A los 41, el exrugbier se luce como comentador y apuesta a su presente al frente de dos cafeterías
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Aplomado y sereno, Juan Martín Hernández, nunca perdió el eje ni la humildad. Ni siquiera el día que marcó los tres drops inolvidables que hicieron vibrar al mismísimo Diego Maradona en el partido ante Irlanda, en aquella apoteótica Copa del Mundo 2007. Tampoco cuando fue considerado un jugador clave en esa generación de Pumas que dejó una marca en la historia del rugby argentino al lograr un histórico tercer puesto luego de vencer al combinado local francés, tanto en el partido inaugural del torneo como en el duelo por la Medalla de Bronce. O hace unos meses, cuando se convirtió en el cuarto argentino tras Hugo Porta, Agustín Pichot y Felipe Contepomi en ser incluido por el World Rugby en el Salón de la Fama.
En él no hay falsa modestia sino un largo camino de enseñanza en el deporte que comenzó con Miguel, su papá, quien no solo le inspiró su amor por el rugby sino que le dijo, entre otras cosas, que jugara cada pelota como si fuera la última. El chico nacido en cuna de deportistas dio sus primeros pasos en el rugby en Deportivo Francesa, y a los 20 ya estaba jugando en Stade Français. Durante los 14 años que jugó para Los Pumas acumuló 74 partidos internacionales, disputó tres Mundiales, se llevó la Medalla de Bronce y fue uno de los nominados para Mejor Jugador en el año 2007. Se retiró en 2018, a los 35 años, por una lesión en su rodilla derecha. Resiliente y combativo, soportó dos operaciones y una de espalda durante su carrera, pero nunca abandono el deporte. A los 41, Juan Martín o “Juani”, como le dicen, sabe que la vida pasa por otro carril y se luce como comentarista de los partidos de Los Pumas y otros temas de rugby para ESPN.
“Fue un gran desafío tratar de hacer un aporte con la mirada de alguien que estuvo adentro de la cancha”, cuenta. Por si fuera poco, es Embajador de Desarrollo de The R&A, una de las entidades rectoras del golf mundial que quiere impulsar la actividad en América Latina, y de los Miami Sharks, la franquicia de rugby de intereses argentinos que puso un pie en Miami. Pese a su exposición, también supo “volar bajito” en su vida privada. Poco se sabe, al día de hoy, de su mujer María Emilia Brochard y de sus tres hijos: Beltrán de 15, Joaquín de 8 y Tomás de 7. Aquellos con los que seguramente cruzará pases, pateará pelotas y a quienes transmitirá las reglas de oro del abuelo Miguel.
–El deporte corre por la sangre de los Hernández. Tu tío Patricio formó parte de la selección de fútbol de Argentina durante el Mundial de 1982 y tu hermana María de la Paz fue tres veces medallista olímpica y campeona mundial en 2002 con la selección argentina de hockey sobre césped. ¿Qué hay ahí? ¿Pasión o presión?
–Siempre fue educación, nunca presión. Fue una familia que se educó a través del deporte; es lo que recibimos en nuestras casas, tanto hermanos como primos. En cualquier casa a la que íbamos siempre había una pelota de cualquier tamaño o versión y juegos de todo tipo. En cada una de las disciplinas podés encontrar cómo es la preparación mental, cómo son los entrenamientos, el respeto hacia la rutina, y toda esa enseñanza después la trasladás a la vida. La pasión obviamente fue transmitida inicialmente por mi papá Miguel, que jugaba al rugby en Deportiva Francesa. Y creció, tanto por la pelota de rugby como por el club, que era mi segunda casa.
–Fachero y rugbier: ¿cómo eras en esa primera época? ¿Rebelde, soberbio?
–Para nada. Era muy disciplinado porque tenía un objetivo bien claro. Tenía 18 años y entrenaba mucho porque quería hacer las cosas bien. Cuando desde chiquito sobresalís y sos consciente de que te van valorando, te das cuenta de que la cosa se puede tornar un poco más seria, entonces te empezás a poner más estricto con vos mismo. Y no era que no me divertía, pero si me iba de vacaciones con amigos no me iba un mes, me iba tres días y volvía para entrenar. Tenía que ganarme mi lugar, entrenaba fuerte porque quería juagar en Los Pumas. Y cuando te vas haciendo un nombre, hay que hacer el doble de entrenamiento para sostener ese nivel.
–El rugby como deporte tiene muchos valores positivos, pero tras el caso de Fernando Báez Sosa, se instaló una visión negativa a nivel social. ¿Cómo se reconstruye la imagen del deporte?
–Creo que debe haber un trabajo más fuerte de parte de los clubes. Pero siempre hay que ir más atrás, al origen del tema, que son los padres. Está el colegio y el club, pero hay que hacer un trabajo grande en las casas con el foco puesto en el respeto, la colaboración y la solidaridad. Hay que preguntarse por qué en un lugar nos comportamos de una manera y en otro de otra siendo las mismas personas. Tenés que pensar que son chicos con mayor resistencia física, mayor masa muscular, que toman alcohol y son muchos, y si se aprovechan de eso, no está bien. Entonces mi pregunta sobre esto es también qué aprenden en las casas, cómo es posible que en un mismo club, cuando es temporada de rugby, todos los padres y los chicos son unos caballeros, y después en el torneo de fulbito están sacados. La misma gente del mismo club actúa de formas diferentes en cada deporte y noto cierta hipocresía con eso. Hay una educación de base que no está bien. Hablamos mucho de los valores del rugby, pero esto tiene que ser una prioridad de la agenda. Así como enfatizamos el respeto al árbitro, mantener limpia la cancha o el vestuario, y compartir con el rival, también tienen que mantener la conducta fuera del club porque cada deportista representa esa camiseta.
–¿Qué te sale bien más allá del deporte?
–¡Los asados! Me gustan mucho y les dedico tiempo. Y otra cosa que descubrí cuando dejé de jugar, sin tener un oficio ni una carrera, porque por 20 años jugué al rugby y me dediqué solo a eso, fue que me gustaba emprender. Tengo varios proyectos, me gusta trasladar todo lo que aprendí en el rugby, tanto dentro como fuera de la cancha, a los negocios, a las relaciones. Desde cómo formar buenos equipos de trabajo hasta cómo detectar quién puede liderarlos. Eso me da una flexibilidad especial para llevar adelante proyectos que, por ahora, me están dando buenos resultados.
–¿Qué emprendimientos tenés?
–Emprendimientos tecnológicos, aplicaciones para instituciones deportivas. Y también tengo dos cafeterías de especialidad (Corner Coffee Company) en zona Norte y Tigre. Mi mujer estudió pastelería y cuando se abran más franquicias y los chicos crezcan seguramente se va a involucrar.
–¿Te hubiese gustado ser coach?
–Me han ofrecido, tanto en el club como en el seleccionado, pero no. Cuando terminé de jugar en 2018 en Jaguares, Mario Ledesma acababa de ser nombrado coach de Los Pumas y me dijo: “Ahora que te sacás los botines te venís a trabajar conmigo” . Pero le dije que no, porque después de 16 años en el rugby, que me dio muchísimo, quería intentar hacer otra cosa. No quería que toda mi carrera y mi vida pasaran por el rugby.
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