Hay que saber enojarse
El enojo es tal vez la emoción que más controversia y temor genera. Asociado erróneamente con la violencia, suele tenérselo como un sentir intrínsecamente malo o negativo, lo que es una gran injusticia.
Las perspectivas respecto del tema son muy diversas. Algunos apuntan a segregar al enojo del menú emocional a través de la “elevación espiritual”, otros a “descargarlo”; otros, en cambio, apuntan a “gestionarlo” y así en más.
Enojarnos nos permite percibir y, eventualmente, defendernos de algo que nos daña o puede dañarnos. También suele aparecer cuando creemos que algo nos está hiriendo, aunque en realidad no sea tan así. Podemos hacer una analogía con el sistema inmunológico que ataca a los microorganismos que osan entrar en nuestro cuerpo con intenciones invasivas. Nada de paz y amor en esos casos: los glóbulos blancos arremeten contra aquello que nos infecta y, si tenemos suerte, le darán una buena tunda al microbio de turno para evitar que siga su nocivo camino.
También ocurre a veces que el sistema inmune sobreactúa al tomar como invasivo algo que no lo es, de allí que sea importante el discernimiento para entender la naturaleza de lo que nos enoja y no cometer errores.
Una de las causas de la violencia es, justamente, la idea de que al enojo hay que erradicarlo… violentamente. Una cosa es administrar el enojo y otra es ningunearlo con intención de erradicarlo sin más del mapa. Es verdad que por causas sociales, históricas y culturales le tenemos mucho miedo a esa emoción, a la que solemos confundir con la ira descontrolada, pero la solución no es un “buenismo” hipercontrolado que es, en los hechos, de corto alcance.
Por ese temor se barre bajo la alfombra no solo al enojo en sí como emoción, sino las causas que lo propician. Si alguien vive una situación injusta, suele sentir enojo. Con suprimirlo no suprimimos la injusticia. Claro está que si con ese enojo hacemos estropicios, actuamos con violencia, replicamos de manera inversa esas injusticias sufridas, bueno… ahí las cosas se complican. Está siempre la posibilidad de sumar sabiduría a la emoción, lo que ayuda a que esas complicaciones no ocurran y no sea tan fácil “engancharse”.
La incorporación de la idea de la “inteligencia emocional” permite entender que la división entre razón y emoción no es tan taxativa. El universo emocional es parte de nuestra inteligencia y originalmente es parte del registro de lo que estamos experimentando.
Es muy habitual que viejas emociones guardadas en algún rincón del alma revivan de manera desconcertante, infiltrándose en el hoy de manera conflictiva. Por eso es importante irse auto conociendo, identificando lo que nos pasa y lo que nos ha pasado, para que las emociones sigan siendo buenas compañeras de ruta, y no una cadena que nos dificulta habitar el presente con mayor libertad.