran a juntar fruta. “Es importante que el visitante entienda que existen otros tiempos en el pueblo: está el tiempo del almacén, el de la siesta, el tiempo del almuerzo largo”, explica.
Pocos pero buenos, se cuentan con los dedos de la mano los lugares para comer en Altamira, a diferencia del vecino Jofré, distante a 9 km: la parrilla de Luis, que ofrece un buen asado todos los fines de semana y el Almacén de Puricelli, boliche de campo original de 1930 con paredes y piso de ladrillo y palenque en la puerta. Atiende de martes a domingo y ofrece picadas, empanadas, pizzas y otros platos por encargo, además de los productos típicos de almacén.
Madre e hijo se turnan para atender a comensales y compradores. María Boragno, de 76 años, distingue a Altamira por su tranquilidad. “¡Acá hay una paz! No se ven las cosas que pasan allá en Buenos Aires”, cuenta tímidamente mientras ceba unos mates a su hijo. Mario, por su parte, cuenta que el boliche siempre perteneció a su familia, con idas y vueltas. “Lo hizo mi bisabuelo”, aclara.
Abierto hace 12 años, Lo de Curly está en una esquina con más de 100 años. Siempre funcionó como almacén de ramos generales. La picada se corta en el momento, las pastas y el asado se hacen por encargo y el chulengo se prende cuando el humor del dueño lo indica. “Yo recibo a todos por igual siempre que haya paciencia y respeto”, dice Curly.
Porque esa es la esencia de lo que quieren transmitir en Altamira: que “bajes un cambio y que mires el cielo, ese cielo que sigue allí a pesar de todas las vicisitudes y pesares”, concluye Mariela.
Datos útiles
Cómo llegar. Para llegar a Altamira hay que tomar el acceso Oeste y luego ruta 5 en dirección a Mercedes. Luego tomar la salida 91 hacia Tomás Jofré y seguir por dos kilómetros más.
Alojamiento. Puestas del Sol Altamira: WhatsApp 2324472045; IG @puestasdelsolaltamira
Chacra La Colorada: WhatsApp, +54 9 11 4998-3212
Gastronomía. Parrilla La Colorada: Abierto los fines de semana, mediodía y noche, con reserva @chacra_lacolorada.
Lo de Curly: 626 y 623, Altamira. Tel. 1168575854
Almacén de Puri: 02324 67-1787.
Fotos: Santiago Filipuzzi
Edición fotográfica: Fernanda Corbani
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