Gloria y ocaso del Tattersall. La historia de un edificio icónico de Buenos Aires: “Se robaron hasta los herrajes”
Construido en 1898 y cerrado en marzo de 2020, hoy está desocupado y en pleno estado de abandono, a la espera de los resultados de una nueva licitación
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La vegetación del Tattersall de Palermo crece sin control, atraviesa las rejas oxidadas y hace sombra sobre la avenida del Libertador al 4600, en una de las zonas más exclusivas de la ciudad de Buenos Aires. Entre los yuyos de hasta dos metros de altura hay todo tipo de basura deteriorada por el paso del tiempo, ropa descartada y restos de cigarrillos. La pintura de la fachada está craquelada y, en sectores, deja al descubierto el esqueleto de ladrillos del edificio, construido en 1898. Hoy es difícil imaginar cómo este espacio desmejorado supo ser el salón de eventos más importante de la ciudad en los años 2000.
El portón de entrada, por donde ingresaban cientos de invitados, está despintado, con graffitis, telarañas y cerrado con candado. El movimiento del interior es casi nulo. Las puertas están cerradas con alambres y fajas de seguridad de papel. Es que, según fuentes de la administración anterior, hubo saqueos y “se robaron hasta los herrajes”. Si bien la última fiesta fue en marzo de 2020, en el salón principal aún quedan papelitos blancos, ya humedecidos por los charcos de agua que hay en el piso.
El espacio, que depende de la Agencia de Administración de Bienes del Estado, a cargo del gobierno nacional, se encuentra custodiado todo el día por personal de seguridad privada que se encarga de que nadie usurpe el inmueble. Según la agencia estatal, están a la espera de los resultados de la licitación que determinará quién tendrá la nueva concesión del lugar, desocupado desde comienzos de 2020 por una orden judicial, luego del fin de la licencia anterior.
El Hipódromo Argentino de Palermo, fundado el 7 de mayo de 1876, queda a pocos metros del salón de eventos. Y este dato no es casual, ya que el Tattersall nació en 1898 como una casa de remates de caballos de carrera. Lord Richard Tattersall, un reconocido subastador de caballos en la Inglaterra del siglo XVIII, fue el creador de esta línea de casas de remates equinos. El nombre, que fue tomado de este formato británico, también se replica en otros edificios similares en el mundo.
“Lord Tattersall fue el primero en generar una casa de venta de caballos en Londres”, explica Hernán Méndez Cañas, presidente de la Asociación Argentina de Fomento Equino, que compartió la concesión del lugar hasta 2020 con quienes lo explotaron para eventos sociales.
El edificio se encontraba abandonado y con usurpadores hacia 1950. “Había prostíbulos, juegos de apuestas clandestinos y vagabundos”, detalla Méndez Cañas. La situación se complicó aún más 20 años más tarde cuando el Jockey Club construyó su propio Tattersall en San Isidro, y el porteño quedó olvidado.
“En 1994 se pensó en reconstruirlo. En ese entonces, Lotería Nacional estaba a cargo del inmueble. Hizo una licitación y ganó la Asociación Argentina de Fomento Equino. Ahí se retomaron los remates, hasta 2020, cuando se terminó el contrato”, agrega.
El edificio que hoy se ve en avenida del Libertador, sin embargo, no lucía de la misma forma en ese entonces. La remodelación del Tattersall se dio en el marco de la edición de Casa FOA en 1998. El arquitecto y urbanista Jorge Héctor Bernstein, quien también estuvo a cargo de las remodelaciones del Patio Bullrich y el Abasto, proyectó y dirigió la obra, y le devolvió valor al edificio. En ese mismo año se celebró la VII Bienal Internacional de Arquitectura, donde Bernstein fue galardonado con el “Premio a la Recuperación Arquitectónica al Patrimonio Urbano”.
“En 1998, arriba había oficinas de Fomento Equino. En los cuartos de los peones, el arquitecto Bernstein puso su estudio”, recuerda Marcelo González, encargado de toda la logística del salón hasta 2016.
No fue hasta 1999 que se empezó a explotar el lugar como un espacio para eventos sociales y corporativos. “El salón principal quedó libre. Uno de los hijos de Jorge Bernstein tenía un amigo que se casaba y se lo prestó. La fiesta fue un éxito y desde ahí empezaron con los eventos”, cuenta González, y aclara que, para alquilarlo y estar apto para las fiestas, tuvieron que hacer una inversión para montar la cocina y los sanitarios.
En la década de los 2000, el Tattersall de Palermo se convirtió en el salón con mayor renombre de la ciudad de Buenos Aires. Su privilegiada ubicación, su tamaño, su arquitectura histórica y la belleza del lugar le permitieron posicionarse en lo más alto del mundo de los eventos. Importantes figuras del espectáculo y del mundo del deporte se casaron en este lugar: Hernán Crespo y Alessia Rossi, Martín Palermo y Lorena Barrichi, Fernando Gago y Gisela Dulko, Nancy Dupláa y Pablo Echarri, Florencia de la V y Pablo Goycochea, Karina Jelinek y Leonardo Fariña.
