La exmodelo tuvo un intento de suicidio, pero encontró ayuda en su entorno familiar y en sus amigas
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Hace sólo unas décadas, Ana Paula Dutil entrecortaba el aire cuando se subía a una pasarela. Con su impronta felina, un cuerpo tallado, mirada penetrante y aquella melena desobediente, se transformó en única e indispensable en cada evento y tapa de revistas. Eran los noventa y luego se supo de su divorcio, de su amor con Emanuel Ortega, más hijos, una familia ensamblada y su partida a Miami. Siempre tuvo perfil bajo y en los últimos años, más allá de su pasión por la decoración y algunos trabajos esporádicos, se sabía que su mundo era la familia. Su gran elección.
Hace poco, a través de un podcast que creó junto a dos de sus ex cuñadas (Julieta y Rosario Ortega), Andrea Rincón y Fernanda Cohen, el secreto familiar explotó y se hizo viral. Anita, como le dicen sus íntimos, había transitado el infierno y necesitó contarlo.
“Tuve una gran depresión e intenté suicidarme. Se juntó la pandemia, la separación y una mudanza internacional. Yo había estado diez años en Miami. Ese era mi lugar, mi familia, la postal que durante tanto tiempo funcionó muy bien. Creo que el combo no ayudó y lo mío fue progresivo. Mis hijos más grandes estaban viviendo afuera. Teo, que tiene 28 estudia y trabaja en Barcelona. Noé es músico y está instalado en Los Angeles. Bautista, que juega en un equipo de fútbol, vive en Miami. Me vine con India, la más chica, que estudia y ya coquetea con el modelaje. Nunca detecté los síntomas. Pero empecé a entrar en un túnel oscuro de tristeza, con falta de empatía. Sólo quería dormir, irme”, cuenta.
–¿Pediste ayuda?
–No. Fueron varios duelos juntos y de pronto me encontré en una ciudad que sentía desconocida, que de golpe no me gustaba. ¡Con lo que amaba Buenos Aires! No quería estar acá, no la reconocía como mía, notaba que había dejado de quererla. Pero obviamente no era la ciudad el problema, sino yo. Fui empeorando. Me puse el pijama y no salí más. Vivía en la cama. Dejé de atender a la gente y mentía. Tomaba alcohol para anestesiarme. Un día pasó Dante, mi sobrino, y me dijo “¡mirá cómo estás!”. Me obligó a vestirme. Pero nada me importaba. Mis pensamientos eran oscuros. Tomaba vino sin parar y dormía todo el día.
–¿Cómo llegaste a tocar fondo?
–Yo me quería ir. No aguantaba más mi vida y que los chicos y seres queridos me vean así. Lo máximo fue el día en que amanecí –la cosa venía de semanas– con un nudo gigante en el pelo de tanto estar acostada. Me agarraron mis hijos, me sentaron en el inodoro y me lo cortaron. La vergüenza que sentí fue horrorosa. El día que decidí irme fue planeado, sí. Algunos me preguntan si no me daba culpa dejarlos sin madre. Pero cuando uno está en el fondo, con semejante depresión, que es una enfermedad dificilísima, perdés la empatía. No te importa nada sino terminar con ese presente que te asfixia.
–Ahí aparece Julieta, ¿no?
–Sí, en ese entonces vivíamos en el mismo edificio. Ella me llamaba y llamaba sin parar. Con el paso de las horas se asustó y lo llamó a su hermano. La policía tuvo que tirar la puerta abajo. Ella no se animó a entrar porque imaginaba lo peor; tenía miedo. Hasta que Emanuel la llamó para decirle que se tranquilice, que estaba todo bien. Acto seguido, la internación. Había que hacer algo porque mi realidad era un desastre. Estaba muy enferma.
–¿La internación no te ayudó?
