Cerca de Buenos Aires, pero muy lejos de la vida urbana y agitada, Vagues, Beguerie, Crotto y Villa Espil tienen todos los condimentos de los sitios quedados en el tiempo y buenas propuestas gastronómicas
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Aun algunos pueblos cercanos, en la provincia de Buenos Aires, conservan la ilusión de la clandestinidad. Inciertos, ignotos, la conservan porque sí, porque de alguna manera, a pesar de la nostalgia de saberse menos de lo que eran, disfrutan de la falta de visibilidad en este tiempo de sobreexposición. Y así se quieren conservar, al resguardo del cotilleo de los indiscretos.
En ellos es posible vislumbrar un tiempo no tan lejano en que los caballos levantaban tal polvareda que hacían saber a los dueños de los almacenes de campo que llegaban forasteros, soldados o gente de la zona que iba a celebrar o ahogar las penas con una caña o una ginebra. Vamos a suspender el pacto de clandestinidad de algunos de ellos por un ratito, para desempolvar su olvido y recordar sus viejas glorias que resurgen de la mano del turismo. Para llegar, mejor que no llueva. Porque los caminos de tosca o barro se complican bastante.
Crotto
A 30 minutos de camino de tosca desde Tapalqué, muy cerquita de Olavarría, Crotto es de esos pueblos ínfimos que vale la alegría conocer, donde los rayos de sol se disparan en una estación de tren que, de puro orgullosa y para no ser puesta a morir, como los trenes, se convirtió en museo.
“El museo de Crotto abrió sus puertas en enero de 2019: sus objetos fueron recopilados por sus habitantes”, cuenta Sandra Bisogno, guía del lugar. Las salas cuentan la historia del ferrocarril, del municipio y sus tres fundaciones, de la presencia y las descripciones de Charles Darwin a mediados del siglo XIX. Lo hacen a través de objetos como el primer telegrama enviado en 1910 por Silvano Crotto a Valeria Villa, su madre. O la foto de ojos insondables de Telmo, el linyera que vivía de la limosna de los vecinos bajo el puente de un tren hasta que se murió de viejo. O el primer boleto de tren.
La luz de las crueles provincias está, esa de la que hablaba Héctor Tizón, sólo hay que ir a buscarla en los ojos de Telmo o en el mujido de una vaca, en la entrada, como parte integrante del museo de Crotto. Un poco más allá, en una esquina terrosa, destacan el Almacén de Ramos Generales histórico recuperado, junto con la Vieja Fonda y la Despensa (donde funcionaba la panadería). Ya en la plaza se puede apreciar una obra homenaje a la mujer campesina, conformada por una estatua realizada por Ester Rodríguez Acosta, que dio origen a la fiesta de la mujer campesina, que se celebra el primer domingo de abril de cada año.
Villa Espil
Por la ruta 7 en el km 90, Villa Espil posee la parrilla Aromas de Campo, adonde Mirta Campos y Raúl Acosta reciben a los viajeros con calidez y con insumos de primera calidad a precios accesibles los domingos al mediodía, con reserva previa. Mirta prepara las empanadas fritas, la tabla de fiambres, las papas fritas, y junto con su suegra Teresa Delgado las pastas como sorrentinos de jamón y queso y ravioles de verdura. Su hijo Tomás Acosta atiende y a veces anima a la concurrencia con su canto.
Raúl es el parrillero que mezcla leña y carbón para ofrecer un completo asado generoso. Si le gusta comer bien sin piripipís, este es su lugar donde los dueños desean que “la gente se vaya contenta”. En el pequeño jardín hay un tobogán inflable y un metegol para los más chicos. No busque glamour sino sabor casero, hospitalidad genuina y buenos precios. Mario Riquelme, delegado municipal, cuenta de la biblioteca fue construida gracias a los talleres del club, y los grupos de niños que asisten a clases de arte, entre otras disciplinas. Caminamos por el amplio salón de un club vacío con escenario un poco despintado que resiste: dicen los que cuentan que este fue el lugar donde debutó Cacho Castaña. Lo muestra con orgullo y cuenta que los fines de semana abre las puertas a la comunidad.
