Fundado en 1897 junto a la estación Florida del Mitre, tuvo un club de boxeo legendario y tomó el nombre de un equipo de polo, cuya máxima figura era un habitué del lugar
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Primero llegó el tren; poco después, el bar. La estación de la línea Mitre fue inaugurada el 1° de febrero de 1891 y en mayo de ese mismo año comenzó el loteo de los terrenos aledaños en los que más tarde nacería Florida, ese barrio que aún hoy conserva una fisonomía de casas bajas y mucho arbolado. A escasos 100 metros de la estación de estilo victoriano, en la actual esquina de Avenida San Martín y Ayacucho, en 1897 abrió sus puertas un bar sin nombre, que recién en la década del 30 empezaría a llamarse Santa Paula, en homenaje a un célebre equipo de polo en el que brillaba un parroquiano del bar.
Con los años, el Santa Paula se convirtió en mucho más que un bar. A su lado se levantó un boxing –primero al aire libre, luego techado–, que llegó a disputarle público al mismísimo Luna Park, mientras que en su sótano funcionaban los billares. Durante décadas, el bar abrió de lunes a lunes, las 24 horas. Eso recuerda María Cristina Pose, actual propietaria del bar e hija de Severino Pose, quien adquirió el Santa Paula en 1962. “El bar no cerraba nunca, mi papá entraba a las tres de la tarde y se iba a las seis de la mañana. Cuando empecé a trabajar acá, yo venía y lo reemplazaba” cuenta.
Con horario más acotado, a tono con el ritmo de un barrio en cuya avenida los locales bajan su persiana a las ocho de la noche, el Santa Paula es hoy una postal de otra época, una esquina en la que prácticamente nada ha cambiado. Allí se reúnen los vecinos de siempre para un café a la hora del desayuno, un sándwich de crudo y queso –el clásico del lugar– para el almuerzo, y un Cinzano con soda a la hora del vermouth. De tanto en tanto, sobre todo por la tarde, la mesa de billar del fondo del salón se convierte en lugar de juego y charla.
–Cristina, ¿cómo nace este bar?
–Con el tren, unos años después de que se inaugura la estación Florida. Al principio no tenía nombre, recién en los años 30 comienza a llamarse Santa Paula.
–¿Por qué Santa Paula?
–En esa época era un bar con vivienda y el dueño se llamaba Pedro Rulfi. Acá paraba Manuel Andrada, un excapataz de estancia apodado “el paisano” que jugaba al polo en el equipo Santa Paula. Era un equipo importante, que incluso hizo una gira por los Estados Unidos, y el alma del equipo era Andrada. “El paisano” fue una leyenda: llegó a ganar seis campeonatos de Palermo con cinco equipos distintos: Santa Paula, La Rinconada, Tortugas, Los Indios y el Trébol. Y como era habitué del bar le pusieron el nombre de su equipo.
–Hay fotos en las paredes del bar con escenas de box, ¿son de acá?
–Sí, entre la década del 40 y la del 70 el Santa Paula fue una gran institución del mundo del box, que llegó a competir con el Luna Park. A diferencia de la mayoría de los lugares de box en los que las peleas eran los viernes, acá se peleaba los sábados. Al principio las peleas eran al aire libre, hasta que en los 50 se techó el boxing. Tenía piso de madera y un sótano con mesas de billar. De eso se acuerda mucho mi papá, que compró el bar junto con tres socios en 1962.
–¿Y cómo llegó tu padre al Santa Paula?
–Papá llegó a la Argentina en el 54, vino de La Coruña en barco, porque acá tenía un hermano que era carpintero y había venido antes de España. Trabajó unos años en un bar en Constitución. Después agarró y juntó a tres amigos para comprar el bar. En esa época estaba el boxing. Esto era todo calle de tierra, no había negocios; pasaban las carretas todavía.
–¿Qué recuerdos tenés del bar de cuando eras chica?
