Soñaba con albergar allí las cenizas de Dante Alighieri y pidió que su diseño esté inspirado en la Divina Comedia
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Misterioso, exótico, monumental. El Palacio Barolo es quizás el edificio más extravagante de la ciudad. Fue presentado como “el primer rascacielos de Latinoamérica” por su autor, el arquitecto milanés Mario Palanti, a pedido de Luis Barolo, un empresario textil italiano obsesionado por traer las cenizas de Dante Alighieri para que reposaran dentro de esta obra-homenaje al autor de la Divina Comedia. Pero no pudo ser; murió seis meses antes de su inauguración.
El próximo viernes 7 de julio, la leyenda cumple 100 años. Con su estilo único y su vocación en altura intactos mantiene el brillo anhelado por Barolo, fanático de la épica literaria de Dante. Así surgió el conjunto ecléctico, pura voluptuosidad inspirada en la epopeya religiosa considerada una de las obras maestras de la literatura universal.
Entre cóndores, dragones y serpientes, los detalles arquitectónicos integran el repertorio de guiños constructivos basados en el poema cuya estructura (Infierno, Purgatorio y Paraíso) está dividida en 33 cantos cada uno. El canto introductorio completa el número redondo de 100. Como los 100 metros de altura del Palacio Barolo declarado Monumento Histórico Nacional en 1997. La epopeya de hormigón prepara sus mejores brillos para la celebración e invita a recorrer por dentro sus secretos. Por los 9 ascensores, cuyos herrajes fueron diseñados a medida, se accede al piso 21, y, por una escalera estrecha y en caracol, hasta el 22 (el número de las estrofas), que además corresponde a los módulos de oficinas por bloque. En tanto, en la terraza, quien quiera transportarse a los años dorados puede entrecerrar los ojos e imaginar el horizonte porteño desde el rooftop contiguo a uno de los torreones.
El Salón 1923, instalado en el piso 16 y ahora en plena remodelación, reabrirá su barra en el curso de este mes con una oferta de tragos inspirados en la Divina Comedia, como Las Tres Damas y La Otra Orilla.
Otra estrategia para dominar el skyline de Monserrat es acceder a la cúpula, la única de la ciudad que contiene un faro vidriado. Al atardecer, las vistas panorámicas al Congreso de la Nación, el eje de la Avenida de Mayo y cúpulas emblemáticas como la del edificio La Inmobiliaria, ofrecen un espectáculo aparte. “La cúpula del Palacio simboliza la unión del Dante con su amada Beatrice y está inspirada en el templo Rajarani Bhubaneshvar de la India. El faro que la remata representa a Dios. Desde allí, los primeros días de junio a las 19.45 es posible ver la constelación de la Cruz del Sur alineada con el eje del Barolo”, destacan Valeria Dulitzky y Julieta Ulanovsky en el libro Divino Barolo (Ed. ZkySky). Las autoras, diseñadoras gráficas, están al frente de ZkySky, el estudio con base en uno de los icónicos espacios del piso 15.
Actualmente funcionan 270 de las 400 oficinas originales y están ocupadas por abogados, arquitectos, contadores, escritores, diseñadores de indumentaria, gráficos e industriales. “Cada día disfrutamos su belleza, sus vistas, sus detalles constructivos, su historia. Por eso le rendimos nuestro propio homenaje a esta joya arquitectónica, cuya historia es fantástica y singular”, destacan las diseñadoras que relevaron los misterios y símbolos masónicos recorriendo de punta a punta las 25 plantas y los 1410 peldaños. Así fue cómo lograron subrayar la precisión de sus vitrales alemanes, el mármol de Carrara de las escaleras y los accesorios eléctricos traídos de Gran Bretaña.
“Llegué, me enamoré y creo que no me voy más”, dice Julieta Messer, de la librería Oficina de Libros, en el 5° piso, el corazón del Purgatorio. En apenas 14 metros cuadrados se pueden encontrar ejemplares únicos de historia del arte, filosofía, narrativa universal, infantiles y fanzines. “El cruce de arquitectura, literatura y arte en este espacio emblemático fue amor a primera vista”, confiesa la librera que organiza allí talleres y eventos culturales abiertos al público.
“Ya me jubilé, pero no me quiero ir”, dice Esperanza Salazar, de 64 años, conserje del edificio. Junto a su compañero, Carlos Mamani, reciben a los turistas, entregan correspondencia e indican cómo llegar a las oficinas. “La admiración de quienes entran por primera vez y la pasión que genera este lugar son únicas. Trabajar acá es un lujo”, define.
