El empresario presenta dos libros, extiende sus desarrrollos a San Pablo y Nueva York, y se prepara para la llegada de su hija junto a su mujer, Grace Goldsmith
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Para algunos es un personaje excéntrico. Para otros, un emprendedor con instinto de oro para los negocios. A los 60, Alan Faena se define a sí mismo como “un hombre en construcción”. Su visita relámpago a Buenos Aires [vive en Miami] lo encontró con sentimientos cruzados: el luto por la reciente muerte de su padre, Víctor, se alternó con la presentación de dos libros sobre su vida y su obra: Arquitectura del ser y Arquitectura horizontal. También espera ansioso el inminente nacimiento de la hija que tendrá con Grace Goldsmith, su mujer, y atiende sus nuevos emprendimientos en San Pablo y Nueva York, que en breve verán la luz.
El lugar elegido para la presentación de los libros fue su hotel de Puerto Madero, donde lo esperaba su círculo íntimo. “Me emociona estar en Buenos Aires y en esta casa, que tiene tantos recuerdos e historias. Encuentros y desencuentros, sueños y batallas. Reunirme con amigos y familia, que vienen a encontrar otra parte de mí”, confesó con ese look característico que solo sigue el dictamen de su propio estilo: infaltable sombrero y puro blanco para sus prendas. Un Alan abierto, expresivo y feliz. ¿El éxito? “Si tenés pasión por tus cosas, lo otro viene solo”, postula.
–Hace poco falleció tu papá, que también fue empresario. ¿Qué aprendiste de él?
–Lo que más aprendí de mi papá fue esa simpleza y apertura que siempre tuvo para dejarme ser, para dejarme vivir como yo quería, aun sabiendo que me había salido de los carriles normales: aquellos que él podía haber esperado que siguiera, aun percibiendo que yo tampoco tenía la certeza de a dónde me iba a llevar mi búsqueda. Sin embargo siempre me tuvo fe, siempre creyó en mí. Tuvo el amor para dejarme volar, para no ponerme límites y darme a entender que siempre estaba todo bien. Contención, amor, libertad: esas fueron las enseñanzas más importantes que recibí de él.
–Tradicionalmente tu familia se dedicaba al rubro textil. Con Via Vai, tu primer emprendimiento de los 20, ¿sentías la obligación de continuar el legado?
–Mi padre jamás quiso imponerme ningún legado, y eso me permitió construir mi libertad. Cuando uno sabe que tiene el amor de la familia como una tierra fértil para poner la semilla de su árbol, esa tierra te permite crecer mucho más fuerte. No hay parámetros ni límites. Que mi padre nunca me impusiera seguir sus pasos me permitió crecer seguro de mí mismo .
–Pasaste por varios colegios y duraste 15 días en la facultad de Arquitectura. ¿Las estructuras te incomodan?
–Nunca me encontré cómodo, valga la redundancia, en los lugares cómodos. Estar ligado a instituciones masivas y repetitivas, como el colegio y la universidad, era olvidarme de mí mismo. Si seguía en ese camino, me iba a perder. Siempre tuve la necesidad de buscar mis propios lugares, que eran incómodos, porque los lugares donde uno no sigue ningún guion son muy fastidiosos. No sabés dónde buscar, no tenés referencias ni un plan determinado, pero a la larga esa historia no escrita terminó siendo la idea que me permitió hacer mi obra.
–¿Quiénes fueron tus maestros?
–No tuve maestros. Mi educación o mi sabiduría tienen que ver con mis experiencias de vida. La vida fue mi maestra. Para construir mis sueños, primero tuve que construirme a mí mismo. Con el paso del tiempo, en soledad, en mi viaje personal a través de altibajos, me di cuenta de que el camino tiene que originarse desde adentro, ayudándome a convertirme en mi propio maestro.
–¿Qué pasa con el fracaso?
–La fragilidad y la fortaleza viven en todos nosotros. Nadie puede ser fuerte si no fue débil, si no, no hay comparación. Creo que es la debilidad la que realmente te conecta con tu ser, con el mundo que querés ir a buscar, y es importante saber atravesarla, porque cuando uno va en busca de un camino específico, se cae. El éxito es saber levantarse frente a las caídas. Tener la paciencia y la confianza para entender que es posible salir de ellas.
–Se viene la inauguración de tu desarrollo inmobiliario en Nueva York. ¿Qué espíritu tendrá?
–En Nueva York, el nuevo proyecto estará dentro del desarrollo residencial y comercial One High Line, que está ubicado en Chelsea entre las calles 17 y 18 y ocupa una cuadra entera. Su arquitecto, el danés Bjarque Ingels, creó estas increíbles torres inclinadas que desafían la gravedad y tendrán el espíritu que él bien define como “sostenibilidad hedonística”.
–Grace Goldsmith, tu mujer, tiene 26 años. ¿Cómo congeniaron a pesar de la diferencia de edad?
–Estaba destinado a ser. Apenas la vi supe que iba a ser así. Con Grace nuestro encuentro de amor total es porque tiene que ver con la eternidad. Nuestro amor es eterno.
–Ella te veía como un amigo, pero dice que se enamoró de vos cuando vio cómo eras con tu familia en Argentina.
–Me encanta estar en familia. Con mi hijo Noa [fruto de su relación con la artista Ximena Caminos], que es para mí mi propia vida, me encanta estar presente, llevarlo al colegio, acompañarlo en su crecimiento, que quizá sea una de las cosas más difíciles de hacer porque ser padre es querer darlo todo sin querer mostrarlo. Quiero que sea el mejor y que encuentre su máximo potencial sin imponerme, de igual forma que hizo mi padre conmigo.
–Ahora, 15 años después, vas a ser nuevamente padre de una niña.
–Estoy feliz. El verdadero amor es algo que pasa una vez en la vida, y tener esa felicidad es la bendición más linda que uno puede tener. Y que de este amor maravilloso crezca la semilla de nuestra hijita, que viene en dos meses, el hecho de esperarla, imaginarla y prepararnos para su llegada, es algo único.
–Una paternidad que llega en otro momento de la vida.
–Y sí, en plena madurez. A medida que uno evoluciona también va cambiando, cometiendo menos errores, o distintos, quizás, y viviendo cada momento de una manera diferente y única.
–¿Qué ves en el espejo?
–¡Que estoy muy bien y me sigo manteniendo joven! Siempre creciendo, entrenando y atento a lo que me dicen mi cuerpo y mi mente. Cuidando mi interior, pero también el exterior.
–¿Cuál te gustaría que fuese tu legado?
–Cuando dejás de hacer, la vida te abandona. Yo no llegué a ningún lugar, sigo creando, sigo sintiendo con la misma simpleza, humildad y emoción del primer día. Tengo la necesidad de hacer cosas, de crear y a su vez de encontrarme siempre con esa incertidumbre de no saber cómo va a ser. El legado es ese, dejar eso, la enseñanza, la visión de ese empuje que te permite estar vivo todos los días.
–Decís que todos los días estás cerca de tu familia, pero vivís en Miami y ellos en Buenos Aires. ¿Cómo hacés?
–Mi mayor fortaleza para enfrentar los miedos y fricciones de la vida, y mi mayor capital, fue el amor de mi familia. Por eso, lo de “ser es saber volver”, en mi caso, fue la familia. Yo pienso que la vida se trata de volver a ese lugar, para después construir.
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