La icónica exmodelo, que tiene cáncer de ovario, asegura que en ningún momento sintió temor y que hoy se encuentra “en paz”
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La mujer de belleza impactante, la que fue top model y después inspiración y guía en su escuela de modelaje, está tejiendo una colcha enorme, con montones de cuadraditos. Cada uno, dice, representa a un amigo. A los 72, Tini de Bucourt también está escribiendo un libro, que ilustrará con sus propias pinturas, para dar cuenta de la experiencia que está atravesando: una enfermedad que la tomó por sorpresa y que, según cuenta, le deja más enseñanzas que temores. Lleva un pañuelo en la cabeza, atado con estilo. El cuello largo, los ojos azules como chispas y una serenidad que impresiona.
“Lo que me está pasando en estos últimos tiempos es impresionante porque al fin voy caminando liviana por la vida. Hace tiempo que vengo escuchando señales –dice–. En algún punto intuía lo que se venía, que vamos a llamar viaje en vez de cáncer [de ovarios]. Me gusta más”.
–¿Por qué viaje?
–Porque lo vivo así, como un viaje insólito que me toca afrontar. Un viaje absolutamente inesperado. Todos saben que soy una gran viajera, pero acá no hay vuelo, paisaje físico ni hoteles. El que estoy emprendiendo resulta una oportunidad única para ver muchísimas cosas que antes no veía. Por ejemplo, mi eterna hiperactividad. Para mí era lo más normal del mundo. Y el otro tema tiene que ver con los disfraces que uno lleva. Hace tiempo que vengo sintiendo que hay que quitarlos. Empecé cambiando de casa. Era muy grande, con escalera, cosa que me hacía ruido pensando en el futuro. A los pocos meses decidí sacarme los implantes mamarios. Sentía que no era coherente con lo que soy. Te abrazaba y el abrazo no era abrazo porque entre la persona y yo había dos piedras encapsuladas. Y finalmente, me dejé las canas.
–En realidad esto, tal vez extremo, va en sintonía con la mujer real por la que siempre militaste.
–Tal vez, pero faltaba. Es verdad que siempre fui vocera de la edad y me pusieron como ejemplo en esas cuestiones. Es que estoy convencida de que hay una belleza que solo se logra cuando conectás con tu verdadero amor interno. Porque podés ser la mujer más linda del mundo, pero eso no significa que tengas luz. A mí me gusta el cuerpo cuando va envejeciendo, madurando. Es lindo ver las arrugas, llevarlo con dignidad. Lo único que me importa es tener una buena postura y una mirada clara, limpia. Ser muy amorosa, pero primero conmigo.
–Hablás de señales. ¿Sentías que te ibas a enfermar?
–Yo jamás había tenido un tema de salud, así que fue impactante entrar a un universo nuevo, que me era totalmente ajeno. Era un mundo que yo no veía, el mundo del dolor. Me refiero a que yo jamás lo había transitado. Y de golpe me encontré en un laberinto de estudios, biopsias, cirugías y preguntas. En un momento sospeché y me dije: “No me extrañaría tener cáncer”. Y a los pocos días estaba mirando la placa con mi ovario izquierdo enfermo. Fue algo impensado, como supongo son siempre estas cosas. Arranqué en enero operándome del tendón de Aquiles, roto por tirarme a una pileta haciendo bomba. Dos meses viviendo y durmiendo con una bota. Y a los pocos días, apareció esto. Cuando me quise dar cuenta estaba en una montaña rusa de desorientación y cataratas de exámenes.
–¿Cómo se doma la mente ante los miedos?
–No tuve que domar nada porque me pasó algo no común, supongo, que es la ausencia de miedo. Un amigo muy querido me dijo que yo ya estaba preparada para esto. Tal vez así sea. Tantos años trabajando con mujeres, buceando nuevos caminos. A lo mejor todo eso haya ayudado. Juro que la cabeza nunca me laburó mal. Siento que mi alma está en un lugar maravilloso y estoy contenta. Es raro lo que te digo y no quiero que se malinterprete. No es que estoy contenta, pero sí me encuentro serena. Tengo paz. Y este viaje, lo que hace, es que pueda hablar de todo de lo que nunca hablé. Con mis hijos, con mis nietos. Me está enseñando mucho.
–¿Por ejemplo?
–Observo mucho en mí qué tonos de voz uso, cómo soy con los demás, cómo está mi paciencia. Pero no de una forma artificial sino como una gran observación. Yo estuve casi dos meses en absoluta quietud sobre la cama, en plena ola de calor. Y esa quietud me llevó al vacío. Un vacío interno que fue maravilloso porque ahí me vi. Hubo una especie de reseteo. Y todo eso me sirvió para enfrentar este nuevo viaje. Me interesa desmitificar que esta enfermedad es un castigo, o una vergüenza. Sé que existe la chance de que yo parta. No lo sé. Pero si pasara, estoy teniendo la oportunidad de limpiar mi alma de verdad, con las cosas habladas y transparentes. Tengo todo ordenado.
–¿Qué te enseñaron los siete años que viviste en la India?
–Mucho, pero ahora me doy cuenta de que lo más importante es que aprendí a naturalizar el tema de la muerte. Allá, de manera cotidiana, ves que se cuela entre la vida. Vas caminando y de pronto encontrás dos personas que llevan una camilla de bambú con un cuerpito envuelto en una linda tela. Van entre la multitud, con naturalidad. Yo no sólo le tengo mucho respeto a la muerte, sino que es un tema que me interesa. Leí mucho, tengo una amiga que trabaja en paliativos y hace muchos años, cuando hacía televisión, lo he tratado. Pero aún sigue siendo algo tabú.
–Alguna vez dijiste que no te gusta la palabra espiritualidad.
–La verdad es que me pone un poco nerviosa porque está tan de moda, siento que es una palabra bastardeada. Todos nacemos con amor, ¿no? Es algo que vive con nosotros adentro. Y hablamos de espiritualidad cuando ese amor uno lo despliega las 24 horas del día, en cada situación. Sucede cuando ya no hay crítica, cuando vivimos con el corazón en la mano. La realidad es que uno puede leer mucho, pero las cosas hay que aplicarlas. Hoy existe un abanico enorme, una sobreoferta de temas muy profundos que a veces son utilizados de una manera muy liviana.
–¿Qué cosas ya no querés más?
–Y... ya no puedo estar más con personas que no suman. Yo siento que hay una Tini que ya se murió; y me parece maravilloso porque a veces tienen que morir cosas para que resurja algo nuevo. Hoy soy mucho más humilde al emitir cualquier juicio. Estoy aprendiendo a cuidarme y quererme como nunca. No quiero hacerme la santa, pero la realidad es que hay cosas que ya no me importan. Una cara con botox o la última cartera son cosas que no están en mi radar. La belleza pasa por otro lado.
–¿Qué es el chic?
–Algo que no se adquiere. Yo lo encuentro en algunas mujeres del norte de nuestro país. Esas elegancias naturales me fascinan. También las veía en la India caminando al borde de la calle. Mujeres humildes con ese porte natural que las distingue. Todo esto lo aprendí de mi mamá, una húngara muy sabia. Yo tenía nueve, diez añitos, y todos estaban con el “qué linda esta chiquita”. Pasaba todo el tiempo, hasta que un día mamá me dio una lección. Recuerdo que me abrazó y me dijo: “¿Sabés, Tini? Sí, sos linda. Pero vos no hiciste nada por eso. Es un regalo genético. Tu gran trabajo en la vida va a ser superar eso, pero desde adentro”.
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