Protagonista de La 1-5/18 en eltrece, habla de su pasión por la lectura y presenta su segunda novela, El punto de no retorno
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Hace veinte años que lo vemos en televisión, teatro y cine, en telenovelas, dramas y comedias, pero pocos saben que Gonzalo Heredia también es un ávido lector y un ya experimentado escritor que en estos días publica su segunda novela, El punto de no retorno, de Editorial Alto Pogo. Son tiempos agitados porque a la adrenalina de esta novedad, se le suman las grabaciones de La 1-5/18 Somos uno, la tira que protagoniza junto a Agustina Cherri y Esteban Lamothe en eltrece, y Desnudos, la obra que hace de jueves a domingos en el Teatro Metropolitan y en la que comparte escenario con su mujer Brenda Gandini y madre de sus hijos Eloy y Alfonsina. Además, los viernes a la medianoche tiene otro espacio de goce en FM Radio con Vos, donde conduce Notas al pie, un ciclo dedicado exclusivamente a libros y autores. En diálogo con LA NACION, Gonzalo Heredia intenta desandar su historia y descubrir cuándo nació el actor y en qué momento asomó el escritor. “Cuando era chico, leer me sacaba del contexto de ese momento y me abría puertas que expandían mi mundo”, reflexiona Heredia.
-Un lector apasionado siempre cree que podría leer más, ¿es tu caso?
-Un lector nunca lee la cantidad de libros que quisiera. Solamente para hacer el programa de radio tengo que leer un libro por semana, para entrevistar al escritor o escritora que nos visita ese viernes, porque me gusta saber sobre lo que vamos a hablar, me interesa también entender sobre la estructura y la construcción de la narrativa. Y después hay otras lecturas que tengo semanalmente por búsquedas personales, por inquietudes. En general, tengo dos o tres lecturas abiertas por semana. Pero insisto, no me considero el lector que me gustaría ser, siento que me faltan leer muchas cosas y ya tengo 40 años y puedo medir el tiempo en cuántos libros puedo leer en lo que me queda de mi vida y lo digo como TOC (trastorno obsesivo compulsivo) porque es un numero finito. Hay como esa desesperación, entre comillas, de cuántas lecturas me quedan y hacia dónde voy para ser certero. Me sigo formando como lector.
-¿Qué inquietudes estimularon la escritura de tu segundo libro?
-El punto de no retorno es una novela que empecé a escribir en el 2018, apenas publiqué la primera, Construcción de la mentira. Arranqué anotando algunas ideas, aparecieron imágenes y entonces elegí lecturas relacionadas con todo eso. La novela cuenta la historia de un joven aspirante a escritor que tiene el anhelo, la esperanza y el deseo de poder escribir y va en busca de una palabra hasta ese momento inexistente, porque todavía no tiene las herramientas suficientes. Y así inicia una travesía medio urbana, y se mete en talleres literarios, en talleres de lectura, conoce a un autor bastante consagrado y empieza a tejer una especie de triangulo con este hombre y su novia también escritora; siempre en búsqueda de esa palabra que no llega o siente que no tiene.
-¿Cuánto tienen tus libros de tu propia historia?
-Uno toma material sobre la realidad pero un texto siempre es ficción.
-¿Primero apareció el actor o el escritor?
-Es como responder si primero apareció el huevo o la gallina (ríe). Hoy puedo decir que lo primero que hice en mi vida fue leer, mucho antes de meterme en una escuela de teatro. Recuerdo que leía en el taller mecánico de mi papá, que crecí en una casa donde no había una biblioteca y que leer me sacaba del contexto que tenía en ese momento. Y cuando tenes esa adicción no te das cuenta de que la lectura te lleva a lugares que te hacen sentir bien, que te abren puertas, sobre todo dentro de tu cabeza, y te expande los límites del mundo que conoces. A la distancia, entiendo que eso es lo que me sucedía en ese momento. La lectura y la escritura siempre me acompañaron, aunque quizá en ese momento no le di el espacio necesario en mi vida. Después vinieron las escuelas de teatro, las obras y todo ese mundo de castings. Siempre está un poco borroneada esa línea de qué fue primero.
-Y el actor empezó a ganar terreno, ¿cuándo pensaste que podías escribir y publicar una novela?
-Todo el tiempo narramos experiencias, anécdotas, cosas que sentimos. Escribo hace mucho tiempo y en un momento me di cuenta de que a través de la palabra podía construir atmosferas a las que quizá no podía llegar de otra forma. Me gusta construir ese universo desde cero, porque como actor hay ciertas limitaciones: el phisique du rol, interpretar algo que escribió otro, ponerte un vestuario que no es tuyo. En una ficción el actor sólo es un engranaje, pero cuando escribis hay algo de la construcción total que fui descubriendo y me atrae. Mi primer libro, Construcción de una mentira, habla de un actor que busca la verdad, y partí de una pregunta que se hace el personaje, saber si todo lo que lo rodea es ficticio o es real. Siempre tuve esa fantasía, ¿cuándo un actor termina de actuar? Y es una pregunta bastante existencialista porque es mi oficio y me pagan por hacerlo. Para escribir esa novela fui a talleres literarios y leí mucho hasta que la historia empezó a tener vida propia y a decantar.