Alejandro Massey, el disc jockey de eventos sociales con más de 40 años de trayectoria, comenzó a trabajar en el Tattersall ni bien se inauguró. “Se empezó a poner de moda por la ubicación, por las dimensiones, porque tenía jardín. A la gente le encantaba. Se hicieron las mejores fiestas de Buenos Aires, era el salón más renombrado de la ciudad”, cuenta.
Massey era uno de los proveedores recurrentes del salón, trabajaba casi todos los sábados en el lugar. Según recuerda, las fiestas comenzaron con una impronta tranquila y, rápidamente, escalaron en producción. “Dadas las características, era un lugar neutro y multifacético, lo podés decorar a tu manera, te permitía colgar en paredes y techos. Fue el primer salón de Buenos Aires donde se colgaron 150 bolas de espejos. Eso fue revolucionario, para los años 2000 era innovador”, asegura.
El reconocido ambientador de eventos Martín Roig fue uno de los más solicitados en el salón porteño. “Efectivamente soy el que hizo una de las dos primeras fiestas grandes del Tattersall. Fueron una un viernes y la otra un sábado”, recuerda.
“Una vez terminada la muestra de Casa FOA en 1998, que dejó al predio mejorado, se instaló en la agenda de eventos de Buenos Aires. De ahí en adelante, creo que somos quienes más han trabajado en eventos allí”, destaca.
“El Tattersall no ponía límites”, asegura Verónica Ruiz, distinguida como la mejor fotógrafa de bodas en la Argentina por la Wedding Photojournalist Association. Recuerda que trabajar en este lugar “fue una experiencia maravillosa”.
“Esa etapa duró más de 10 años, estábamos ahí dos o tres sábados del mes. Acompañamos en sus fiestas a personalidades de la política, del espectáculo, del deporte y del arte. Los mejores eventos y con más cantidad de invitados tenían lugar en el Tattersall, con lo cuál, ser fotógrafo recomendado era un honor para pocos”, destaca Ruiz, quien estuvo encargada de las fotografías en las bodas de Crespo, Gago, Jelinek, entre otros.
“Un sábado entré al salón y la talentosa ambientadora Gloria César había transformado su interior en un circo, magia pura. Al sábado siguiente, Martín Roig creó un cielo de estrellas para 500 invitados”, recuerda la fotógrafa. “Todos los días extraño un poco más esta maravilla arquitectónica y ese instante en que cruzaba la puerta y me encontraba con una fantasía nueva”, agrega.
Otra noche icónica en el Tattersall fue el evento de la Cámara Argentina de Productores de la Industria Fonográfica y sus Reproducciones (CAPIF) por el reconocimiento a Gustavo Santaolalla en 2006, tras haber ganado el Oscar por la música de la película Secreto en la montaña. González, entonces encargado del lugar, recuerda que, durante el festejo que contó con la presencia de Charly García, León Gieco y Mercedes Sosa, le consiguió un caballo Fernando Peña. “Hice equitación, confiá en mí”, le prometió al encargado.
En un intento por parodiar el film por el que el músico fue premiado, Peña ingresó al salón arriba de un caballo vestido de vaquero. Más tarde, hizo un monólogo que, fiel a su estilo, terminó en un desnudo total.
Postales del ocaso
Las icónicas y distinguidas fiestas del exclusivo salón porteño quedaron en la década pasada. Hoy, desde la calle se ven las grandes ventanas con vidrios rajados, la tierra que tienen pegada hace difícil ver el interior. Del otro lado del portón, el césped brota entre las uniones de los adoquines y la maleza crece sin rumbo.
Adentro, el panorama no es muy diferente. El coqueto jardín donde se hacían las ceremonias y las recepciones, ahora es un matorral. Del lado izquierdo del salón, el largo del pasto no tan grueso supera los 50 centímetros. En otras zonas, crece desordenado entre los árboles. Hacia la derecha, brotan ramas de los adoquines que alcanzan los dos metros de altura. Los techos están agrietados, con maderas caídas. También cuelgan partes de los toldos que funcionaban como galerías.
El corazón del Tattersall, su salón principal de 600 metros cuadrados, hoy se encuentra irreconocible. Hay charcos de agua, filtrados de alguna tormenta, donde debería ubicarse la pista de baile. Debajo de los papelitos del último evento hay marcas oscuras de humedad y algo de basura.
La escena más deteriorada se ve en la cocina, donde ya no quedan artefactos ni insumos de ningún tipo; solo paredes de azulejos que alguna vez fueron blancos, cables que cuelgan, basura y escombros. La situación en los baños es similar, donde aún hay restos de papel higiénico e inodoros sin tapa.
Pese a todo el descuido y a la falta de mantenimiento, el Tattersall de Palermo no pierde su magia. El potencial del lugar prevalece por sobre el deterioro de los últimos tres años. Hay mucha expectativa en el rubro de los eventos por quién será el ganador de la licitación, todos esperan que se vuelva a poner en valor y que se pueda utilizar nuevamente. “Se extraña el Tattersall, ojalá lo vuelvan a abrir pronto”, coinciden los entrevistados.
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