–Yo vengo acá desde los dos años. Nosotros vivíamos en Martínez. Mi mamá, mi papá y yo. Antes el bar no cerraba. A las seis de la mañana mi papá se iba del bar y entraba el otro encargado, y volvía a entrar a las tres de la tarde. Era ver gente y gente todos los días. Venían a jugar al billar, a tomar algo, a jugar a las cartas. Me acuerdo porque como a mi papá casi no lo veía en casa, yo a veces venía a la tarde con mi mamá. Estaba un rato con él y hacía la tarea acá en las mesas, porque si no el único momento en que lo veía en casa era a la hora del almuerzo.
–¿Cuál es el clásico del Santa Paula?
–Acá no tenemos cocina, siempre fue solo sandwichería. La especialidad de la casa son nuestros espectaculares sándwiches de crudo y queso. Todo el mundo viene a buscarlos. Después está el vermouth, que servimos con una picadita.
–¿Cambió mucho la dinámica del bar en los últimos años?
–Sí, había por ejemplo una época, en los comienzos del fútbol codificado, en que la gente venía dos horas antes del partido para encontrar mesa y se quedaba las cuatro horas acá. Solo en esas horas se recaudaba más que en un día de semana completo. Hoy el bar abre a las siete de la mañana y cierra a las nueve de la noche, porque este es un barrio de gente grande, que no sale tan tarde. Ya no se trabaja 24 horas como en la época de mi papá.
–¿Tu papá sigue viniendo al bar?
–Ya no. Venía hasta antes de la pandemia. Aunque no hacía todo el turno completo porque era grande –ahora tiene 90 años–, venía y se quedaba unas horas todos los días. Se tomaba el colectivo y el tren para venir de Martínez todos los días. Pero con la pandemia, como no podía salir, se empezó a quedar en casa y eso le hizo mal. Por eso hace un tiempo lo traje a vivir conmigo, yo vivo acá arriba.
–¿Vos cuándo empezaste a trabajar en el Santa Paula?
–Cuando tenía 16 o 17 años empecé a trabajar los febreros, cuando el otro encargado se tomaba vacaciones. Siempre le decía a mi papá, cuando terminaban las vacaciones “ahora me quedo yo”, porque quería trabajar. Pero él me decía “no, tenés que estudiar”. Así estuve un par de años hasta que me cansé y le dije “ahora sí, me quedó”. Y me dijo “bueno, vas a trabajar conmigo a la tarde”. Pero le respondí que ni loca, que yo iba a trabajar a la mañana. Porque viste cómo somos los papás, que siempre tenemos razón y queremos enseñar, pero yo en esa época, como hija, no entendía cómo hacía las cosas mi papá, y además en todo lo que yo hacía él me contradecía, por eso yo prefería estar en otro momento. Entraba a las siete con el encargado de la mañana, y mi papá trabajaba a la tarde con Pedro, el otro empleado, que hoy sigue trabajando en el bar.
–¿Siguen viniendo clientes de esa época?
–Sí, acá tenemos clientes de 80 años y más. Gente que viene desde hace añares. Gente educada, cordial, porque acá siempre el ambiente fue muy familiar. Por darte un ejemplo, mi papá nunca quiso poner una mesa de pool porque decía que traía drogas y peleas. Siempre lo mantuvo como un lugar tranquilo, esto es como un club. Hay gente que viene y se toma un café a la mañana, antes de ir a trabajar, y después vuelve a una de la tarde y se sienta con sus amigos a tomar un vermouth, antes de irse a su casa. Son clientes que vienen todos los días. La persona entra y vos ya sabés quién es y qué va a tomar. Los mozos saludan a los clientes por el nombre; el encargado los ve llegar y ya sabe lo que van a tomar, los recibe con todo ya preparado.
–Abrieron muchos cafés de especialidad y pastelerías en la avenida, ¿sentís que hoy hay mucha competencia?
–Creo que el Santa Paula no tiene competencia, porque es el famoso bodegón de la esquina, el de siempre. No considero que si ponés un bar enfrente sea competencia, porque el Santa Paula es el Santa Paula. El cliente seguramente vaya a chusmear, a probar, pero después vuelve. Porque acá está el tipo que viene todos los días, que se toma su café, su vermouth o su cerveza, están sus amigos, está la gente que conoce. En definitiva, no es un bar en el que tengas aparentar lo que no sos. Acá llegás y decís “che, ¿me traés una cerveza?”. Eso, en esos otros lugares, no lo podés hacer.
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