Se llama Ricardo Zaera, pero todos lo conocen como Puchito; heredó el oficio de su padre y se transformó en el favorito de varias generaciones que, aún hoy, le piden que vaya a sus fiestas
- 6 minutos de lectura'
“De ser humano tengo 67, y de Puchito, 52″, dice Ricardo Zaera cuando se le pregunta la edad. La respuesta no solo esconde un sutil sentido del humor –acaso su rasgo más característico y por el que logró trascender a varias generaciones–, sino una realidad: hombre y personaje comparten el mismo cuerpo desde hace mucho tiempo y, a veces, hay que separarlos.
Desde hace cinco décadas, Puchito, el payaso, se encarga de animar las fiestas infantiles –y de adultos– de miles de argentinos. Está en los álbumes de fotos de las familias de antes y en la galería del celular de las de ahora. En su público hubo y hay de todo: hijos de empresarios y celebridades, familias de clase media y de clases populares. “Son cuatro generaciones. Yo siempre digo que soy el mismo. La gente es la que crece, yo me mantengo”, dice y otra vez suelta su característica carcajada.
Ricardo dice que su payaso es “clásico, como los de antes” y cuenta la historia de cómo nació el personaje: “Mi papá fue el primero que inició la profesión en la familia, en el año 1950. Fue puro azar: en el barrio de él vivía un mago y necesitaba un payaso. Y mi papá, que era bastante gracioso, empezó como su ayudante. Le fue tan bien, que se independizó. Pero necesitaba alguien más y le dijo a mi tío que trabajaran juntos”.
Como cualquier niño, Ricardo solía acompañar a su papá a su trabajo en salones y casas familiares donde celebraban cumpleaños, bautismos y comuniones. Toda su infancia y parte de su adolescencia creció rodeado de ese mundo lúdico, hasta que la tragedia lo ubicó en el centro de la escena. “Mi tío tuvo un ACV y falleció de pronto, en agosto de 1971. Recuerdo que mi papá tenía que ir a trabajar con él a un evento grande a los pocos días y me preguntó si lo podía ayudar con la animación. Yo tenía 15 años. Esa fue la primera vez, el principio de Puchito”.
En los inicios, su rol era secundario, pero poco a poco el personaje recibió un nombre –derivado de varios apodos presentes en la familia– y comenzó a crecer. “La gente empezó a pedir por mí. Yo era chico y me nutría mucho de los nenes, que no estaban tan lejos de mí en edad. Era muy fluido todo –recuerda–. Todavía estudiaba en la secundaria y este payaso tenía las mismas vivencias que un chico que iba al colegio”, cuenta Ricardo.
Autodidacta, el creador de Puchito asegura que no se inspiró en nadie para componer al personaje: antihéroe querible, capaz de despertar tanto risas como arrebatos de ternura, niega similitudes con los payasos que marcaron la época: Gaby, Fofó y Miliki. “Si tengo que decir el payaso que más me llegó, diría que fue Olmedo. Fue mi referencia. Esa complicidad con el público que tenía mirando a cámara es muy mía también”, asegura Ricardo, que cuenta que uno de sus secretos es tener información previa del homenajeado y su entorno. “Yo averiguo cosas del lugar donde voy a ir: nombres, quiénes van a estar, y eso ya sorprende, me preguntan cómo lo sé”, cuenta y agrega que gracias a Puchito viajó por distintas partes del país, e incluso al exterior. “El personaje se ha trasladado mucho: llegó hasta Salta, Tierra del Fuego, Uruguay y Paraguay –enumera–. Muchos me dicen: ‘Quiero que vengas a tal provincia’, y me llevan. También hice espectáculos en escuelas rurales. Un día estaba viendo un noticiero y me enteré de que estaban juntando cosas para una escuela de Mendoza y fui hasta ahí. El asombro en los ojos de esos chicos no me lo olvido más”, se emociona.
Más allá de la vocación y el disfrute de hacer reír, Zaera confiesa que no es fácil el oficio de payaso. “Tiene mala prensa, yo me empeñé en deshacer ese prejuicio. Dicen que detrás de un payaso hay una persona depresiva. Yo me esforcé en demostrar que no es así. Ni yo ni mi personaje somos tristes, al contrario. Vivimos por y para el humor”.
En lo cotidiano, también, trabajar de payaso representó un desafío: “Mi mujer iba a comprar medias y le pedía a la vendedora las más coloridas y raras. Tenía que explicar que eran para su marido, que era payaso –describe–. También íbamos a comprar una peluca y pensaban que era para ella. Se les transformaba la cara cuando decía que era para mí”. Y acota: “Una vez, en el colegio, después de hacer una travesura, la directora llamó a mi hijo y le dijo: ‘¿A vos te gusta hacerte el payaso?’ Él le contestó que no, que su papá era el payaso. Cuando se enteró de que efectivamente era cierto, la mujer se quería morir, no sabía dónde meterse. Si hoy tengo que llenar un formulario digo que soy artista, pero se me quedan mirando porque no me conocen”.
De chicos a grandes
Aunque durante años se dedicó con exclusividad a los chicos, en la década del 90 empezó a animar también fiestas de grandes. “Los adultos siempre me quisieron porque los integré, los hice participar. Y entonces me empezaron a llamar para animar sus propios cumpleaños. Yo me resistía, les decía que no, que Puchito era un personaje muy ligado a los niños y no quería transformarlo en un Drácula. ‘Pero yo me maté de risa con vos’, me contestaban. Y así empecé. Hoy hago eventos corporativos, aniversarios, cumpleaños de 50, 60, 70, 80 y hasta 90. Hay familias que festejaron conmigo los cumpleaños de los hijos, los padres y los abuelos, en distintos momentos”.
Lejos de las redes, la fama de Puchito creció especialmente por el boca a boca. “Todavía me llaman personas después de muchos años y se alegran porque me dicen ‘qué bueno que estás vivo’”.
A lo largo de los años, Ricardo reconoce que tuvo que reinventarse. Las nuevas tecnologías representaron un desafío para Puchito. “Hoy cuesta más lograr el factor sorpresa. Cuando empecé, había tres programas en la televisión, tres canales en blanco y negro. Esta sobreoferta de personajes, de estilos de humor, hace que sea más difícil generar asombro. Pero el vivo, lo teatral, la cercanía, es irreemplazable y los chicos lo disfrutan mucho. La risa llega igual, puede tardar un poco más, pero siempre llega”.
A pesar de la edad y los años transcurridos, Ricardo –feliz abuelo– afirma que no tiene pensado jubilar a Puchito: “La risa es una medicina. Yo he hecho shows con algunas ‘nanas’ y mientras me cambiaba y salía para hacer el espectáculo, me curaba. Esto me mantiene activo. me llena de energía. Hay Puchito para rato”.