El político analiza el fenómeno del éxodo local que cruzó el charco
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Al embajador de Uruguay en la Argentina le dicen Pájaro. Y a él le gusta que le digan así. “Bueno, es algo que arrastro desde mi adolescencia, apodos que ponen los amigos. ¿Tal vez tenga algo que ver mi perfil?”, bromea el hombre designado por el presidente y amigo personal Luis Lacalle Pou.
Político de raza, dos veces intendente en la ciudad que lo vio nacer (Florida, capital del departamento homónimo, con 33 mil habitantes, a 98 km de Montevideo y tierra donde se declaró la independencia de su país), Carlos Enciso Christiansen nos recibe en la casona de la calle Arenales, sede de la embajada uruguaya en Buenos Aires. Ofrece café, pero él no suelta el mate. En el perchero se asoma la chalina de vicuña color habano que se intuye como una cábala, ya que aparece en casi todas sus fotos, sin importar la estación del año.
–¿Es cabalero?
–Yo no soy un hombre de cábalas sino de costumbres. El poncho, o chal, es del norte argentino y lo tengo hace años. Me acompañó en las campañas electorales y me fue bien. La verdad es que viaja conmigo a todas partes pero, reitero, más que cábalas soy una persona que adhiere a las rutinas. Tengo eso de volver a los mismos lugares, comprar el diario en papel y, desde ya, un ritual especial a la hora de preparar el mate.
–¿Usted es capaz de confesar el secreto de su mate?
–Claro. Tampoco es que voy a decir algo muy novedoso. Pero la clave es la temperatura del agua. El secreto está en la mezcla del agua caliente con la fría y en lo posible, si el mate es grande, los cuarenta y cinco grados cuando se inclina con la mano.
–¿Pero esa temperatura ideal la consigue a ojo?
–Y sí, ya tengo el ojo entrenado. Después hay otros factores, como la yerba, claro. Yo uso uruguaya, pero he probado la argentina también. Suelen preguntarme por la diferencia; a mí me da la impresión de que es el molido. La yerba argentina tiene más palitos mientras que la nuestra es más triturada. Pero la materia prima, mayoritariamente, viene de Brasil.
–¿Algún antimate en su familia?
–Mi padre tomaba pero mi madre no. Él era de Florida y más criollo; ella de Montevideo, nieta de italianos y daneses. Así que prefería el té. Lamentablemente ya no tengo a ninguno de los dos.
–¿Llegaron a verlo intendente?
–No. Mi padre, que estaba más cercano a lo político, me vio diputado pero murió antes de mi triunfo como intendente. Él era un hombre del Partido Nacional, Blanco. No le dedicó la vida a la política pero militaba. Fue él, además, quien me hizo amar Buenos Aires. Estuvo becado aquí por un trabajo, en 1973. Vivió casi un año, así que con mi madre veníamos los fines de semana, o uno de por medio. Llegábamos con el viejo vapor o el aliscafo vía Colonia. A veces, algún ómnibus por el puente. Era impactante.
–¿Qué postales recuerda de esos tiempos?
–De esos tiempos y también de adolescente, porque mi padre seguía viniendo por trabajo. Me impactaban el puerto y el edificio Alas, ese rascacielos de cemento armado hecho en el año 45. Y el Kavanagh. La calle Florida de esa época con la gente tan bien vestida. Y un negocio donde me compraban soldaditos de plomo. Mi padre vivió en un edificio muy importante, maravilloso, donde quedaba la Galería Güemes, con aquellos dos ascensores enfrentados, los bronces y las esculturas. Y creo que era en Harrods donde vi los juguetes más lindos del mundo. Cosas que todavía no había en Montevideo. Luego el romance con Buenos Aires continuó.
–¿Cómo?
–Bueno, primero venía seguido porque mi padre estaba vinculado a la asociación nacional de rematadores; siempre había eventos. Y los temas cambiarios, de un lado y del otro, no son nuevos. Recuerdo, patente, la situación favorable del año 82. Veníamos al Italpark, visitábamos algún estadio, disfrutábamos la gastronomía de la época (la confitería Richmond) íbamos a los cines de la calle Lavalle.
–Ahora, con tanto argentino que cruza el charco, se acabó el romanticismo de la calle Lavalle y el deseo está en el Este...
–Es que se dieron dos cosas. Primero, una natural vinculación del argentino propietario que históricamente cruza a Uruguay, que veranea en Punta del Este, que normaliza el papeleo y logra ser residente legal. Durante la pandemia, si tenías propiedad no entrabas. Pero sí podías hacerlo si contabas con la residencia. Ahí hubo muchos trámites y un flujo importante de salidas. Mucha gente se fue a vivir no solo por las circunstancias sino porque Uruguay siempre fue abierto a los vecinos y al mundo. Tenemos estabilidad y eso atrae: generó el éxodo de varios miles de argentinos. Algunos lo hicieron en el contexto de la pandemia, otros decidieron instalarse definitivamente. También están los que siguen viviendo aquí pero tienen la posibilidad de ir o venir.
–¿Qué le pasa cuando escucha que la grieta se cuela en estas decisiones?
–Uno escucha y lee manifestaciones de todo tipo. A mí me interesa ver cómo el presidente Lacalle Pou y su equipo han generado la posibilidad de ser amigables y amplios con los argentinos que buscan oportunidades. Pero es importante destacar que también tenemos, en menor número, radicación de otros países latinoamericanos. Y llega gente de Estados Unidos o Europa, ya más en plan retiro, algo que es muy valioso. A veces se quiere dejar ver como que las políticas de Uruguay son solo para Argentina. Y no es así. La bajada de condiciones fiscales fue pensada para el mundo.
–¿Cree que los argentinos tenemos solución?
–Yo creo que sí. Este es un gran país y hay grandes personajes. Lo que falta es ponerse de acuerdo en algunos enunciados básicos para empujar todos hacia un objetivo. Siempre digo que la diferencia entre nuestros países es que Uruguay es más república y Argentina más nación. Me refiero a envergadura y tamaño. Eso hace que la Argentina sea más cíclica y Uruguay más estable.
–A partir del atentado que sufrió nuestra vicepresidenta se están cuestionando situaciones referidas a la seguridad. Lacalle Pou también es muy cercano a la gente; se lo ha visto haciendo surf en la playa.
–Es consecuente con una historia que hay en Uruguay: los presidentes andan casi sin seguridad. Y él es muy así. Uruguay por lo general es mucho más llano.
–Si le digo la palabra caudillo...
–Es un término muy de nuestro partido, que también tiene connotaciones históricas. Es la síntesis de un hombre que interpreta el sentir de la gente y lo plasma de forma innata. En tiempos modernos también hay que tener formación, visión y experiencia vinculada a la gestión. No quedarse en lo telúrico del término. Creo que vamos a romper aquella dicotomía entre doctores y caudillos.
–Hablando de dicotomías, ¿qué puede decir del asado argentino versus el uruguayo?
–Ahí debería hablar mi mujer (María Noel Crucci), que además de ser una gran compañera y mujer comprometida, es la asadora oficial de la casa. Pero intuyo que es la leña de monte que usamos nosotros versus el carbón de aquí. Igual no me tomen en cuenta porque lo mío es picar el queso y, como mucho, sacar hielos de la cubetera.
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