La dependencia del celular en nuestro país y la necesidad de hacer un uso crítico y sano de las redes
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“Lo tengo al lado mío en todo momento”, reconoce Malena Frías, estudiante universitaria de 19 años. Y aunque parece más que nada una declaración de amor, se refiere a su celular, el aparato sin el cual la mayoría de las personas no concibe su vida. Es lo último que vemos antes de dormir y lo primero que agarramos cuando nos despertamos (incluso lo hacemos gracias a su alarma). Lo usamos para hablar, mirar la hora, mandar mensajes, pagar cuentas; también para sacar turnos, para orientarnos (y evitar caer en embotellamientos) y para chequear el clima. Es nuestro gran arcón moderno de los recuerdos: a través de él sacamos fotos, grabamos videos, expresamos sentimientos, y pensamientos que quedan guardados en la nube. Y claro, también es un aliado para buscar pareja o simplemente un match, jugar, estudiar, ver series, estar informados, realizar las compras y hasta hacer cuentas. Y por si faltara alguna funcionalidad, algunos lo usan hasta como luz de noche, mientras recargan la batería.
Sin dudas el celular se convirtió en el objeto fundamental en la era de la hiperconexión, en la que los argentinos pasamos 9 horas y 38 minutos diarios prendidos a distintas pantallas. Somos el quinto país del mundo que más tiempo los utiliza, detrás de Sudáfrica (10 horas y 46 minutos), Filipinas (10 horas y 27 minutos), Brasil (10 horas y 19 minutos) y Colombia (10 horas y 3 minutos), según el estudio internacional Digital 2022, entre usuarios de 16 a 64 años. El mismo informe sostiene que la pantalla que más utilizamos es la de nuestro smartphone: el 56,69% del tiempo que estamos conectados lo hacemos a través del celular. El resto se reparte entre laptops y computadoras de escritorio (42,43%), tablets (0.83%) y otros soportes.
Sin embargo, cuando la edad promedio de los encuestados baja, el tiempo de consumo de tecnología aumenta. Una encuesta elaborada por el Observatorio de Medios y Entretenimiento de la UADE dada a conocer esta semana, sostiene que las horas son 15 para un joven de una edad promedio de 28 años que vive en el AMBA, que trabaja, estudia, y lleva una intensa vida social.
En qué gastamos las horas
Pero lo interesante no es tanto cuánto sino cómo, es decir, saber en qué gastamos ese tiempo de conexión diaria. Teniendo en cuenta que varias actividades se hacen, incluso, en simultáneo, el estudio internacional revela que 3 horas y 41 minutos las pasamos mirando series, películas y programas, ya sea vía streaming o televisión abierta, 3 horas y 26 minutos las dedicamos a mirar las redes sociales, 1 hora y 53 minutos las utilizamos para escuchar música a través de distintos dispositivos con servicio de streaming, 1 hora y 28 minutos la pasamos leyendo noticias online o impresas, 1 hora y 4 minutos escuchamos radio tradicional y 1 una hora y un minuto nos divertimos jugando con la consola de videojuegos. En último lugar aparece el podcast: las personas dedican apenas 37 minutos por día a este formato. El informe de la UADE sostiene que el principal consumo diario de los jóvenes es redes sociales (4h10min), seguido por música (2h47min) y series (1h37min). Lectura y video-juegos se consumen relativamente menos que las categorías anteriores, y quedan fuera del podio. En el medio, claro, chequeamos el clima, sacamos turnos, mandamos mensajes, compartimos fotos y videos y comprobamos si a la tarde va a llover o no.
Malena reconoce que está cerca del tiempo de uso promedio que revela el estudio internacional, ya que calcula que pasa algo más de un tercio del día con su smartphone, ya sea para estudiar, entretenerse o mirar redes sociales. “Debo tener un uso de pantalla de más de 8 horas diarias. Hoy, por ejemplo, estudié un texto para la facultad desde el celular, y lo usé para sacar varios turnos pendientes. Y también está la parte de ocio, de las redes sociales. La mitad del tiempo me la paso ahí”, cuenta mientras trata de hacer un resumen preciso del uso de su celular. Incluso, aunque no es recomendable, agrega que lo utiliza a última hora para conciliar el sueño. “Pongo un video que es para meditar que me ayuda a dormir”, dice Malena, que pese a haberse criado en la era digital también tiene momentos de cuestionamientos. Durante este verano, de hecho, llegó a plantearse si el uso que hacía de su teléfono era algo excesivo.
“En un momento me preocupé. Una cosa es cuando lo usás para cumplir con ciertas tareas, y otra distinta cuando no tenés nada que hacer y lo agarrás por agarrar –distingue–. Me di cuenta de que cuando estaba con tiempo libre lo usaba incluso más horas. Lo que pasa es que muchas veces siento que si no lo estoy usando me estoy perdiendo lo inmediato. No sé si me entretiene mucho, es más que nada la sensación de que si no lo uso me estoy quedando afuera de lo que pasa”, reconoce la joven estudiante de Comunicación, y hace referencia, sin mencionarlo, al síndrome FOMO (del inglés “fear of missing out”, que en español significa “miedo a perderse algo”) que lleva a muchos jóvenes al límite de la adicción.
