Azcuénaga, en el partido de San Andrés de Giles, se convirtió en un epicentro de la buena mesa, con restaurantes de pastas y parrilla reconocidos y tres propuestas a punto de inaugurar
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Azcuénaga renació de las cenizas de la mano del turismo y a pesar de la pandemia, no para de crecer. A 108 km de Buenos Aires en el partido de San Andrés de Giles, este pueblo que los fines de semana se llena de motos y autos que rompen su parsimonia de calles de tierra y casas bajas, pronto contará con dos nuevas propuestas gastronómicas de la mano del reconocido chef francés Sébastien Fouillade y el cocinero italiano Salvatore De Santo. Se inaugurará la Posta Azcuénaga destinada a los ciclistas, muy cerca de bellos caminos rurales con puntos de interés como la Posta de Figueroa, con asistencia para bicicletas y viandas deportivas, que contará con dos domos geodésicos para seis personas cada uno. Por último, otro restaurante más está a punto de inaugurar sobre la calle La Olvidada en la entrada a la localidad.
Aún el poblado se recorre a pie, pero basta alejarse un poco para notar la construcción de casas modernas en tres loteos que lo convertirán en un lugar cada vez más poblado.
El olor del pan se entremezcla con el humo de la fogata de hojas que se queman en las calles de un trazado original de 16 manzanas que mueren en el campo. Pueden verse casonas centenarias con herrajes antiguos donde se filmaron El hijo de Dios y La Extraña Dama.
Aquí pasan cosas todo el tiempo: quién dijo que los pueblos son aburridos. Basta entrar al Club Apolo, fundado en 1920, para que Cachín (Alberto Iribarne), que vivió toda su vida en Azcuénaga, cuente orgulloso como restauró la cancha de bochas con ayuda de los vecinos. Y para que Soledad Rossi, a cargo del buffet, convide al viajero sus sabrosos ñoquis rellenos entre otras minutas con una gran sonrisa; el club es la única opción que abre toda la semana.
“El pueblo nació en 1880 cuando se creó la estación homónima del ramal Luján- Pergamino del entonces Ferrocarril Oeste. El primer jefe de estación, Ascencio Ezquiaga, contactó al dueño de la estancia lindera, La Paloma, para que vendiera el equivalente a 16 manzanas. Ese fue el origen de Azcuénaga que hoy está creciendo mucho: hay varios loteos y uno ya casi quedó incorporado al trazado urbano. El turismo ha avanzado de una forma que no se esperaba y va a crecer todavía más por los nuevos restaurantes”, cuenta Héctor Raúl Terrén, vecino e historiador.
De hornos viejos y nuevos
Del antiguo horno a leña de 1917 de la Panadería La Moderna salen panes, perniles, tortitas negras y la premiada galleta de campo de la panadera Laura González y sus dos hijas.
En el nuevo restaurante Le Four Azcuénaga, a punto de abrir sus puertas, el horno de barro gigante alimentado a leña y gas también será la estrella del lugar. Fouillade horneará panes de masa madre, pizzas, carnes varias como perniles, conejos, corderos… Se sumarán otras especialidades como la sopa de cebolla o de topinambur, novedoso tubérculo que produce en su huerta.
El ventanal de vidrios de colores deja entrever el futuro salón comedor de la casona centenaria de paredes asentadas en barro que muestran el paso del tiempo. La restauración y obra está a cargo de Urbano Rural 360, nombre del emprendimiento con el cual promueve el turismo rural de toda el área hace más de 20 años el arquitecto José María Yanes, encargado de ésta y varias obras de Azcuénaga y San Andrés de Giles ligadas a la gastronomía emergente, entre otros emprendimientos y casonas.
Ramiro Pobor, socio del chef galo, compró los galpones de una vieja fábrica atrás del restaurante: construirán un hotel con 10 habitaciones y 20 unidades en modalidad apart.
Si la idea es alojarse, hoy están disponibles los hospedajes El Árbol Caído y La Magnolia, y otros a pocos kilómetros en la zona rural.
La plaza tiene algo de salvaje, con muchos árboles flacos de otoño y pasto quemado por la helada. Enfrente, la capilla Nuestra Señora del Rosario de Azcuénaga data del año 1907. Mantiene sus lustrosas baldosas provenientes de Francia y el altar, traído de Zaragoza.
Santín Capecci, bisabuelo de Analía Capecci, la dueña del restaurante La Porteña, con las mejores pastas de la zona, fue albañil de esta misma iglesia, recién llegado de Italia. Allí se quedó como sacristán hasta su muerte. Su hijo Eduardo, el abuelo de Analía, estudió en Buenos Aires el oficio de sastre. Antes el restaurante fue una famosa sastrería. “Los gauchos venían a caballo todos embarrados y se cambiaban acá”, recuerda.
La Porteña comenzó como casa de té en 2006. Ahora, también cocinan los hijos de Analía, Federico y Juan Manuel Gómez. Ofrecen deliciosos ravioles de espinaca y seso, sorrentinos de conejo o de queso azul, ossobuco braseado, lasagnas y algunos platos al disco de arado.
En busca de esta quietud pueblerina, los domingos decenas de personas llegan también a comer la parrilla generosa o la picada de campo en el Almacén CT. También se sirven minutas, el costillar y matambrito de cerdo con limón, un clásico local.
Fueron pioneros en ofrecer una parrilla cuidada recuperando el antiguo almacén de ramos generales y transformándolo en comedor para 250 personas con muebles de época, miles de recuerdos, platos cachados con dedicatorias de famosos, y la atención de 3 de los 10 hijos de Enrique Coarasa, que atajan los penales de los domingos intensos de comida y servicio hechos con pasión.
Oscurece en el corazón de Azcuénaga, con el arrullo de sapos y pájaros que cantan su canción de cuna.
Dónde comer
Restaurante La Porteña. Av. P. Terren, frente a la estación, 2325424334, @laportenarestaurante
Almacén CT&Cía. Av. P. Terren esq. Julia Vildasola; WhatsApp 1159606337 o 2325651115. @elalmacenct
Buffet del Club Recreativo Apolo. Av. P. Terren y El Ombú, wp. 23325515846.@buffet_club_apolo
En todos los restaurantes se necesita reserva previa
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