–A mí, no. Fue muy duro y en mi caso no anduvo. Pero esto es delicado. No todos los lugares son para todos. Ni los médicos, ni los tratamientos. Empecé con los grupos de autoayuda. Narcóticos y Alcohólicos Anónimos. Y ahí sí comencé a abrirme; entendí que no era la única. Las historias ajenas me movilizaron, era todo como un espejo. Entonces aparecieron herramientas, ganas de salir, cierta disciplina. Es un día a la vez. Y en ese camino estoy.
–Siempre fuiste hipersensible. Lo mencionaste alguna vez.
–Muy, muy. Y mucha gente de mi entorno directamente me dice susceptible. Siempre sentí que las cosas me afectan más que al resto. Soy dramática. ¿Será que soy Cáncer con luna en Cáncer? No lo sé. Pero me parece que esa combinación es un montón.
–¿Tus hijos no te pasaron factura, hubo reproches?
–No, ellos fueron muy hermosos conmigo. Pero sé que los marqué, que les hice mucho daño y esa culpa está. Pasa con los familiares, pasa con los amigos. La gente se cansa. Van, te buscan y vos no contestás. Una y mil veces. Entonces uno miente. El entorno, por más que te ame, se harta y se frustra, empieza a mirar para otro lado y sigue su camino. Pero eso sucede porque uno no se deja ayudar. Porque lo único que querés es dormir, que no te molesten, que no te aconsejen.
–Algunos amigos que desaparecieron, ¿luego volvieron?
–Por supuesto. Y yo los súper entendí. Me dijeron que no sabían qué hacer conmigo. Es un proceso más que difícil acompañar a alguien que está tan deprimido. Y si no lo pasaste o conociste a alguien con el problema, seguramente no lo entendés. Creen que si estás tirado en una cama es porque tenés tiempo. Y no es así, la depresión te toma. Lo sentís en las venas.
–¿Cómo surgió lo del podcast?
–”Las pibas dicen” se llama este encuentro. Es un proyecto que creamos con mis amigas queridas. El año pasado hicimos la primera temporada (ahora se viene la segunda); e impactó un montón. La idea era una charla de amigas, que cada una hablara de un tema que la atravesara. Estuvimos muchos meses planeándolo. Y en un momento yo pensé, ¿por qué no hablar de depresión? Así que primero se lo planteé a mis hijos y, cuando me dieron el ok, me animé.
–¿Tu ex estuvo de acuerdo?
–No lo hablé con él, no hizo falta. Nos separamos; ya está. No tenía que consultarlo. Me pareció que era algo importante para poder sanar todo esto que atravesé. Y encima con amigas tan queridas. El amor son las amigas manteniéndote en pie. Fue muy conmovedor. Y tuvimos mucha repercusión. Me hizo bien recibir los mensajes que llegaron. Hay muchísima gente con problemas de salud mental. Escucho que se volvió a hablar del tema de los manicomios, palabra fea si las hay, y tiemblo. Porque estamos muy desprotegidos con el tema. No creo que sea bueno encerrar a la gente. Nosotros no estamos locos sino enfermos. Así como la gente se enferma de cáncer, a nosotros se nos apaga la vida. No hay que tener vergüenza de decir “estoy deprimido” o “tengo pensamientos oscuros”. De decir, “ayúdenme”. Y el entorno es fundamental.
–¿Hoy tenés algún sueño?
–Irme al mar, poner mi pequeña posada. Es algo con lo que fantaseé toda mi vida. Hace dos años fui a Tulum pero ya está muy poblado. Tendría que ir, ver si es posible o es una utopía.
–¿Lo harías sola?
–Sí, estoy soltera. Y no me da nada de miedo, sino todo lo contrario. Sería mi gran proyecto en esta etapa de la vida, con los chicos grandes. Le dije a India pero me sacó volando. Me dijo que ya los movimos bastante por el mundo. Pero todos coinciden que irían a visitarme seguido. Igual estamos hablando de sueños locos. Mientras disfruto decorando, tratando de hacer más lindos los espacios, la vida en sí. Me encanta estar sola y, aunque parezca una tontería, mirar el cielo. Pasé mucho tiempo sin hacerlo y ahora es lo que más me emociona.
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