Una de las mujeres más ricas del mundo se enfrentó con su hija y fue víctima de un entorno que se aprovechó de su demencia; Netflix estrenó un documental sobre el caso
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La historia detrás de Liliane Henriette Charlotte Schueller Bettencourt, heredera de la firma L’Oréal y una de una de las mujeres más ricas del mundo, tiene todos los ingredientes para atrapar al público: una de las fortunas más grandes que existen, una relación conflictiva con su hija, un bon vivant estafador, algo de espionaje, fraude financiero y hasta vinculaciones con el poder político y encubrimientos varios. Si alguien se proponía escribir el guion de una película, no salía tan bien.
Pero comencemos por el principio. Liliane era la heredera del químico Eugene Schueller, visionario y fundador de la firma L’Oréal. Al fallecer Schueller, Liliane heredó la tercera fortuna más grande de Francia (que hoy en día ronda los 90.300 millones de dólares). Su madre había muerto cuando ella era solo una niña y por eso el vínculo con su padre se transformó en su base socioafectiva principal.
Tras casarse con el reputado político André Bettencourt –Caballero de la Legión de Honor de Francia y ministro en varios gobiernos–, Lilliane se dedicó, por un tiempo, a jugar el papel de “esposa ideal”. Lo acompañaba en sus viajes, posaba para las fotos, hacía beneficencia, era la mejor anfitriona... Sin embargo, la pareja sostenía una relación fría y más bien protocolar: dormían en camas separadas y hasta ocupaban alas diferentes de la gran mansión en donde vivían. Solo tuvieron una hija, a la que llamaron Françoise.
Una mujer infeliz
En El caso Bettencourt, el escándalo de la mujer más rica del mundo, la miniserie documental de Netflix recién estrenada, se relata cómo este matrimonio infeliz le generó a Liliane una depresión severa. Ella, que se sentía opacada por la figura de su marido, conoció entonces al fotógrafo Jean-François Banier durante una entrevista y se enamoró platónicamente de él, que había declarado públicamente que era gay... El punto es que, a partir de ese momento, Banier se transformó en confidente de Liliane y la “trajo de vuelta a la vida”, como relatan sus allegados. Iban a exhibiciones, fiestas y hasta viajaban juntos.
La situación no hubiera despertado sospechas si no fuera p públicamente qyorque el rol de Banier empezó a tomar cada vez más protagonismo en la vida de madame Bettencourt. Y más específicamente, porque comenzó a aceptar regalos costosísimos –cheques millonarios, obras de arte de Picasso o Matisse y hasta un seguro de vida–, valuados en 1130 millones de dólares durante un período de 20 años.
Para ese momento, la relación entre Liliane y Françoise, con quien nunca había sido muy cercana (en una entrevista a una revista francesa Bettencourt habría admitido “quererla porque era su hija y era su deber”), no dejaba de tensarse. Fue así que Françoise Bettencourt Meyers, a quien alguna vez su madre describió como “una persona seria y retraída, sin demasiado talento”, comenzó su cruzada anti-Banier, dispuesta a velar por la fortuna familiar. Françoise decía que Banier se valía de la demencia de una mujer que rondaba los 80 y que parecía empeorar día a día mientras firmaba cheques y repartía obsequios exorbitantemente caros. En paralelo, la presencia de Banier en la casa, aún cuando todavía vivía el señor Bettencourt, estaba naturalizada. Como un trío funcional, de una extraña manera.
La situación entre Banier y la hija de Liliane se volvió tan complicada que Banier, usando su influencia en la mansión, comenzó a hacer una listas de posibles delatores entre el personal y a despedir gente. Así, la casa se dividió en dos bandos: los que apoyaban a la hija de Liliane y los que preferían conservar su empleo y respaldaron a Banier. En una de sus últimas jugadas y luego de la muerte del señor Bettencourt, Banier le pidió a Madame –como le decía su círculo íntimo– que lo adoptara. Una puja más que simbólica nacía entre los “dos hijos”.
La dosis policial que le faltaba a esta historia aparece con las cintas que fueron grabadas a escondidas por el mayordomo de la casa, Pascal Bonnefoy, quien colocaba el grabador bajo la bandeja del té. Gracias a él se develó un secreto aún más escandaloso que un hombre joven aprovechándose de la matriarca: la evasión fiscal de la familia por 108.000 millones de euros. Sucede que Bonnefoy, atento a la irregularidad de los regalos y los pedidos de dinero de Banier, grabó cerca de 21 horas de conversaciones entre Madame y su séquito más cercano. La cosa hubiera quedado en un escándalo de evasión y una dolorosa ruptura entre madre e hija, pero había más. Porque el contenido de las grabaciones del mayordomo se filtró al semanario francés Le Point y al diario Mediapart, y echó luz no solo sobre la impunidad con la que se manejaban en la mansión de Neuilly para evadir impuestos (con cuentas en paraísos fiscales como Suiza, Hong Kong y hasta Uruguay), sino también el vínculo entre eso y la financiación ilícita de la campaña presidencial que llevó a Nicolas Sarkozy a la presidencia en 2007. El clan Bettencourt siempre había tenido relaciones con las altas esferas políticas a través de donaciones y financiación de campañas para luego beneficiarse de la influencia...
La trama terminó de cerrarse en 2011, cuando luego de cuatro años en tribunales Madame Bettencourt terminó por firmar un acuerdo afirmando que no se encontraba en condiciones de hacerse cargo del dinero ni de la empresa. Así, todo el patrimonio de Bettencourt (incluido el 30% de las acciones del grupo y los derechos de voto en el consejo de administración) quedaron en manos de su hija y de sus dos nietos, Nicolas y Jean-Victor, quienes alguna vez, dicho sea de paso, habían preocupado a su abuela por su apariencia.
En tanto, Madame no vio nunca más a Banier. Hasta el día de su muerte, su hija se hizo cargo de sus cuentas y hoy es la accionista mayoritaria de L’Oréal, ocupando también el codiciado título de la mujer más rica del mundo.
Quizás el mejor resumen de la filosofía de vida de Liliane se encuentre en la entrevista que dio a sus 88 años. Frente a cámara, desmejorada pero decidida, no dudó en responder con seguridad a la pregunta por los costosos regalos que le había dado a Banier: “¿Se puede ser demasiado generoso?”, desafió. “Yo no lo creo”.