-¿Quién es la primera persona a la que le confias tu material? ¿O sos celoso de tu escritura?
-Cero celoso. Me gusta tener intercambios con escritores y escritoras de confianza y que me hagan devoluciones. Escribo mucho a mano y tengo libretas, y las primeras lecturas fueron en el taller que estaba haciendo con Virginia Cosin, y mis compañeros fueron los primeros que escucharon los textos. En el caso de El punto de no retorno fue más solitario porque al principio era una novela bastante epistolar, pensaba en un intercambio de mails del protagonista con su maestro y después se metía la novia. Y luego empezaron a aparecer otros personajes y se fue construyendo la historia, pero para eso necesité muchas lecturas y la mirada de Virginia Cosin y también la de Mariana Komiseroff, que escribe la contratapa del libro junto con María Lobo. Estuve tres años con la novela, una pandemia en el medio, la incertidumbre de todo, el aferrarse a ese texto como si fuera lo último que me quedaba en la vida, de alguna manera, porque seguí escribiendo cuando se cerró el mundo y nos encerramos en casa. Todo eso sumado a la convivencia familiar.
-Muchos escritores le temen a la página en blanco, ¿también vos?
-Lo de página en blanco es medio una mentira porque siempre tenes retazos y sobras de textos anteriores, y están ahí. Hace unas semanas empecé a tener lecturas referidas a un tema del que me gustaría escribir, relacionado con la familia.
-En tu mundo, ¿el actor y el escritor van de la mano o por caminos diferentes?
-Las dos son formas de expresión. Trabajo en el medio desde el 2001 y tengo una cierta experiencia, se sabe lo que hago. En cambio el escritor fue tomando lugar hace seis o siete años, así que en algún punto van de la mano, porque ambas son maneras de construir mundos de ficción.
-¿Cómo fue volver a trabajar en televisión después de la pandemia, en la primera ficción de industria nacional en un canal de aire?
-Estoy contento porque hace un año atrás estábamos en un contexto de incertidumbre total y formar parte de esta primera ficción es emocionante. Fue bastante raro al principio, por los protocolos. Recuerdo una de las primeras escenas que grabé, en la que éramos tres personajes, dos estábamos más cerca y entraba otro que se quedaba parado en un umbral y luego salía. Cuando llegué a casa me llamaron de la producción para decirme que había dado positivo una de las actrices que hizo la escena conmigo y tenía que aislarme por contacto estrecho. Y fue extraño, me pregunté si quedarme en casa con el barbijo o irme. Y al rato volvieron a llamar para contarme que un infectologo había visto la escena para determinar si era contacto estrecho o no y al final no era por la lejanía que teníamos. Esas cosas antes eran impensadas, y formar parte de este regreso me enorgullece un montón. Y Pol-ka es como mi casa.
-Te critican mucho en las redes sociales, ¿te enoja o te causa gracia?
-Me divierte mucho Twitter, una red social en la que la ironía y la acidez son moneda corriente. Creo que el que se enoja, pierde. Soy la primera persona que se ríe de mí, de mi figura, del rol de galán, de mi mala actuación. Hay algo que no me tomo en serio, no me creo especial, y entonces las críticas son relativas. A veces me río de mí en las escenas, me causo gracia, pero no me tomo en serio, no soy de esos actores solemnes que no soportan que le hablen mal de su trabajo, al contrario, me divierte. Se formó un grupo divino y nos divertimos mucho, aunque ahora estoy un poco agotado porque a la noche hago teatro y por momentos es duro, porque estoy 14 horas fuera de casa. Por suerte en la obra nos reímos mucho y eso relaja bastante.
-¿Cómo es la experiencia de trabajar con tu mujer?
-Trabajamos juntos otras veces tres veces, la primera en esta misma sala, en el 2006, y después hicimos televisión en dos oportunidades, pero es la primera vez que trabajamos siendo pareja y padres de Eloy y Alfonsina, con vida familiar en común. Me divierto mucho con Brenda porque es una persona hermosa, una gran compañera, muy graciosa, muy buena actriz. Siempre me quedo en patas (detrás del escenario) viendo sus escenas con Luciano Castro y disfruto mucho, y además nos descubrimos como pares desde otro lugar.
-¿Vuelven a casa y siguen hablando de trabajo o hay alguna especie de pacto?
-Por ahí nos quedamos tomando algo y hablando de la función, también volviendo a casa en el auto, pero una vez que entramos, ya somos padre y madre que empiezan a sufrir las demandas de sus hijos (ríe).
-Tuviste hijos, escribiste ya dos libros, ¿plantaste un árbol?
-No, todavía no. Eso está pendiente, es verdad. No lo había pensado.
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