Devolverle su brillo original es el trabajo de unos 40 “artesanos del detalle”
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“El Molino es un edificio vivo, habla y sabe muy bien que quiere volver a ser lo que fue”. Recuperar el brillo de la confitería que este año cumple 106 años es el trabajo de hormiga que involucra a 40 restauradores multidisciplinarios. Artesanos del detalle, especialistas de la reparación que tienen la misión de interpretar capa por capa para restaurar el ícono porteño de Av. Rivadavia y Callao.
Desde el motor original que alimenta las aspas del molino, el reloj suizo del salón, la cocina industrial y los vitrales hasta los cimientos, revestimientos, ornamentación, vigas y estructuras. Cuando en 2018 la Comisión Bicameral del Congreso de la Nación se hizo cargo del edificio asumió el desafío de atender todo tipo de patologías. El agua trepaba cuatro metros en los subsuelos, donde un equipo de buzos profesionales se sumergió para apuntalar las bases e instalar una bomba que hoy permite desagotar filtraciones.
El edificio patrimonial, catalogado como Monumento Histórico Nacional, estaba derruido, intrusado y olvidado. Apenas si conservaba señales como referente del art nouveau, el estilo al que suscribieron los pasteleros italianos Constantino Rossi y Cayetano Brenna cuando en 1904 compraron el terreno para reproducir las recetas de cannolis y biscottis y homenajear al molino harinero a Vapor Lorea, el primero en su tipo instalado en la Ciudad.
Pero el testigo de los grandes episodios políticos y sociales se incendió en 1930, quebró en 1978 y resurgió gracias a los nietos del pastelero Brenna. Hasta que en 1997 cerró definitivamente sus puertas. Rescatar esta línea del tiempo es otra de las tareas del equipo multidisciplinario coordinado por los arquitectos Guillermo García y Nazarena Aparicio, el Secretario Técnico y Administrativo de la Comisión, Ricardo Angelucci, y Sandra Guillermo, arqueóloga urbana.
20 mil objetos para un museo de sitio
Además de resolver filtraciones de agua, reparar mamposterías y restituir vitrales desde cero, el equipo a cargo de la Restauración Integral del Edificio El Molino (RIEM) recibe todo tipo de aportes. De vecinos, habitués y ex trabajadores que llevan sus tesoros. Varios pasteleros, por ejemplo, colaboraron para descifrar el uso de maquinarias específicas. Las piezas conforman una colección que se suma a los fragmentos y vestigios descubiertos por los arqueólogos in situ. Ya catalogaron y ficharon más de 20 mil. El repertorio permite rearmar el otro rompecabezas, el de los usos y costumbres de otras épocas.
Pocillos, recetas, cartas, listas de casamientos, cucharitas, servilletas de papel, cajas de bombones, latas de galletas, registros de compras. Parejas que se casaron en el salón principal, mozos, cajeros. Y novios que tuvieron su primera cita en la confitería, entre otros. Cada hallazgo se comunica a través de las redes de la confitería. “Hay luminarias que no pudimos encontrar y gracias a una foto la vamos a desarrollar de cero”, dice Guillermo García en el sitio exacto del salón, al pie de la escalera de mármol, donde una foto en blanco y negro se convirtió en la mejor pista, además del registro del flechazo entre Graciela y Arturo, 54 años atrás.
En cuanto a la cristalería y vajilla italiana casi no hay indicios. Tampoco de varios de los muebles que se ven en fotos viejas. “Se vendieron muchas cosas al exterior, sólo encontramos las luminarias del salón de baile. Las tenían los herederos de Brenna, a quienes les hicimos una oferta y se las compramos”, explica García.
A cuatro años del inicio de las obras, el objetivo inicial de recuperación trascendió gestiones políticas y vaivenes económicos: “La restauración del patrimonio material e inmaterial tiene sentido si se prolonga en el tiempo. Apuntamos a generar conciencia y dejar un legado a las generaciones futuras”, plantea García.
Un Frankestein premoldeado de hormigón
El especialista en gestión de patrimonio cultural explica las claves de esta obra titánica a partir de un abordaje filosófico y multidisciplinario del proyecto que llevó a cabo el arquitecto italiano Francesco Gianotti. Un adelantado para su época que en 1915 resolvió en menos de un año un pedido inusual: unificar tres edificios para ampliar el espacio de la confitería y levantar departamentos de renta. “Un Frankestein resuelto con hormigón armado, una técnica novedosa de la que se sabía muy poco, por eso fallaron muchas cosas que recién hoy podemos solucionar. Como el edificio siempre fue privado nunca hubo documentación específica”, describe el arquitecto García. La intervención que plantea la Comisión Bicameral se entiende desde un formato reversible: “Las obras no alteran la relación del usuario con el edificio y están proyectadas para futuros arreglos”. Así, los vitrales de la fachada y los 8 gajos de la cúpula cuentan con una protección antivandálica laminada, una capa de aire que los resguarda de la condensación de humedad y un sistema desmontable que facilita el mantenimiento.
Las técnicas tradicionales de restauro y las nuevas tecnologías conforman un mix de soluciones destinadas a recuperar funciones originales y garantizar la durabilidad. Uno de los ejemplos es la cabina del teléfono para damas, el espacio que en pocos meses alojará un ascensor de alta tecnología. Con sistema sanitizante, aire a presión entre los pasajeros y control de teclas a distancia, los requisitos en la nueva era pos pandemia estarán garantizados por Servas, una empresa nacional.
Mirador panorámico
Aún no hay fecha cierta para la reinaguración. Los andamios envolverán la marquesina de la esquina de Av. Rivadavia y Callao hasta que el edificio esté listo para el corte de cinta y la terraza, a nuevo para recibir visitas. Junto a la torre y las aspas del molino, con visuales únicas a la cúpula del Congreso de la Nación y la plaza, Buenos Aires contará con un mirador privilegiado y de acceso público. Desde allí se aprecia el sistema que ahuyenta las palomas, redes ocultas entre las esculturas de los cuatro leones alados de 800 kilos, que fueron reconstruidos con técnicas 3D.
Todavía quedan piezas por recuperar, teselas y ornamentos que volverán a sus sitios originales con el brillo de antaño, cuando el decapado incesante descubra la paleta original. El mapeo es minucioso, muy preciso para recobrar el adn de esta confitería que quiere volver a ser lo que fue: testigo de los cambios urbanos, sociales y políticos de la ciudad. Borges, Bioy Casares, Tita Merello, Eva Duarte y Niní Marshal dejaron su huella en la confitería que hoy se despoja de años de abandono. Convicción y resiliencia, la fórmula del retorno de un hito porteño.