Hoy, el sueño del hilandero italiano que fue concebido como edificio de rentas se puede palpar tramo a tramo. “Busque al guía con sombrero”, indican las señales de Planta Baja. Bajo el ala de un sombrero de paño de época, Miqueas Tharigen, de 41 años, es uno de los guías que acompañan las visitas guiadas junto a su hermano Tomás. El bisabuelo de ambos, Carlos Eduardo Jorio, instaló su estudio contable en 1926 y desde 1995 su tío, Roberto Campbell, es el administrador. “Toda la familia está dedicada a la conservación del edificio
El sombrero es nuestro pequeño homenaje a mi abuelo, que lo usaba todos los días para venir a trabajar”, señala Miqueas. Y relata la odisea por Mar del Plata que emprendió para rescatar parte de La Ascensión, una escultura original realizada por Palanti que vino desde Italia y recaló en el puerto de La Feliz. La pieza, que es emblemática, simboliza un águila con las alas desplegadas. “La compramos en Mar del Plata y hoy se puede ver en la oficina del 7° piso”, cuenta Tharigen. A su vez, agrega que gracias a fotos y bocetos de la pieza original, su abuela, Amelia Jorio, realizó una réplica que hoy está instalada en el museo del edifico.
Según Miqueas, la obsesión de Barolo por atesorar los restos de Dante se debía a que “en la Argentina de ese momento había muchísimos inmigrantes italianos que temían que Europa se destruyera por las guerras”.
Memoria emotiva
Entre las actividades previstas para celebrar los 100 años, la Fundación Amigos del Palacio Barolo convocó a la comunidad a acercar fotos antiguas del conjunto Art Nouveau donde se detallen aspectos de su arquitectura gótica y neorromántica. La expo “Barolo 100 años” pretende visibilizar historias desconocidas –como la de un matrimonio que se conoció en los ascensores– y celebrar a quienes lo habitaron a través de los registros que fueron acercando en los últimos meses familiares y exinquilinos. Algo similar se puso en práctica para la restauración de la Confitería El Molino, donde los vecinos llevaron objetos, vajilla y piezas de época, a la esquina de Av. Callao y Rivadavia.
El 7 de julio a las 19 horas, en tanto, se realizará un concierto de piano a cargo de Martha Noguera y se descubrirá una placa de mármol alusiva al centenario que entregará la Legislatura porteña. Además, hasta ese día se puede visitar la muestra “Dulce Roma: fotografías de Tazio Secchiaroli”, uno de los grandes fotógrafos italianos que retrató a Sophia Loren, Marcelo Mastroianni y Federico Fellini, entre otras figuras icónicas del cine. Las exposiciones culturales se organizan en el subsuelo, Los Bajos del Barolo, por debajo de las nueve bóvedas del palacio, como el número de jerarquías infernales representadas por estas bóvedas de acceso al edificio, que simbolizan pasos de iniciación. Cada una tiene frases en latín tomadas de nueve obras distintas, desde la Biblia a Virgilio.
A imagen y semejanza
Si el sistema constructivo del Palacio Barolo representó un adelanto tecnológico por el uso del hormigón y el faro giratorio que remata el edificio, su gemelo uruguayo siguió los mismos pasos que el rascacielos porteño del barrio de Monserrat. Las 300 mil bujías que podían verse desde Montevideo fueron el alarde lumínico que motivó al arquitecto Mario Palanti a levantar el Palacio Salvo en la otra orilla, en 1928. Pintor y escultor, Palanti había diseñado el Pabellón Italiano para la exposición del Centenario en 1910 y llegó a Buenos Aires cargado de saberes. El edificio que nació como hotel cuenta con departamentos y locales comerciales en la planta baja. Está ubicado frente a la Plaza Independencia, sobre la avenida 18 de Julio y tiene 5 metros más que su mellizo argentino –escala a 105 metros– así como 27 pisos coronados por una cúpula-faro. Los hermanos Salvo (José, Lorenzo y Ángel) le encargaron la obra a Palanti a modo de agradecimiento a Uruguay por la prosperidad que forjaron en el rubro textil.
Allí y aquí, el Barolo sigue ocupando el rol de testigo de episodios culturales y sociales. En Buenos Aires, la obra descomunal que resistió al abandono –y a la invasión de palomas– se reconstruyó sobre su propio mito y hoy brilla con el mismo esplendor de hace 100 años. Y para festejarlo, invita a descubrir la intimidad de sus 17 mil metros cuadrados y balcones corpulentos en recorridos que abren puertas con historias secretas, auténticas cápsulas del tiempo ceñidas a un poema materializado en un palacio con alma de hormigón.
Un dispositivo que funciona como un imán para flâneurs, como una postal porteña para propios y ajenos. Y que está coronado por un faro que no se rinde jamás.ß
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