Sol Acuña fue parte de una generación de modelos que marcaron época; hace 25 años, con la mentoría de Francisco de Narváez, creó su propia marca de ropa: Rapsodia
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La notificación suena a las 16 en punto. “¡Estoy!”, escribe Sol Acuña (53) por WhatsApp. “Me encanta que te interese hablar conmigo”, dice la empresaria, y ya desde un principio, sorprende. No es común que Sol, que construyó un imperio llamado Rapsodia junto a Josefina Helguera (54) y Francisco de Narváez (69), sus socios, dé notas. La sola idea de ser retratada de un modo artificial, o ser malinterpretada, le da fobia.
Pero en 2024, la marca con la que irrumpieron en el mercado con un sinfín de colores, texturas y referencias musicales, cumplirá 25 años. Y Sol quiere festejar semejante hito con un repaso de su historia. “Siempre supe que íbamos a llegar lejos”, arranca la charla.
–Con Josefina, tu socia, crearon un titán.
–Sí, es una estructura muy grande. A veces siento que me atrapa y me empiezo a ahogar. Soy muy exigente y me juega en contra. Con Jose sabemos verlo y, cuando las cosas se ponen pesadas, recalculamos: “Soltemos, disfrutemos. ¿Cómo podemos cambiar esto que está trabado? ¿Qué queremos lograr? “. Estamos grandes y sabemos cómo encontrarle la vuelta a las cosas.
–¿Te pegaron los 50?
–Me pegaron bien. Veo que tengo una sabiduría diferente. Sigo sintiéndome joven, pero entiendo todo desde otro lugar. Me siento respetada. Miro para atrás y me da mucha satisfacción ver todo lo que logré. Es lindo llegar a este punto de mi vida y sentir orgullo, porque, además, lo hice bien: cada paso fue pensado, madurado…
–Arrancaron fuerte, con una boutique en Las Cañitas, que abrió sus puertas en agosto de 1999. ¿Go big or go home siempre fue su lema?
–Think big fue el lema y no es nuestro: es de Francisco. Cuando arrancamos, yo era una hippie total: tenía una casa de ropa usada, viajaba cuando quería, proveía cuando quería, y me junté con dos personas mucho más estructuradas que yo, que me hicieron seguir pautas y procedimientos, hacer manuales de marca, y hasta someterme a un estudio de mercado para testear mi nombre [risas].
–¿Cómo termina el empresario Francisco de Narváez en la ecuación?
–Hicimos el business plan de Rapsodia con él. Francisco había ayudado a Jose con su tesis. Fuimos a verlo, le presentamos nuestra idea, y nos dijo que nos iba a ayudar. “Siempre hay plata para los buenos negocios, así que tiene que salir perfecto”, fueron sus palabras, textuales. Ese día nos volvimos a casa con deberes: nos mandó a pensar el nombre de la marca, quién iba a ser la clienta, quiénes los competidores, el rango de precios, el local.
–Las “mentoreó”.
–¡Totalmente! Cada vez que nos juntábamos, nos despachaba con consignas nuevas. A los dos días volvíamos a su oficina y nos replicaba: “Esto no me gusta”, “Esto está bien”, “Acá no me convencieron”. Con Jose nos matamos, cumplimos todas las premisas, y cuando terminamos de ilustrarlo, ponerle tapa y sumarle color, nos dijo: “Chicas, yo voy a ser el inversor. No hubo nada que las amedrentara, quiero ser su socio”.
–En lo personal, hiciste un salto arriesgado y te salió bárbaro.
–La verdad que sí. En un momento, el modelaje me empezó a pesar. Iba a eventos a los que no quería ir, hice unos intentos en televisión con los que no me sentía a gusto… Evidentemente, no era lo mío.
–Siempre tuviste un estilo muy marcado.
–Es una herencia de mamá y de mi abuela materna [Dolores de Anchorena y Carolina Calvo, respectivamente]. Ella nos marcaron a mi hermana Loli y a mí. Las botas con pollera, las polleras maxi… Todo eso es de ellas. Para ir a la playa, en Quequén, mamá nos ponía bikini con lunares y volados, vestiditos rosa y zuecos blancos. A mí me daba un poco de vergüenza hasta que me di cuenta de que era una genialidad, que estaba siendo diferente, que estaba bueno romper con ciertas cosas.
–¿Te gustaba ser modelo?
–No sabía muy bien si me gustaba o no. Me divertía ser famosa, y que me reconocieran, pero lo que más me importaba era ganar plata y viajar. En casa no se viajaba mucho porque papá [Miguel Acuña] era una persona de campo. Al final de mi carrera como modelo, empecé a encontrarle la vuelta a la música y con Rapsodia terminé fusionando música y moda.
–¿Tuviste una banda, no?
–Tuve varias bandas de rock, con amigos. Ensayábamos y nos presentábamos en boliches. Tocábamos en Pachá, pero también en Rosario y en Flores. Tipo dos de la mañana, paraban la música y entraba yo con mi banda a cantar covers desconocidos de los Rolling Stones y de los Zombies. Papá me decía: “Mirá que sos caradura, eh”.
–¿Cómo recordás esos tiempos?
–Alegres, descontracturados y libres. De una inconsciencia absoluta y de una inocencia total. Tenía 22 años y ni alcohol tomaba. Iba a bailar a La City y no tenía tiempo de ir a la barra de lo que me gustaba bailar y deambular. No era consciente de los revientes.
–Hace 25 años también hubo una tapa de revista que decía: “Sol Acuña revela la intimidad de sus encuentros con Mick Jagger”.
–Ay, esas pavadas que dicen las revistas… Fuimos con Loli a una comida con Mick Jagger durante la gira Voodoo Lounge. Las dos éramos fanáticas de los Stones, mi hermano Juan había muerto el año anterior [Juan Pablo Acuña murió a los 14, tras ser atropellado por María Victoria Mon en la madrugada el 1º de julio de 1995] y nuestro objetivo era llevarles a los miembros de la banda una carta que él les había escrito a sus 12 años, cuando los vio por primera vez. Nada más alejado que meterme en la cama con Jagger. Es más, esa noche toqué la guitarra y canté temas de discos piratas que ni Mick se acordaba de que existían. Me divertía conocer a un ídolo; después me di cuenta de que no está tan bueno…
–¿Por qué?
–Por todo lo que vino después. Salimos del hotel a la noche, muy emocionadas por haber logrado darles una copia de la carta, y nos abordan de esa revista. Nos hacen unas preguntas y, al día siguiente, sacan una nota con todo fuera de contexto y fotos mías de una producción con cara de loba. Los Stones habían quedado pasmados con la carta. Les impactó que un chico tan chico supiera tanto de su historia. Para nosotras y para Miguel, nuestro hermano mayor, era un cierre muy lindo y muy fuerte. Imaginate la desilusión que sentí cuando los de la revista se mandaron con esa tapa.
–¿Cómo es recordar ese episodio?
–Mirá, al día de hoy reniego de esa tapa porque se confundió quién era yo. En ese momento, lo que vendía era el contenido bobo, frívolo, pero de todo se aprende, ¿no? Por suerte, al poco tiempo llegó Rapsodia y ya no hablaron más de mí. La marca superó mi nombre. Hoy, siento un orgullo indescriptible por todo el camino que recorrimos.
–Ser empresaria es…
–Lo más osado que hice en mi vida.
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