Carlos Beguerie
Es un pueblito de 450 habitantes, calles de tierra y horizontes infinitos, distante a 25 km de Roque Pérez en el partido homónimo. A Carlos Beguerie se llega por un camino de tierra bastante mal señalizado que transcurre entre potreros de vacas, agua, garzas, caballos, el cielo lleno de nubes de formas graciosas, un molino y el polvo (si no llovió: resiste una lluvia, pero no un diluvio). Beguerie resulta ideal para caminar por sus calles sin autos ni ruidos, la capilla bien conservada, el museo ferroviario en la torre de agua.
La puerta del almacén La Perla parece tomada de una película de cine argentino del ‘50, hay dos asientos y un surtidor de combustible en desuso, para que los parroquianos intercambien noticias, lo poco que pasa que se vuelve enorme en un solo movimiento de lengua. Una vez en el interior, los estantes exhiben antigüedades de todo tipo llenas de polvo entre mesas comunitarias con manteles de hule pensadas para compartir un asado de ley.
Se trata de uno de los principales imanes del pueblo, la posibilidad de conocer y comer en alguno de los almacenes/restaurantes de campo que son La Esperanza, Lo de Juana y HyA La Perla. Algunos de los menúes que se pueden disfrutar son: empanadas, pastas, asado y chuletas a caballo. Los viajeros también recorren el museo La Perla del Provincial, ubicado en el antiguo tanque del Predio de la Estación, como así también el sendero natural que lleva a la huerta comunitaria.
Vagues
A 137 km de Capital Federal y a 4 de la ruta provincial 41 (a 9 km de San Antonio de Areco), este pueblo es elegido por los arequeros para caminatas, bicicleteadas y cabalgatas, dada su tranquilidad. Cuenta la historia que en el año 1730 se afincaron en un paraje cercano a San Antonio de Areco varias familias, entre ellas la de José Bagues.
Hoy la estación de Vagues luce su cuidada tranquilidad, reconvertida en Centro de Interpretación, en un pueblo de cuatro cuadras y noventa habitantes donde los ruidos principales son el del canto del gallo, los relinchos de los caballos y la algarabía de los chicos que pasan en combi por las mañanas al colegio Francesco Faadibruno, abierto hace algunos años. Este pueblo cuenta con una Posta para comer picadas, parrilla y alojarse con todas las comodidades; un hogar para discapacitados; un almacén; una escuela de equitación.
Cucullú
Cucullú en realidad es Cucullo, porque aquí todos lo nombran así, le cambiaron una letra y lo acentuaron distinto. Porque sí, porque así son los cucullenses, pequeño pueblo cuya calle principal asfaltada, la 9 de Julio, se recorta contra el horizonte de campo verde. Forma parte del partido de San Andrés de Giles junto con Villa Espil, a 100 km de Buenos Aires en dirección a Luján a 4 km de la RN7. En 1898 el inmigrante de origen español Juan Simón Cucullú cedió una parcela de sus tierras para la estación del entonces Tranvía Rural. En su derredor se formó el caserío.
Los ladrillos, la actividad agrícola-ganadera y los criaderos de pollos son las principales actividades de este pueblo de 1800 habitantes donde se festeja la Fiesta del Hornero desde el año 2006. En pocas cuadras se concentra todo: la panadería Santa Teresita, el Club Atlético Cucullú, creado en 1929, la capilla de 1960, la escuela N 5 y el Almacén de Fito. La Estafeta será un nuevo restaurant para disfrutar, aún en construcción.
En Lo de Fito o el Almacén Casa Gallo el tiempo se detiene entre las paredes de ladrillo a la vista con antigüedades o en el patio con el primer molino que dio agua a las cuatro casas que había cuando nació el paraje. Este sitio hoy es una de las maravillas que atesora este rincón del mundo, donde Fito y Fernanda atienden a los viajeros con cariño.
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