Gloria César, la ambientadora de las fiestas más top: “La palabra cache está totalmente demodé”
Decoradora y artista, cuenta cómo es decorar las mejores fiestas y recuerda a su tía, Amalia Lacroze de Fortabat
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Escribe las respuestas a vuelo doble. Primero, porque tiene que ver con su naturaleza (crear, volar, vivir unos metros más allá del suelo), y segundo, porque literalmente lo está haciendo desde el avión, computadora sobre su falda, observando las nubes que abrazan Buenos Aires y Punta del Este. Gloria César es, ante todo, una trabajadora incansable. Decoradora, ambientadora (ese término lo incorporó ella), artista. Porque ponerle magia, durante décadas, a las fiestas más importantes de la Argentina y Uruguay, resulta todo un arte. Casas FOA a rolete y postales inolvidables en las que ella, cual amazona, acarreaba celebridades y las hacía, por ejemplo, ofrendarle flores blancas al mar. Entre los mil delirios, construyó Marruecos en José Ignacio y un día agotó las peonías rosadas en esta ciudad, cuando decidió tapizar un hotel con esas flores, en un homenaje a Mirtha Legrand.
–Se podría decir que tu carrera empezó a todo ritmo, muy arriba de entrada.
–La realidad es que sí, que empecé como un huracán, enloquecida. Era todo de tal entusiasmo e intensidad que la jarana se llevó por delante mi pareja de entonces. Yo venía de años de estudio, siempre había sido una estudiante crónica de facultad. Cursé historia y arte en la UBA, estaba dejando de trabajar para mi tía porque nunca lo que hacía le parecía suficiente. Y me cansé. En ese entonces rondaba los cuarenta.
–Tía. No cualquier tía. Hablamos de Amalia Lacroze de Fortabat...
–Pero a veces uno se equivoca. Su generosidad me permitió darme ese lujo. Sé que no fui justa, pero ninguna de las dos lo fuimos. De golpe, luego de reformar mi departamento nuevo comprado gracias a sus innumerables regalos, descubrí que había cosas que me salían muy bien. Por supuesto que con esfuerzo, lo mío nunca fue pura inspiración. Mi padre era decorador y yo no quería serlo aunque me crié entre maquetas, fotografías, trabajos de policromado, pintores, herreros, carpinteros y tapiceros.
–¡Pero te lanzaste!
–No. Primero puse un anticuario porque me fascinaban mucho más los objetos de arte que la decoración en sí. Y tuvo un éxito instantáneo. Mis vidrieras eran rebeldes, llamativas. Consiguieron que la gente se fijara en mí. Eso me llevó a las exposiciones en Casa FOA. Empecé un camino original, con propuestas cómicas y expresivas. Siempre las convertía en fiestas de amigos, que venían a divertirse ahí. Entonces empezaron los pedidos, algo que no paró hasta hoy.
–Alguna vez dijiste que tu trabajo es más placentero que rendidor. ¿A esta altura, siendo quien sos, seguís pensando eso?
–De alguna manera, sí. Supongo que tomé el trabajo como un juego, desaté una competencia conmigo misma. Estoy segura de que empecé a trabajar porque quería confirmar que valía algo, sentirme alguien. Con mami [N del R: así llamaba a su tía] eso resultaba imposible. Era un árbol demasiado enorme y yo abajo me sentía un hongo. Pero, paradójicamente, ella fue la que me impulsó a crecer y escaparme de su influencia. Yo la adoraba y la adoro hasta el día de hoy. Por eso mismo no le dejé pasar las cosas que me herían. Fui dura, y ella más. Mis recuerdos del pasado más hermosos fueron con ella. Fue la madre que elegí más allá de la que tuve realmente. Un amor irreemplazable. Me quedan divinos recuerdos y la relación con mis sobrinas, que siguen su obra con dedicación y maravillosa fuerza.
–¿Pudiste cerrar la historia, despedirte en paz?
–Sí, gracias a Inés, mi prima. Me despedí con muchísimo cariño y no me quedó nada por decirle. Nos hablamos todo. Lo bueno y lo malo. Ella siempre supo lo que la quería.
–Una vida haciendo fiestas para los demás. Anfitriona sin proponértelo, te fuiste convirtiendo en personaje...
–Siempre tuve una energía imparable. Lo único que me frenaba, a veces, eran mis hijos.Armé todo tipo de fiestas con distintos objetivos. Las que más me entusiasmaron fueron las que hice para amigos. Soy muy feliz colaborando con la felicidad de otros. Siempre pensé en las fiestas como ritos necesarios para marcar fechas y retener situaciones. Los momentos especiales son efímeros y la celebración ayuda a no olvidar.
–Con todo esto que sucedió en el mundo, ¿en algún momento sentiste que podrían desaparecer los festejos? ¿Cuál es tu mirada hoy?
–Somos seres sociales que necesitamos vivir momentos de felicidad y baile compartidos. Esto sucede desde que el hombre es hombre. Lo comparo con el carnaval: momentos de desborde para poder seguir viviendo la rutina aplastante.La pandemia nos mandó a todos al encierro. Y después de casi dos años sin vernos, el deseo del reencuentro es enorme. Ahora estoy haciendo una muestra de mesas en Roldán, que termina el 17 de diciembre. O sea, ya hay encuentro, situaciones que nos recuerdan la otra vida.
–¿Y cómo ves lo que sigue?
–Reuniones a todo trapo. Fiestas cada vez más parecidas a los recitales, donde el video, el mapping, las megapantallas, los drones y los djs sean los protagonistas. Veremos qué termina siendo una ambientación en el futuro.
–¿Cómo viviste la experiencia del confinamiento?
–Fue muy doloroso porque no tenía ingresos. Y debía sostener mi equipo y mi vida. Pero también me dio la posibilidad de encontrar, inesperadamente, un amor muy especial. Eso fue un shock de felicidad. Por otra parte están mis amigos. Toda la vida hice un ritual de la amistad. Ellos no solo me ayudaron con su presencia sino también económicamente.
–Tuviste tiempos de mucho “rock” en cuanto a colegas que te peleaban. Y vos un volcán, sin filtro...
–(Risas) En el pasado había cosas en mi profesión que me ponían mal. En cambio hoy me parecen naturales, hasta agradables o útiles. Con Instagram y las redes en general el mundo se comunica y son millones las inspiraciones posibles.
–¡A vos te irritaba que te copien!
–Y sí. Una de las cosas molestas eran los ambientadores que copiaban y nacían como hongos después de la lluvia. Tanto es así que hubo épocas de fricción entre varios de nosotros. Me acuerdo muy bien las peleas con Martín Roig. Me porté mal con él. Pero luego lo reconocí y le pedí perdón. Hoy nos queremos y respetamos enormemente. Es más, formamos un lindísimo grupo de ambientadores que nos une y ayuda a defendernos de situaciones difíciles. Se llama Ambientadores Unidos. Podría decir que es una de las cosas buenas que trajo la pandemia. La solidaridad.
–¿Cuál es el alma en una decoración?
–El concepto. Se trata de seguir un orden que lleve a un objetivo, eso es como en la vida.
–¿Se sigue diciendo cache?
–Así se definía a lo colorinche, lo exagerado, lo que demostraba algo que no era verdad. Lo cache de hoy sería lo pretencioso, ostentoso o de mal gusto. Pero creo que esa palabra está totalmente demodé.
–¿Y qué sería lo opuesto?
–Lo elegante, lo distinguido, lo sobrio. Máxima Zorreguieta o Iris Apfel. Ambas por su coherencia.