Es argentino y tiene un puesto clave en la NASA: “Marte era muy parecido a la tierra”
Miguel San Martín se especializa en control de naves y está al frente de una expedición robótica planetaria para determinar si existió vida en el “planeta rojo”
- 6 minutos de lectura'
Porteño y patagónico. Así se presenta Miguel San Martín, el ingeniero argentino que desde hace 37 años está al frente del Jet Propulsion Laboratory, el centro de la NASA que desarrolla exploraciones robóticas planetarias. La última de ellas está en curso y se dirigirá a Marte, con el objetivo de determinar si existió vida en el “planeta rojo”.
Hincha de Estudiantes de La Plata (una de las pasiones que sostiene desde California), San Martín se especializa en el guiado, navegación y control de naves espaciales.
Los veranos en la chacra de Villa Regina, la ciudad de Río Negro donde nació hace 63 años, quedaron grabados en su retina. Allí se empezó a gestar un sueño que lo llevó sin escalas a integrar las misiones de aterrizaje de distintos dispositivos en Marte. Desde Pathfinder, Sojourner, el primer vehículo robótico móvil en el planeta rojo hasta los descensos de Spirit, Opportunity y Curiosity, una de las misiones emblemáticas de la historia aeroespacial.
“Mi tío construía estaciones de energía y telefonía. Mi papá, ingeniero civil, levantaba puentes y caminos en la Patagonia. Y como el GPS aún no existía, ni por lejos, se guiaba por las estrellas para trazar caminos por el medio del desierto”, recuerda el ingeniero, que cursó la secundaria en Buenos Aires, en el Colegio Industrial Pío IX de Almagro.
El misterio y la atracción por el espacio nacieron en la tranquera de la chacra familiar, pegada a la ruta 22. “En Buenos Aires no mirás para arriba, mirás para abajo. Fue en una de esas noches oscuras, sin luna, mientras mi papá me enseñaba a distinguir estrellas y constelaciones, que se despertó mi fascinación por el espacio”, recuerda San Martín.
La curiosidad fue el motor. Sus juguetes, la mayoría, tenían pilas y contenían kits para desarrollar ejercicios de química o electrónica. Radios y alarmas fueron sus primeras proezas. Pero las estrellas les ganaban en interés a los mecanismos. Y es que esa atracción estaba en su ADN: su abuelo materno fue un marino italiano, el capitán Cánepa, oceanógrafo reconocido, con varias islas y accidentes geográficos que llevan su nombre. “Buena parte de la geometría marítima es la que utilizamos para navegar en el espacio”, señala San Martín, vía Zoom, desde su casa californiana, donde vive con su esposa, Susan, con quien tiene dos hijas, Samantha y Madeleine.
Estimulado por la familia, “muy mimado”, siguió paso a paso el proyecto Apolo. Fue un niño inquieto, que preguntaba mucho y se impregnaba de conocimiento. De adolescente no lo dudó; cuando la sonda espacial tocó superficie en Marte, San Martín empezó a planificar su propia misión. “No sabía mucho inglés, casi nada, era un poco nerd, en la época que ser nerd no era algo bueno. Pero mis amigos eran como mis profesores, con los que todavía sigo en contacto, y me dieron mucha confianza”, recuerda.
En diciembre de 1978 terminó el secundario y en enero ya estaba instalado en Nueva York. Solo. Con la misión de derribar la barrera del idioma y rendir exámenes en la Universidad de Cornell. “Me bocharon, así que tuve que aplicar en otra universidad, y en otra. Cursé varios años en la Syracuse University hasta que decidí aplicar en el MIT, el Instituto de Tecnología de Massachusetts con sede en Cambridge. Fue un sueño, allí se había desarrollado el sistema de guiado, navegación y control del Apolo. Entré al lugar indicado, el que me abrió las puertas de la NASA. Fue una oportunidad tremenda, estaba bien preparado”, destaca.
Del otro lado
Hoy, las vueltas de la vida lo ponen del otro lado de aquel escritorio donde fue evaluado por especialistas del laboratorio de la NASA (el Jet Propulsion Laboratory) que lo admitieron entre sus filas. Miguel San Martín integra actualmente el jurado de expertos del primer Concurso de Tesis de Ingeniería que impulsa Invap, la empresa argentina referente en proyectos tecnológicos a nivel mundial. “Me parece fantástico. Me interpela la responsabilidad de ser justo y elegir los trabajos adecuados, de jóvenes con ideas innovadoras a quienes les puede cambiar la vida esta instancia. Reconocer el esfuerzo, el talento argentino y poner en valor la investigación con aplicación en el universo de la ingeniería. Me fascina estar en contacto con gente joven”, plantea San Martín.
El camino que lo llevó a buscar rastros de vida en Marte tuvo sus contratiempos, aunque hoy ocupa el lugar de broche de oro, por el cual forma parte de la Academia Nacional de Ingeniería. El ingeniero argentino es miembro desde 2019 de la prestigiosa institución que lo nominó por sus “contribuciones técnicas y liderazgo en orientación, navegación y control que llevan a la entrada, descenso y aterrizaje exitosos de Marte”.
“Llegué a la NASA en el momento en que los científicos retomaron la curiosidad por confirmar si hubo o no vida en Marte, justo cuando se dieron cuenta de que la búsqueda, hasta entonces, había sido incorrecta también desde el punto de vista político, porque cuando no encontraron esa evidencia, se perdió interés y se perdió el financiamiento”, destaca el ingeniero, que ratifica la hipótesis vigente: “Marte era muy parecido a la Tierra, con ríos, una atmósfera. Era casi imposible que no haya existido vida en ese planeta. Pero el tema era hacerlo de forma paulatina. Lo primero es que, para que haya vida, tiene que haber habido agua”, define.
Por eso sus primeras misiones –el Pathfinder, Spirit y Oportunity– concluyeron que sí, que existió agua en forma abundante, con las condiciones de acidez y salinidad que hubieran sido propicias para la vida. “Con este dato fuimos a buscar ciertos elementos con instrumentos más avanzados para detectar componentes orgánicos. La conclusión fue que el entorno, entonces, existió. Pero, ¿hubo vida o no?” se cuestiona. Para sostener la respuesta, el equipo del laboratorio determinó que era necesario tomar una muestra y traerla a la Tierra. “La misión actual, Perseverance, busca indicios de vida en el suelo de Marte, releva datos y registra la superficie con instrumentos científicos que tienen la capacidad de tomar muestras y encapsularlas para retornarlas a la Tierra. Es el primer paso”, asume el ingeniero, quien intercambia información con la NASA europea, la European Space Agency. “Estamos desarrollando una nave espacial que tiene un cohete de 3 metros, despegará en el 2028 y dos años después llegará a Marte para recoger las muestras del Perseverance, ponerlas en órbita y traerlas a la Tierra. Son 5 misiones en una. Y mi rol es el de siempre, el de coordinar el control del aterrizaje, la guía y la navegación. Un broche final para mi carrera”.
De los cielos estrellados de la Patagonia a una de las misiones espaciales más complejas de su carrera, el ingeniero argentino mantiene intacta su pasión estelar.