A partir del 21 de julio se podrán hacer visitas guiadas al emblemático edificio de Callao y Rivadavia
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Reencuentros, anécdotas, lágrimas y abrazos. La fila para entrar a la reapertura de la icónica confitería de Av. Callao y Rivadavia llegaba hasta la esquina. Los 8 mil vecinos que consiguieron anotarse online para celebrar por anticipado el cumpleaños 106 del edificio –mañana es el día—agotaron el cupo en 40 minutos. Valió la pena. Cuando a las 13 en punto se abrieron las puertas la alegría inundó los salones, copó las escaleras de mármol y los más entusiastas treparon 6 pisos por escalera hasta la terraza.
La Confitería Del Molino recuperó el brillo de su época de gloria. El rockstar de los edificios patrimoniales convocó a una multitud de fanáticos que volvieron a revivir su propia historia. Maricarmen Giordano festejó en el salón de baile sus 15 y su casamiento. Su papá fue proveedor de flores que se distribuían en los centros de mesa. Con lágrimas en los ojos, desplegó su álbum de fotos blanco y negro, buscando los rincones para revivir esos momentos felices. “No tengo palabras, es una alegría enorme que el Molino sea parte de mi vida y que hoy pueda estar acá”, dijo la ex correctora literaria de 71 años, ahora jubilada.
Silvia Di Marzo y Marcelo Simonelli no paraban de sacarse selfies. Se casaron en la confitería el 22 de marzo de 1986 y le mostraban al resto de los visitantes las fotos de la fiesta. “Bailamos como locos”, recuerda Silvia, con lágrimas en los ojos.
Por la altísima demanda que casi colapsa el sistema, la organización de la Comisión Bicameral creada para la restauración integral sumó otra oportunidad: el 21 de julio por tandas y con capacidad limitada se podrá volver a recorrer el edificio. La inscripción abre el 18 de julio, a las 12.
Artesanos del detalle
Enfundados en trajes azul oscuro y con insignias blancas y celestes, los casi 40 restauradores se sumaron a la organización. Cuidaron los accesos, advirtieron por las curvas de las escaleras y hasta repartieron medialunas en el primer subsuelo, donde funcionaban los tres hornos giratorios a leña que formaron parte del recorrido. Casi en penumbras los visitantes apreciaron el sistema de transporte interno, tipo ferroviario, al que llamaban “vía decouville”, un término ligado a la minería.
“El montacargas me vuelve loca”, decía Paula Martínez, estudiante de arquitectura, que pisaba por primera vez la confitería. Es que para la ocasión lo pusieron en funcionamiento y se podían ver tortas de dos y tres pisos subiendo y bajando. Artesanos del detalle, los vitralistas apreciaban las obras y explicaban el proceso de reposición manual y milimétrico del espectacular vitral que domina el cierlorraso de la confitería. Está compuesto por 42 paños, 22 conforman la guarda periférica y 20 la parte central. “Se ejecutó la limpieza mecánica, el remasillado y la reposición de piezas faltantes”, explicó Guillermo García, arquitecto al frente de la coordinación.
Entre abrazos y celulares -el reloj suizo del salón, la cocina industrial y la ornamentación fueron los más fotografiados- se destacaron las historias personales de los antiguos trabajadores. Pasteleros, mozos, cajeros. Elena Crea, de 90 años, fue vendedora y despachadora de bombones entre 1964 y 1969. “Vine con mis sobrinos para mostrarles que trabajé aquí, en uno de los lugares más lindos de la ciudad”, contaba. A su lado, Fernando Miño se aguantaba la emoción frente a los fotógrafos. Se desempeñó en el servicio de lunch, detrás del mostrador, durante 36 años. “Estoy triste y contento a la vez. Volver es raro”, comentaba, al tiempo que repasaba visualmente el salón principal.
Referente del art nouveau
El Monumento Histórico Nacional que hoy convocó a todas las generaciones estuvo abandonado e inundado desde 1997. Apenas si conservaba señales como referente del art nouveau, el estilo al que suscribieron los pasteleros italianos Constantino Rossi y Cayetano Brenna cuando en 1904 compraron el terreno para reproducir las recetas de cannolis y biscottis y homenajear al molino harinero a Vapor Lorea, el primero en su tipo instalado en la Ciudad. Testigo de roscas políticas, negociaciones económicas y episodios sociales, el edificio se incendió en 1930, quebró en 1978 y resurgió gracias a los nietos del pastelero Brenna.
En 1997 cerró definitivamente. Y en 2018 se creó la Comisión Bicameral del Congreso de la Nación que asumió el desafío de atender todo tipo de patologías. El equipo multidisciplinario coordinado por los arquitectos Guillermo García y Nazarena Aparicio, el Secretario Técnico y Administrativo de la Comisión, Ricardo Angelucci, y Sandra Guillermo, arqueóloga urbana, llevaron adelante el rescate emotivo.
En la fila para ingresar la ansiedad dominaba la vereda. Un entusiasmo que le impidió a más de uno disfrutar de las letras rojas del piso de la entrada principal, en la ochava. Un solado compuesto por pequeñas teselas de mármol que recuperaron el color gracias a la limpieza, consolidación de existencias y reposición de faltantes. Todos querían detenerse en el salón de baile del primer piso y subir a la terraza. Con vista a la cúpula del Congreso, las aspas recuperadas se transformaron en el paisaje de fondo de todas las selfies.
“Las máscaras antropomorfas de la confitería no se encontraban cuando ingresamos al edificio en el 2018.A través de fotos históricas se realizaron réplicas, se modelaron en arcilla, luego se vaciaron en yeso a través de moldes flexibles y por último se hizo un acabado en base de pigmentos dorados como el resto de los ornatos del Edificio del Molino”, explica una restauradora, con muestras en la mano, a la salida del salón de baile.
Recuerdos de una época de oro
Entre otras perlitas, otro grupo de restauradores señala: “Durante los cateos previos a iniciar la intervención encontramos fragmentos de guardas ornamentales doradas bajo varias capas de pintura. Eran anteriores a la intervención del año 30 y milagrosamente no fueron afectados por el incendio”. Hallazgos que se suman a las capas y capas de micro historias que no dejan de sorprender.
El recorrido pautado también pasa por el museo que atesora objetos y fragmentos de la época de oro, con objetos donados por vecinos, habitués y ex trabajadores. Las piezas conforman una colección que se suma a los vestigios descubiertos por los arqueólogos in situ. Se catalogaron y ficharon más de 20 mil. Y la convocatoria sigue abierta. Entre las vitrinas se ordenaron pocillos, recetas, cartas, listas de casamientos, cucharitas, servilletas de papel, cajas de bombones, latas de galletas, registros de compras.
En la planta baja, en tanto, se acomodaron viejas botellas de gaseosas, latas de caramelos y bombones, cajas de manteca y hasta escobas viejas. Un repertorio que permite rearmar el otro rompecabezas, el de los usos y costumbres que hoy revive a pura memoria emotiva.
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