Entre las mansiones de Palm Beach y con pocos visitantes, este reducto de arenas blancas es un secreto a voces entre los locales que recorren la bahía con movilidad propia
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Por la exuberante vegetación, las palmeras cocoteras, la arena blanca y el agua cristalina, podría ser un paraíso caribeño. Pero se llama Peanut Island y está en pleno Palm Beach, una isla deshabitada, con arrecifes que congregan miles de peces esperando a los snorkelers, y noches oscuras, para acampar a la luz de la luna junto a sonidos naturales: grillos, sapos, o ramitas que se mueven con el pasar de una ardilla. A pasos (o más bien brazadas) están las mansiones y los campos de golf.
Aquí sólo se llega por agua, lo que la hace exclusiva y solo conocida para los locales que recorren la bahía con movilidad propia. Si se tendiera un puente invisible al continente, serían apenas cinco minutos de caminata.
Una lancha parte cada 25 minutos desde Riviera Beach Marina Village. El primer barco sale a las 10 de la mañana. El nombre de Peanut (maní) bien podría ser por la forma de la isla: es muy pequeña y redonda, con playa en el 90% de su costa. Pero lo cierto es que proviene de los viejos planes de usarla como una terminal naviera para aceite de maní. Surgió gracias al dragado del canal en 1918 para el puerto de Palm Beach, que está enfrente, hasta que los planes cambiaron y solo quedó el nombre. En 2005, la isla se convirtió en un parque del condado y se ha mejorado en los años recientes.
El viaje por la bahía dura un abrir y cerrar de ojos. Quizá 7 u 8 minutos. La isla está en frente. Muchos quisieran cruzar nadando, pero no se puede, explica el capitán de barba blanca y pelos al viento. También dice que muchos cruzan en kayak o paddleboard (US$ 80 el día de alquiler). El último ferry sale a las 15 hs, y lo mejor es ir en día de semana, ya que el fin de semana se llena de lanchas que fondean en la costa. El barco bordea la isla y amarra del lado este. Como es un parque del condado, es absolutamente gratis y cualquiera que llega por sus propios medios no debe pagar nada. Antes de desembarcar, el capitán promociona que a bordo se venden gaseosas (US$ 2), snacks y aguas. Una vez en la isla no hay para abastecerse de nada. Pero nada de nada.
Primera impresión
Al poner un pie en la isla, el primer impulso es conocerla entera. Hay un sendero de dos metros de ancho que bordea la playa y va dando toda la vuelta: uno de los mejores que ha hecho el condado. Son casi dos kilómetros en círculo en el único camino que corta el verde intenso, y va dejando la playa siempre a la izquierda. Un cerco de madera encierra un sitio para fogón y da la bienvenida a los 17 espacios de acampe. No tienen energía eléctrica sino apenas una canilla de agua corriente en la entrada. También hay baños públicos y duchas. El costo es de US$ 28 la noche (US$ 31.64 con tax) y se puede reservar 90 días antes. Conseguir sitio para fin de semana es una odisea, pero siempre hay lugar de lunes a viernes.
Hay, también, un puente de madera que cruza manglares, una casa blanca de techo rojo abandonada (la guardia costera, próximamente en remodelación), playitas recluidas y un pequeño puerto deportivo donde pueden amarrar barcos. Se ven muchas mesas de picnic y parrillas en gran parte del recorrido, algunas bajo quinchos hechos con hojas de palmeras. Conviene, durante el trayecto, darse un chapuzón para refrescar el cuerpo.
En la parte norte, un banco de arena lleva a adentrarse aún más en el agua, y ver de cerca algunas balsas fondeadas con marinos que, por la cantidad de chirimbolos que cuelgan de sus embarcaciones y televisores planos gigantes, permiten adivinar que viven allí todo el año.
La lancha mientras tanto va y viene al continente. En cada viaje trae entre 15 y 20 personas. Bajan con heladeritas, sombrillas e incluso algún perro.
La playa más concurrida es la que está al costado del muelle, sobre el este y hacia la punta sur. Tiene arrecifes artificiales salpicados a unos seis metros de la orilla que esconden miles de peces. Unos cinco o seis respiradores asoman del agua. La marea está subiendo y el color es cada vez más turquesa, más flúo. El capitán ya lo había comentado: la claridad mejora mucho y es el mejor momento para nadar o hacer snorkel.
Bajo el agua, Peanut Island también podría ser una exótica isla del Caribe. El equipo de snorkel es tan indispensable como el protector solar. No se ven solo peces, por momentos son cardúmenes, amarillos y negros, azules y amarillos, plateados. No causalmente este sitio se considera uno de los mejores lugares para hacer snorkel en Florida. Las rocas, que funcionan como arrecifes artificiales, son mucho más pobladas del lado de afuera de la isla. Bordearlas traerá una sorpresa aún mejor. Una vez realizada la hazaña, se pueden observar cangrejos, langostas, camarones o esponjas. Y también algún agua viva, con la que conviene tener cuidado.
La lancha funciona hasta las 17. Demasiado temprano para quienes consideran que es el mejor momento del día para disfrutar del atardecer en estas playas. Pero un dato indispensable a tener en cuenta es que una vez que el último ferry se va, el regreso no es sencillo. “Si se quedan deberán llamar a nuestro número de teléfono, y se les cobrará US$100 dólares de multa”, explica el capitán a todos los pasajeros. Así, a excepción de quienes reservaron un sitio de acampe, la última llamada de “all aboard” se lleva a unos 20 turistas.
Es entonces cuando el paraíso empieza a vaciarse. Justo cuando el agua turquesa está en su máximo esplendor, y el sol regala caricias doradas. Muchos decepcionados aseguran que, de haber una próxima vez, será sin dudas en camping.
Datos útiles
Traslados. Las lanchas hacia Peanut Island salen de Riviera Beach Marina Village, en Palm Brach; cuesta US$ 16 el trayecto de ida y vuelta; peanutislandshuttleboat.com
Horario. El primer barco sale a las 10 y el último regresa a las 17
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