Aun así, Malena asegura que puede tener su tiempo de desconexión. De hecho, acaba de pasar el último fin de semana largo sin su teléfono: “Se me rompió y como era justo antes de Semana Santa no lo tuve por seis días. Al principio fue gracioso: amagaba agarrarlo para mirar Instagram, y recordaba que no lo tenía –dice–. Pero después me acostumbré y estuve desconectada, les avisé a mis amigas que no tenía el celu por el chat de Instagram en la compu. Pero las redes sociales no están diseñadas para la PC. Falta la magia del touch, de pasar con el dedo infinitamente. El celular es más cercano, de uso personal. La compu es muy distante, más de laburo”, compara.
Con el tiempo, el celular también se transformó en una herramienta de trabajo para muchas personas. Y en ese sentido están también quienes tienen un alto uso del celular sobre todo por un tema laboral. Es el caso de Lucila Nava, de 26 años, que trabaja en un comercio y es community manager de varias marcas. “Tengo que usar mucho el teléfono para trabajar. Yo creo que en promedio lo utilizo 9 horas, repartidas en varios momentos del día. Digamos que son más las horas que lo uso que las que duermo”, grafica Lucía, quien se puso un alerta de salud que le suena cuando se cumplen las 8 horas de utilización diarias del móvil.
“La establecí yo, es más informativa que otra cosa, para medir un poco más el tiempo de uso. La realidad es que hoy tenemos una dependencia total con el celular, te das cuenta cuando te quedás sin batería. Si no sabés donde estás no podés llegar, no te podés pedir un UBER, estás como perdido, desconectado del mundo. La gente confía en que todo te lo resuelve el teléfono y cuando no lo tenés, colapsás”, reconoce.
El necesario equilibrio
Más allá de la cantidad de aspectos que la tecnología en general y el celular en particular han facilitado en la vida cotidiana, hay preocupación de parte de expertos e instituciones por el uso excesivo que se hace de las pantallas. La pregunta es: ¿es posible escapar de la hiperconexión? Últimamente surgieron algunos movimientos en contra de esta tendencia de uso abusivo de lo digital. Una de ellas es la tribu conocida como “los desconectados”, que renuncian de forma voluntaria a todas las redes sociales (incluso a una conexión a internet) para ser “libres” y no estar atados a las cadenas de la tecnología.
Ezequiel Passeron, director institucional de Faro Digital, una ONG que propone usos reflexivos, conscientes, críticos y creativos de la tecnología, sostiene que esta idea de dependencia o “condena” a la hiperconexión no es positiva. “Si asumimos esa postura quedamos paralizados como víctimas, sin posibilidad de hacer ni cambiar nada –opina–. Luego de muchos años de ‘tecno-utopía’, en donde lo digital nos fascinaba y nos ‘solucionaba la vida’, pasamos rápidamente a un ‘tecno pesimismo’ en donde todo lo digital nos hace mal. Y ninguno de estos dos extremos es cierto. Es posible lograr un equilibrio digital, aunque requiere de esfuerzo y toma de decisiones. Lo principal es poder romper la naturalización con la que utilizamos estas tecnologías. Es decir, para lograr usos equilibrados, hay que ser conscientes y reflexivos respecto a nuestros usos y prácticas, algo que no viene solo ni se soluciona con una app”, plantea.
De todas maneras, un buen comienzo, dice Passeron, es empezar desde edades tempranas. “Es fundamental que niños y niñas cuenten con lugares de diálogo y reflexión sobre sus experiencias en los espacios digitales, algo que tiene que suceder sobre todo en los hogares y las escuelas. Desde Faro lanzamos a fines del año pasado la campaña “¿Cómo te fue en internet hoy?” que va justamente en esa línea”, comenta. Respecto de los desconectados, el director de Faro Digital sostiene: “Me parece interesante que surjan experiencias reflexivas respecto de nuestros vínculos con los medios en general, ya que buena parte de nuestras percepciones, sentidos y subjetividades devienen de nuestra interacción con ellos”.
Por su parte, Laura Jurkowski, psicóloga especialista en adicción a las tecnologías y directora del Centro reConectarse, cree que es habitual que las personas perciban cada vez más un uso excesivo de su celular y busquen hacer un detox digital. “Por un tiempo deciden voluntariamente desconectarse de Instagram o Twitter. Creo que la desconexión total, como plantean algunas personas, es algo bastante radical y muchas veces no es posible –asegura–. De todas maneras los desconectados no se aíslan, tienen un celular que no está conectado a Internet, lo utilizan para comunicarse pero no quieren estar pendientes de las redes sociales y sobre todo rechazan los algoritmos y la privacidad que pierden al navegar por la red”, describe la especialista, que compara la adicción al celular con la adicción a la comida. “No podés dejar de comer, tenés que aprender a convivir de manera sana con la comida. Acá pasa lo mismo. El celular bien utilizado nos resuelve y nos ayuda con un montón de cuestiones de nuestro día a día”.
La limpieza o el detox digital, entonces, es un buen camino intermedio: “Mucha gente lo hace y da resultado. Se puede desinstalar una red por un tiempo, no tiene que ser para siempre. Una vez que retoman esa red, se vinculan con ella de otra manera. La persona que recurre al detox ya registró que hay una relación problemática, que es el primer punto para cambiar”, describe la especialista. ¿Un ejemplo? Malena decidió desinstalar Tik Tok: “No me sumaba y sentía que era mucho el tiempo perdido usándola así que la desinstalé pos cuarentena. Y la verdad, no lo extraño para nada”.
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