En su última entrevista con LA NACION, “El cóndor” contó su historia de amor con Mercedes López Paredes, quien falleció el viernes 28 de junio
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Miguel Romano (86) accede a la charla con entusiasmo. Dice que contar su historia implica traer a su memoria episodios felices. También cuenta que nunca imaginó, cuando le cortaba el pelo a los niños del conventillo lindero a su casa de Villa Urquiza, que muchos años después se convertiría en el estilista número uno de la Argentina. Por sus manos pasaron las cabelleras de Susana Giménez (de quien es amigo hasta hoy), de Mirtha Legrand, Tita Merello y Sophia Loren, entre otras estrellas. Asegura que Dios le dio mucho más de lo que hubiera esperado y por eso jamás se olvida de agradecerle, sobre todo cuando pasa frente a una iglesia. “Le digo: gracias Señor, me diste todo. Ahora solo te pido salud”, confiesa.
La entrevista tiene, eso sí, algunos requisitos de su parte. Por ejemplo, que esté presente su inseparable mujer y compañera de los últimos 65 años, Mercedes López Paredes, quien lo apuntala varias veces.
En un mullido sillón al costado de la peluquería que también es su hogar, en Anasagasti 2061, Romano solo se quita sus gafas oscuras para saludar. Mientras señala su rostro, cuenta que pronto se hará un nuevo retoque y que sigue siendo muy coqueto y cuidadoso de su imagen. Y aclara que, apenas finalice la nota, partirá como todos los sábados a su quinta de Ingeniero Maschwitz, donde permanecerá junto a su mujer y Paola, hija de ambos, hasta las primeras horas del martes, cuando vuelva a abrir el local.
–¿Qué hubiese sido, de no haberse dedicado a ser peluquero?
–Es una pregunta difícil porque llevo este oficio en la sangre. Era muy chico cuando empecé cortando el cabello y sacando piojos a los niños de un conventillo que había al lado de mi casa de Villa Urquiza. Cuando quise ir a una academia para aprender a cortar el pelo no tuve el apoyo de mi papá, que decía que me iba a morir de hambre. ¡Qué bestia era! Con tal de que dejara de pensar en eso me obligó a trabajar junto a mi tío como peón de albañil, algo que hice durante un tiempo, pero no lo pude soportar. Mi pasión por la peluquería seguía y me metí en una academia. Recuerdo que, durante una prueba, alguien me dijo: “Usted es más profesor que alumno”. Se lo conté a mi tío, que me quería muchísimo, y me ayudó a instalar un local muy humilde, al lado de la casa de mis padres. Los clientes comenzaron a elegirme muy rápido, me fui haciendo conocido en la zona.
–¿Y quería ser famoso?
–No lo diría de ese modo. Me gustaba hacer bien las cosas, que los clientes salieran contentos. Claro que eso me llevó a hacerme conocido, la fama llegó después, pero casi no me di cuenta, fue un proceso lento. Y “Meme”, mi esposa, con quien en ese momento recién me ponía de novio, tuvo mucho que ver.
–¿Cómo fue eso?
–Nos conocimos de adolescentes en un gimnasio donde ella bailaba español. Trabajaba como niñera en la casa de un médico y le ofrecí que viniera conmigo al salón, le dije que iba a enseñarle el oficio. Empezó siendo manicura. Era una mujer muy hermosa, con un rostro y un cabello espectaculares. Poco tiempo después se abrió un concurso para elegir a la modelo de una fotonovela y no dudé en presentarla. Le saqué una foto y la mandé. No solo la aceptaron, sino que luego de varias preselecciones resultó ganadora entre más de 1500 chicas.
–Entonces, ¿ella lo llevó a la fama?
–Siempre fue de a dos, pero ojo, ella en ese momento ganaba 10 veces más que yo, mi peluquería era muy humilde. Insisto, lo mío fue un proceso, porque en ese momento en los salones solo se hacían cortes y permanentes hasta que, tiempo más tarde, implementé los peinados con la figura de mi esposa.
–¿Cómo siguió la historia?
–Vi un aviso de Canal 7 para trabajar haciendo los peinados en un ballet representando a un producto para el cabello. Entré y, finalmente, con ese producto, recorrí toda la Argentina. Mercedes era la modelo y aparecía en todos los afiches.
–¿Cómo fue su primer encuentro con Susana Giménez?
–Era modelo y fue a mi peluquería de la calle Cerrito. Llegó para que le hicieran un rodete. Al despedirse, me dijo: “Vos vas a ser exclusivo mío”. Le dije que sí, cuando fuera estrella. Pasó el tiempo y siguió siempre conmigo, nos hicimos grandes amigos. Hoy sigo a su lado a pesar de todo lo que se dice.
–¿Están distanciados?
–No, para nada. Susana es una hermana para mí, llevamos juntos 51 años. Pero cuando se fue a vivir a Punta del Este le expliqué que soy grande, que me iba a quedar en mi peluquería de Buenos Aires, que de aquí no me muevo. Cuando viene me llama, voy a la casa, charlamos. Es una mujer, una artista y una persona que nació para el escenario. Tenemos millones de anécdotas, ella sentía pánico cada vez que debutaba y yo le gritaba: “¡Basta, Susana! ¡Salí de una vez! ¡Estamos en el medio del mar, no nos vamos a quedar acá!”. Luego, al aire, me miraba y sonreía.
–¿Fue mito o verdad que sus extensiones eran provistas por dos mujeres albinas?
–Es cierto. Hay muy pocas en el país y el cabello debía estar largo para cortarlo, al menos 60 centímetros. Además, había que someterlo a un proceso, ya que se mezclaba con otro cabello blanco y dorado, en un trabajo artesanal hasta llegar al rubio oro blanco que Susana usaba. Todo un tema. Por eso también soy posticero y fabricante de pelucas.
–¿Qué otras estrellas pasaron por su peluquería?
–Muchísimas. Antes de Susana peiné a Mirtha Legrand en el Canal 9 de Alejandro Romay, y de allí en más pasaron grandes figuras, Tita Merello, Niní Marshall, Amalita Fortabat, Sophia Loren y muchas más.
–¿Siente que descuidó a su familia por su carrera?
–No, porque en todas las presentaciones, eventos y viajes a los que asistí durante décadas, mi esposa siempre estuvo a mi lado. Soy un hombre de buen carácter y tenemos un gran compañerismo. Paola, mi hija, y Antonella, mi nieta, también están y estuvieron presentes. Hoy mi vida es más tranquila, aunque trabajo 12 horas por día. No sé hasta qué momento me tocará vivir, pero estoy feliz con lo que tengo.
–¿Es cierto que no conocía a Freddie Mercury cuando le pidieron que le cortara el pelo, en 1981?
–¡Sí! Me llamaron del hotel donde estaba hospedado y me mandaron un auto con chofer. Cuando llegué vi que había mucha gente alrededor y entendí que era alguien importante. A la noche hablé con mi hija Paola, que estaba estudiando en Miami. “Papá, se dice que le cortaste el pelo a Freddie Mercury y no le pediste un autógrafo para mí”, me reprochó llorando. Volví a verlo dos veces más para retocarlo, hasta que se peló. Al despedirnos, me dio la foto autografiada. Fue un hombre amoroso, sencillo, aunque hablamos poco porque yo no sé inglés. Estaba muy contento con el trabajo y, al morir, tenía la línea de mi último corte.
–Además de agradecerle, ¿qué le dice a Dios?
–Que me dio lo más lindo que se puede recibir, el cariño y el respeto de la gente, a la que yo le entregué el corazón. Nunca precisé una psicóloga, mis clientas ocuparon ese espacio.
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